lunes, 7 de octubre de 2013

¡Retoma tu fuerza de voluntad!



Si bien tener voluntad para hacer ejercicio o seguir una dieta siempre es complicado, con hijos se vuelve una misión casi imposible. Esto es porque estamos cansadas, con la mente en mil cosas y las prioridades en los niños, entonces no resulta nada sencillo.

Se dice que querer es poder pero lo que nunca se dice es que para pasar del deseo al logro hay mucho trabajo de por medio. Así es, la fuerza de voluntad se ejercita como un músculo y aquí te daremos algunas claves para hacer la tuya de acero.

Toma en cuenta que para realizar un acto, hasta el más cotidiano y sencillo, como salir de la cama todas las mañanas, todo afecta: cómo nos sentimos, las imágenes mentales, las emociones y las ideas preconcebidas.

Así que primero hay que revisar todos los factores mencionados anteriormente para dividir el plan de acción que sirve básicamente para cualquier propósito. A continuación te damos cinco ejercicios y la explicación de para qué te van a servir. Son pequeñas “meditaciones” y actos de voluntad que además de entretenidos resultan muy interesantes y efectivos para alcanzar metas.

1. Domina tu pensamiento
Escoge un concepto (por ejemplo, una silla), y durante un corto lapso de tiempo (pueden ser 3 minutos) y partiendo de él, se piensa en todo lo que se le pueda relacionar sin desviarse de la idea original (utilidad, modelos, materiales, manera en que se fabrica, etc.) Trata de hacerlo todos los días, de ser posible siempre a la misma hora. Este ejercicio sirve para regular el pensamiento, volverlo perfectamente claro y mejorar la concentración, al evitar las asociaciones mentales involuntarias y pensando en temas sin importancia que no agitan la mente.
2. Domina tus acciones
Se trata de realizar una acción muy sencilla como tocarse la nariz, cambiarse el reloj de mano, o aplaudir tres veces todos los días a la misma hora exacta, ni un minuto antes, ni un minuto después. Suena sencillo pero requiere mucho esfuerzo y perseverancia, y hay que seguir intentándolo diariamente sin importar cuántas veces lo olvidemos. Esto sirve para dominar no sólo el pensar sino también el actuar, que es en donde radica la verdadera fuerza de voluntad.
3. Domina tus sentimientos y emociones
Cada que sientas que te domina un sentimiento, haz el ejercicio de identificar la emoción, etiquetarla y aplicar el control del cual somos capaces. Hay que procurar aplicar el ejercicio antes de un arranque. De esta forma se adquiere serenidad y control sobre las manifestaciones emotivas tales como son placer, dolor, alegría y tristeza.
4. Cultiva el positivismo y la tolerancia
Siempre que sea posible, en todo momento y con toda persona. Haz un esfuerzo por ver lo verdadero, lo bello y lo bueno pasando por alto lo “erróneo”, lo “feo” y lo “malo”. Esto te ayudará a hacer conciencia de todos los prejuicios, actitudes y pensamientos destructivos que tenemos continuamente.
5. Ábrete y sé receptiva
Trata de enfrentar toda nueva experiencia que se nos presente en la vida con total ausencia de prejuicios, descartando el “aprendizaje” que nos hayan dejado vivencias anteriores y conocimientos para poder admitir nuevas verdades. Así te darás cuenta de que de todo se puede aprender algo nuevo si somos capaces de ser receptivamente imparciales hacia nuevas experiencias.

*Ejercicios tomados de http://buenasiembra.com.ar

5 tips para nunca dejar del lado el profesionalismo



Publicado también en el blog En tus zapatos

Ser mamá y profesionista al mismo tiempo es muy complicado. Se trata de barajar responsabilidades igual de importantes pero muy distintas entre ellas, y siempre queremos dar la mejor versión de nosotras en ambos lados. El problema es que a veces nos puede ganar el lado sentimental y corremos el riesgo de empezar a incumplir en el trabajo por el contundente hecho de que somos madres. Aquí te dejamos cinco consejos básicos para que no te pase eso (y tu carrera no peligre).

Organízate – Suena obvio pero la verdad es que no siempre lo hacemos con suficientes precauciones. Cuando se tienen hijos salen muchos imprevistos que hay que saber remediar con un “Plan B” de inmediato. Así que tus itinerarios diarios deben contar con esa alternativa (y a veces con otra más también) para evitar que cualquier asunto maternal complique el desempeño laboral. También debes apuntar absolutamente todo. La memoria nos falla mucho a aquellas que tenemos hijos y la de papel es infalible.

No pongas a tus hijos como excusa – Y no solo ante tus jefes o colaboradores, sino también para ti misma. Sí, eres mamá, tienes más cosas en qué pensar y que resolver que antes de tener hijos, pero el trabajo es punto y aparte. Quizás para lograr metas más altas tendrás que levantarte (mucho) más temprano, desvelarte (más) y dar muchas vueltas a la ciudad, por poner algunos ejemplos, pero ese es el precio para poder seguir una carrera y no convertirte en una ama de casa de los años 60.

Apóyate de todo el que puedas- Marido, mamá, suegra, nana, vecinos… para eso la sociedad está organizada en familia y comunidades, y para eso existen expertas a las que puedes contratar para casos de emergencia. Tu trabajo es tan importante como el de tu marido, así que también pueden turnarse para resolver imprevistos y que no seas solo tú quien tenga que llegar tarde o pedir permisos.

Luce como profesionista, no como mamá: Está bien que no puedas andar de tacones de aquí para allá cargando bebé y pañalera, pero lleva siempre contigo tus zapatillas para usarlas cuando estés en el trabajo. Lo mismo con la ropa: si necesitas cargar una prenda extra en el coche por aquello de los accidentes, hazlo. Además carga un pequeño neceser en tu auto con aquello que más te sirva para refrescarte y verte siempre bien.

No te olvides del manicure: Las manos son una importante carta de presentación, y suelen arruinarse con el trabajo de casa que se incrementa al tener niños. Agenda tu cita para que te las arreglen una vez a la semana, y cúmplela religiosamente.

jueves, 18 de julio de 2013

Lo que Patch Adams me recordó sobre la maternidad.


Hace unos días fui invitada a la Master Class que impartió Patch Adams, inventor de la risoterapia, como parte de la campaña Volvámonos Locos de Coca Cola.

Yo iba con el propósito de divertirme un rato y aprender algo. Y de pronto me di cuenta. Esto esa oro molido para una madre. Un par de los ejercicios que puso me recordaron algunas prácticas de meditación tántrica. Cuando dio su conferencia, sus argumentos me sonaron también mucho a la pedagogía Waldorf. Los anteriores son temas en los que me metí a raíz de que tuve niños.

Patch inició su ponencia diciendo: "Todo lo que les gusta de mí, lo aprendí de mi madre". ¿Así o más claro cuánto tiene que ver su práctica con la maternidad? Su premisa es que la felicidad (y por ende la salud física y mental) de un individuo, van a depender totalmente de su medio ambiente, de su entorno. Por eso es tan importante tener la conciencia de propiciar experiencias y atmósferas agradables.

Lo sigiente es un resumen de las moralejas que saqué de cada uno de sus ejercicios:

PRACTICA EL "NON-SENSE": Es decir, las cosas absurdas, que no tienen otra motivación que divertir. Pónganse a hacer muecas, es una buena forma de reírse porque sí (y más con un niño) y de aprender a no tomarse tan en serio (como figura de autoridad). Bailen. Brinquen. Estas cosas también sirve, me parece, para fomentar la espontaneidad.

ABRÁZALOS: Si un abrazo sin motivo se siente bien con quien sea, imagínate con tus hijos. Como dijo el mismo Adams, "concéntrate en el dar y recibir que implica el abrazo". Disfrútalo y utiliza este recurso sin razón.

HABLA DE LA DICHA EN TU VIDA: Y mientras tanto, míralos a los ojos todo el tiempo. Cuando te toque escuchar, no pronuncies una sola palabra. Es increíble las ganas que dan de querer saber más cuando no se puede preguntar y lo bien que se siente saber lo que hace feliz al otro. Me parece una gran manera de cultivar una relación de profundo conocimiento mutuo con los hijos.

CREA: Una pluma y un papel sirven para mucho más que escribir una carta o hacer un dibujo, cosas ya valisosas per sé. La imaginación no conoce límites, y para divertirse hace falta poco.


VERBALIZA EL AGRADECIMIENTO:
En tu vida tienes muchas, muchas cosas buenas. Repítelas, descríbelas, nómbralas. Eso los ayudará a aprender a valorar lo positivo sobre lo negativo, y con eso, les resultará solo natural sentirse felices.

lunes, 25 de marzo de 2013

10 contras, 10 pros

Illustraciones del "Basic Spelling Goals," 1960

Esto es algo en lo que pienso todos los días. Han pasado más de tres años desde que dejé de trabajar, y aún no logro dejar de hacer comparaciones de mi vida antes del housewifeismo y después del housewifeismo.

Convertirme en madre no implicó grandes sufrimientos ni sacrificios. Tuvimos la gran fortuna de que Quim nació casi al término del embarazo, de parto natural, sanísimo, de buen comer, dormilón, sumamente adaptable, etc. Yo no modifiqué gran cosa en mi vida con su nacimiento, lo complicado vino cuando decidí dedicarme 100% a él.

Para no seguir con rollos, les dejo una tabla comparativa de 10 x 10 de lo disfrutable y lo sufrible de ser mamá 24/7.

Ahí me dicen si no tomé la mejor decisión. ;)

PROS DEL HOUSEWIFEISMO


1. Ves a tus niños tooodo el día. No te pierdes de nada y eres la persona de la cual no se pueden separar día y noche.
2. No sufres el tráfico del infierno que impera casi todo el año en esta ciudad.
3. Comes diario en casa, sano y sabroso (y barato).
4. Disfrutas de pequeños placeres como tomar un café mientras ves jugar a tus hijos.
5. Controlas el manejo de tu casa al 100%.
6. No tienes jefe (que aceptémoslo, lo más probable es que sea odioso) ni horarios demasiado estrictos.
7. No te tienes que arreglar tanto.
8. Gastas menos. Increíble pero cierto, trabajar sale MUY caro.
9. Aprendes cosas nuevas todo el tiempo. Cocinar, coser, bordar, tejer, todo lo que sean manualidades y hasta mantenimiento del hogar.
10. Disfrutas de tu casa a todas horas del día, conoces cada sonido y a qué hora hay mejor luz y temperatura en cada cuarto.

CONTRAS

1. Ves a tus niños tooodo el día. No te pierdes de nada y eres la persona de la cual no se pueden separar día y noche.
2. No vas a otro lado que no sea el súper, la escuela, la clase de la tarde o (¡terror de terrores!) una fiesta infantil.
3. Mientras comes (con interrupciones cada minuto) es probable que "alguien" te pida que le limpies el culito de caca, o que tengas que cambiar un pañal.
4. Tienes que cocinar diario (y, en mayor o menor medida, lavar trastes).
5. Te afecta más cómo hace la asistente doméstica su trabajo.
6. No existe el receso de tus obligaciones.
7. Caer en la fodonguez es demasiado tentador... y la mayor parte del tiempo acabamos cayendo.
8. No tienes sueldo, ni reconocimiento personal (y esto, he de aceptarlo, es lo que máaaas me ha pesado).
9. TIENES que aprender a hacer un montón de cosas que ni te imaginabas cómo se hacían.
10. Estás en casa mucho tiempo sola con los niños, y cuando tienes contacto con otro ser humano, es con otra señora que está igual que tú y los temas inevitablemente son: los niños y lo alto de los precios del mercado.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Treinta y seis entrados en cuarenta.




Todos tenemos un "scary number". Esa edad a la que no quisiéramos llegar. Para algunos son los 30, para otros, los 40. No sé por qué pero yo nunca he sido de cifras cerradas. La crisis de los 30 me dio a los 28, y se me pasó exactamente el día que cumplí 29.

Los 40 nunca me han intimidado, pienso que si ya los cumpliste lo peor ya pasó, o algo así. El número que siempre he percibido incómodo es el 36, y mañana los cumplo.

Fuck, I'm old.

Será esa idea de que el .6 se redondea para arriba. Será que hasta 35 uno todavía se puede hacer la idea de que está en los early thirties. No lo sé. La cuestión es que en este momento estoy de frente al numerito y me doy cuenta de que ya me da igual.

Vaya, ya sé que es una conclusión obvia y un tanto estúpida, pero ahora me queda más claro que nunca: sí, la edad sólo es un número. Todo lo que cargan esas decenas de miles de días se me nota hace ya tiempo. Ya no soy una jovencita, y qué bueno. La juventud está llena de ansiedad (como si necesitara más de la que mi personalidad ya me adjudica) e incertidumbre. Aunque quizás los que me rodean opinen lo contrario, siento que estoy alcanzando cierta estabilidad emocional y creo que estoy empezando a dominar el "a ver qué pasa". Y no sólo eso. Me alegro mucho de darme cuenta que sigo teniendo capacidad de asombro y de aprendizaje. En los últimos tres años he asimilado y aplicado a la vida práctica más cosas que en los veinte anteriores. Y lo mejor de todo, la mayor parte de las veces, lo estoy gozando.

En esta etapa en la que estoy poniendo mis mejor esfuerzo porque la cotidianeidad sea de lo más disfrutable (no solo para mí, sino sobre todo para mis niños) y que la presencia le gane a la histeria imparable de la mente, de pronto me doy cuenta que, de mi "jueventud" tengo poquísimos recuerdos de los días comunes. No me acuerdo cómo eran las mañanas antes de ir a la escuela, ni los desayunos; tampoco la hora de la comida y ni siquiera estoy segura de que haya hecho las todas tareas que tenía que hacer, porque en verdad que no me viene a la mente esa tortura que todos dicen que eran los kilométricos deberes que dejaban en la laureadísima (pfff) escuela en la que me inscribieron mis padres.

Me acuerdo, por supuesto, de las ocasiones extraordinarias. Pero hay mil detalles que ya nunca sabré. Jamás le pregunté a mi madre, por ejemplo, cómo fue el día de mi nacimiento. Sólo sé que nací "sola" (o sea, sin ayuda médica, de parto natural y a los pocos minutos de haber llegado al hospital) y que mi madre le hizo repetirle a mi padre varias veces que había sido niña porque ella, con las anestesias quasi veterinarias que les ponían a las señoras tras parir, no recordaba qué había tenido y hasta antes de ese día siempre pensaron que tendrían un varón.

Total que en este gran espacio en blanco que tengo en la crónica de mi vida, me doy cuenta que hoy, por fin, me estoy convirtiendo en una memoria con patas. Que seré la típica señora que repite las mismas anécdotas de su vida mil veces porque esos son sus recuerdos más preciados y que es justo ahora, que empiezo a recolectar historias. ¿No es esa razón suficiente para amar esta edad?

Eso y que, con todo y mis canas y las pocas ganas que le echo a mi look desde que soy mamá, y a pesar de traer a cuestas a dos chamacos todo el día, mucho desconocido me sigue llamando "señorita", así que algo de mocedad debo seguir reflejando.

Feliz cumpleaños a mí. El último que me queda antes de cambiar oficialmente de estado civil, por cierto. Defendí mi soltería hasta el final de mi juventud. Mi madre estaría muy orgullosa de mí.

miércoles, 20 de junio de 2012

No se olvide de sonreir entre las contracciones



Ah, el parto. Cuántas maneras de nacer, cuántas anécdotas alrededor del tema. Hablar de un nacimiento siempre resulta interesante: no hay una historia igual que otra y son momentos de tanta presencia que hasta al más burdo narrador le sale una crónica fascinante. O quizás es mi cursilería de madre, pero así lo he llegado a percibir.

El embarazo y el parto, así como los recién nacidos, son algo tan precioso en toda la extensión de la palabra, que dan ganas de congelar el tiempo, las sensaciones y los recuerdos. Entonces nos engolosinamos con las cámaras: las de foto y las de video por igual. Cada vez es más sencillo. Basta con alcanzar el teléfono móvil para capturar un momento irrepetible.

El único problema es que, ni las cámaras son tan buenas, ni nosotros tan diestros como para sacar tomas únicas. La mayoría no somos tan exigentes con eso, pero hay quien no acepta menos que una foto profesional para registrar los momentos más importantes de la vida. Por eso ahora está empezando una moda de llevar a un fotógrafo al parto. Lo leí aquí y la verdad no me sorprendió tanto. Como dice en alguna parte del texto, hay una creciente necesidad por documentar la vida con imágenes dignas de una revista (y, esto lo agrego yo, por llevar así la vida en general). Si bien el resultado pudiera ser precioso y, como en los eventos más importantes de la vida, es mejor dejar esos detalles a alguien más, personalmente opto por las imágenes amateur y eventualmente recurro a aquellas que se quedaron en la memoria. No hay instantánea que se compare a vivir el momento.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Tú y yo en la jaula de los monos.


A pesar de que tenía tan solo 2 años, conservo recuerdos del viaje en el que se tomó la foto que ilustra este post. Y tengo la convicción de que es así porque fue entonces cuando por primera vez me enfrenté de manera conciente a muchas cosas que me atemorizaron, como meterme a la "jaula de los monos". Si logré superar varias crisis (como perder mi almohadita de seguridad minutos antes de subir al avión de vuelta a casa), fue porque ahí estaba mi mamá, acompañándome y sonriendo; intentando convencerme, como lo haría en muchas otras ocasiones, de que no importa cuán aterrador sea el panorama que tengamos enfrente, "no pasa nada".

Mañana se celebra a las madres, pero hace muchos días de esos que mi mamá no está con nosotros, tantos que ya perdí la cuenta. Son más de diez años, menos de 15, pero ese dato en realidad no importa.

Hasta antes de ese nefasto 15 de noviembre, por mi cabeza nunca cruzó que yo fuera a ser una persona que un día no tuviera mamá. En mi mundo rosa ese tema era como de ficción, no podía ser algo para nosotras. Y menos siendo tan jovenes las dos (ella tres días de haber cumplido 46; yo tenía 22, 2 meses y 2 días). Nuestra relación era tan intensa y tan rica (en todos los sentidos) que en mi imaginación nunca hubo un escenario en el que ella no fuera parte central. Pero de pronto ya no estaba, y tuve que aprender a ser yo sin ella, y no fue sencillo, pero al final, lo logré.

O eso pensaba hasta que me convertí en madre, hace poco más de cuatro años. Entonces volvieron a surgir un mundo de dudas y empecé a referirme a su figura más que nunca. Me di cuenta de cuántas cosas jamás le pregunté y cuántas dudas más que solo ella me hubiera podido despejar se me van a seguir presentando en los años que me queden de vida. Se volvió evidente que no hay manera ya de saber qué hubiera respondido, o cómo sería todo si ella siguiera aquí.

Quien la conoció bien me dice que hubiera sido una abuela amorosísima, consentidora y orgullosísima de sus nietos, y yo nada más no lo puedo imaginar, simplemente porque era tan joven cuando dejó este mundo que, ni yo estaba en edad de pensarme como madre, ni a ella como abuelita. Este noviembre cumpliría 60 y nadie quiere (ni puede) visualizar cómo luciría y actuaría ahora.

Una querida amiga perdió a su mamá el año pasado. Cuando fui al velorio me abrazó y me preguntó "¿Cómo le hiciste?". Me encongí de hombros y musité alguna tontería que ahora no recuerdo. Meses después mi amiga me dijo: "Me caga no tener mamá". No lo pudo haber dicho mejor. Yo siempre lo había sentido, pero nunca lo definí de manera tan precisa. Da mucho miedo y más coraje (enojo, pues) tener andar por ahí sin esa protección, sin esa referencia, sintiendo que te arrancaron la raíz, que perdiste toda tu fortaleza.

No importa cuándo se vayan ni de cuánto amor se esté rodeada, la cicatriz que queda no se disimula con nada. Tampoco se puede pensar que por ser ya "mayores de edad" se hace más fácil. No. Jamás puede ser ni remotamente sencillo, y siempre hubiéramos querido un poco más, que "por lo menos...", algo. Mi más grande reclamo al destino en este sentido es que Alicia no conociera a mis niños. Si bien me hubiera encantado que viera que trabajé en revistas (una pasión que ella me inculcó indirectamente), que viví sola, que me enamoré de (y logré enamorar a) un gran hombre, y una larga lista de etcéteras, lo que más me puede es que nunca haya visto la caritas de Joaquín y de Álvar... que nunca los haya cargado, que sea la abuelita que está en el cielo desde muchos años antes de que ellos nacieran.

Y sin embargo (siempre tiene que haber un sin embargo que nos devuelva la esperanza), hay un consuelo muy grande en la dolorosa experiencia de ser madre sin tener ya a la propia. Hace un par de semanas, otra amiga que también perdió a su mamá hace poco más de dos años (un par de meses antes de su boda), me preguntó cómo se vive la maternidad desde la orfandad. No le mentí: le confesé que era lo que más me había removido la tristeza y que mis días de llanto en la depresión postparto (en ambas ocasiones) tuvieron mucho que ver con el miedo a pensar que un día yo también dejaré a mis hijos a su suerte- y vaya si es un pensamiento aterrador cuando tienes un recién nacido entre los brazos. Pero también le dije que es precisamente la experiencia de ser madre lo que me ha acercado más, y por mucho, a ella. A su ser, a su esencia, a su perfección dentro de los límites humanos. Al final, al faltar, la relación con ellas se vuelve un eterna reconciliación a la que ya no se le suman más disputas, y entonces todo lo que hacemos es un gran tributo a ellas.

Feliz día, mamá. En mi cabeza y en mi corazón siempre seremos tú y yo en la jaula de los monos.