lunes, 21 de diciembre de 2009

Yo no olvido al año viejo



Ahora sí, estamos a punto de que se termine el 2009. El hecho de hacer un conteo que culmina con el comienzo del año nuevo, me recuerda la tradición de comer las doce uvas con las últimas campanadas del día 31 de diciembre. No he conocido a nadie capaz de pasarse esa cantidad de dicha fruta (con o sin semilla) antes de que ya sea momento de dar el abrazo. Si lo analizamos un poco, es bastante arriesgado, y pareciera la prueba final para llegar con vida a la nueva etapa.
Como sea, se acerca el momento de despedir este ciclo que, para muchos (y me incluyo), ha sido muy complicado. No conozco a nadie que considere que el 2009 fue un buen año. Cuando escucho que alguien dice "Ay, ya que se acabe el año por favor", pienso en que es un poco injusto culpar a un periodo orbital de nuestras infelicidades. Cosas malas pasan siempre, entre diciembres, o de lunes a viernes, en un lapso de 24 horas, o de un minuto a otro. Que estos últimos 12 meses han sido rudos, ni hablar. Sin embargo, siempre que un año agoniza me acuerdo de la letra de la canción de Crescencio Salcedo que interpretara Tony Camargo allá por los años 50, El año viejo. Debe ser la nostalgia al recordar las fiestas familiares de noche vieja de mi infancia, pero el mensaje de dicha melodía me quedó muy grabado: mejor que reprochar lo que haya sucedido, hay que ver lo bueno que los 365 días anteriores nos están dejando, para así recibir con la mejor de las actitudes al año que comienza. Y si de plano se impone un acto catártico, siempre se puede realizar un ritual para "deshacernos" del pasado. Le queda una semana, pronto pasará a mejor vida, y nunca hay que hablar mal de los muertos. Rindámosle honores al último año de la primera década del nuevo siglo. ¡Feliz año viejo!

jueves, 17 de diciembre de 2009

Inconsciencia navideña.



No me refiero a beber y manejar, o a sobregirar las tarjetas de crédito. Me explico: ayer vi a varios de los vecinos apurándose a colgar lucecitas para adornar las fachadas de sus casas. Queda una semana para Navidad y sólo los más organizados las tienen bien decoradas desde hace quince días. Sin embargo, al pasar por cierta zona residencial del sur, noté que ahí son todos unos profesionales, por no asegurar que existe una competencia no oficial. Las residencias retan indirectamente a las de junto y a las de enfrente, como en búsqueda del título de ser la que emite más luz, tiene más muñecos y reproduce más sonidos. En resumen, hay un duelo tácito por ver cuál luce más espectacular. A mí, que hasta la idea de poner un árbol que no sea demasiado cursi me conflictúa, este tipo de manifestaciones me resultan incomprensibles. Creo que está bien vivir el espíritu de la temporada, y cada quién sabrá cómo lo disfruta más, pero esto me parece realmente un despilfarro, de mal gusto y de energía (sin ahondar en lo peligroso que puede ser). Tanto se habla de cuidar el agua, de cuidar los recursos... ¡esto es un derroche excesivo e injustificado de los mismos! Lo bueno es que ya existen alternativas como ésta, e imagino que todo es cuestión de tiempo para que se popularicen... Por lo pronto propongo nombrar al vencedor de la contienda vecinal basados en los montos de sus recibos de luz. ¡Que gane el mejor!

miércoles, 16 de diciembre de 2009

¡La locura, la locura!



La época navideña debería ser una temporada de recogimiento y tranquilidad. No lo digo yo. Es una fecha religiosa, la cual además se suma al final del año en el que se supone que revisemos los logros y lo que nos gustaría mejorar al año siguiente. Sin embargo nadie se acuerda de lo anterior, y todo se centra en acelerar en lugar de bajar la velocidad. Hay que hacer todo lo que no se hizo en el año, comprar todo lo que no se compró, gastar todo lo que todavía no se tiene y comer todo lo que antes no nos permitimos. El espíritu caritativo se confunde con el consumismo, el de celebración con el del exceso, el gusto por reunirse con el compromiso, y todo acaba siendo una locura. Esto no pretende ser un sermón sino una reflexión. Tomar distancia y pensar en lo que realmente deberíamos estar haciendo en lugar de dejarnos llevar por la costumbre o la generalidad es algo realmente difícil. Sin embargo me parece que en esto de la Navidad es algo en lo que se puede empezar para disfrutar más y poder aplicar el principio en otros aspecto de la vida.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Sume y sume calorías


Y no lo digo porque las esté contando, ¡sino porque las voy acumulando en mi cintura! Hay mujeres que dicen que todo se les va a la cadera. Otras aseguran que identifican claramente cuando están "pasaditas" de peso porque sus mejillas se transforman en cachetes. En mi caso es el talle. Nunca he tenido que cambiar de talla de pantalones porque ya no suban de las caderas, pero sí porque no logro abrocharlos. Mis blusas y camisetas pueden seguir quedándome, pero definitivamente no lucen igual.
Todavía no ha llegado la cena de Navidad y yo ya me siento rolliza. Mis esfuerzos de hace unos meses ya se fueron todos por la borda. Y es que todas las reuniones están llenas de tentaciones... y cuando no hay celebración, están las sobras del día anterior... y si no es eso, es que "ya para qué me cuido, mejor cuando terminen las fiestas". Qué miedo, esto no acaba hasta el Día de Reyes. Ya les contaré cuál fue el saldo de despedir el año comiendo todo lo que se me atravesó...

martes, 8 de diciembre de 2009

Afecto hecho a mano con una linda envoltura



Confieso que no he comprado ni un regalo navideño. Eso sí, hace un par de meses me hice de una colección fabulosa de papel para envolver. Atribuyo este fenómeno a un hecho biográfico. Como la mayoría de los mexicanos de mi generación, tengo muy grabada en la memoria la frase "Regale afecto, no lo compre". Debo haberla escuchado cuando era muy niña, en medio de una de las muchas crisis que ha sufrido nuestro país. Me hacía tanto sentido... a pesar de mi corta edad, entendía perfectamente el mensaje: No es necesario darle algo a alguien para que se sienta querido; un regalo no tiene por qué ser caro, sino adecuado y de corazón.
No obstante, alrededor de esa época, a la par de mi proyecto escolar, empezaba mi desenvolvimiento social. De alguna extraña manera interpreté que los mejores regalos de un "amigo secreto" eran los más caros, o los que venían de más lejos. Me avergonzaba muchísimo cada que mi madre sugería que para la fiesta de cumpleaños de alguno de mis compañeros yo llevara, como presente, un disco. Y es que mi padre estaba en ese negocio, entonces yo sentía que era demasiado evidente que no habíamos GASTADO en ese obsequio.
El tiempo siguió pasando y los momentos de dar un regalo en sociedad me resultaban cada vez más complicados. Desde la primaria hasta el intercambio navideño de la oficina del año pasado (en el que el mismo director general estaba incluído), si no en lo familiar, siempre ha habido un ámbito en el que dar un presente se convierte en un esfuerzo por quedar bien.
En un mundo ideal uno nunca debería estar obligado a dar un regalo, y el afecto debería ser la mejor demostración de agradecimiento como canta el slogan. Desgraciadamente existen compromisos sociales. Aún ante ese panorama, sea para quien sea, la mejor forma de asegurar que un obsequio será del agrado de quien lo recibe, es pensar realmente en los gustos y necesidades de esa persona. Envolverlo con esmero también habla de un esfuerzo y cuidado especial. A partir de eso, el presente puede estar inclusive hecho por nosotros y el éxito está garantizado y coronado de un toque personal que nunca será olvidado.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Mujer al borde de un ataque de promociones navideñas



Recuerdo perfectamente la primera vez que fui a una venta nocturna de una tienda departamental, pues fue una experiencia traumática difícil de olvidar. No podía creer la cantidad de gente que había. Las personas llevaban a cuesta electrodomésticos, computadoras, juguetes, y algunos iban acompañados de muchachos que llevaban en diablitos televisores o enseres más grandes. En especial me impresionó que las escaleras eléctricas echaban humo por la cantidad de gente que llevaban encima y tantas horas de estar funcionando. Había que hacer fila MUCHO tiempo para poder pagar, y lograr salir del estacionamiento resultaba una hazaña prolongada. Aquí debo hacer un paréntesis para aclarar que las multitudes me abruman de manera patológica. Me pongo tan mal, que he llegado a sospechar que padezco agorafobia. Por lo mismo, ese día no compré nada. Tuve que esperar de muy mala gana a que mis hermanos hicieran sus compras, mientras yo me ocultaba en un rincón en el que sentía un poco protegida de la multitud.
Juré nunca volver a uno de esos eventos, pero muchos años después y por culpa de las irresistibles promesas de descuentos, puntos y regalos, pasé por alto mi juramento y este año volví a caer en el error. Como la situación económica no es la mejor, la multitud y la cantidad de sus compras ya no era la misma. Sin embargo sigue siendo una experiencia bastante desagradable. A esto hay que sumarle que ya que uno está ahí las promociones no son como las pintan y generalmente no aplican en los artículos y marcas más interesantes. Además como ya soy ama-de-casa-cuidadora-del-gasto, comparé precios en distintos establecimientos y me di cuenta que en donde hay estos eventos comerciales, los importes están tan inflados que uno acaba pagando un excedente mayor que si cobraran los intereses en sus mensualidades.
Resumen: es una experiencia que es mejor evitarse. Y de convenir realmente a nuestros intereses, lo mejor es estar ahí a la hora que abren la tienda... ¡Felices compras!

jueves, 3 de diciembre de 2009

¿La Navidad llega a esta casa?



Ayer estuve en una casa en la que, literalmente, parece que explotó la Navidad. Sólo en el baño de visitas había QUINCE objetos alusivos a la época, incluído un aparato que cantaba mientras uno estuviera sentado en el retrete. Lo más extraño del asunto (sí, aún más extraño que esa máquina de tormento auditivo y psicológico) es que dicha residencia está en Cuernavaca. Entonces, mientras el sol brillaba afuera sobre el agua de la alberca, adentro resplandecían miles de luces artificiales. Aquí en la ciudad, mientras veo cada vez más decoraciones navideñas a través de las ventanas de los hogares ajenos, en la sala de mi casa bien podría ser abril o junio. Todavía estoy debatiéndome entre poner un árbol o no hacerlo. Todo el mundo argumentaría que con un niño de dos años, la tradición se impone. Sin embargo, tengo fuertes razones para dudar de la idea.
En primer lugar, no tengo espacio para un árbol de tamaño "normal". Entre el creciente número de objetos de mi pequeño y la adquisición de nuevos muebles para la casa, estamos más apretados que nunca. Eso me deja con la opción de un mini árbol, lo cual ya apliqué las últimas dos Navidades. Lo anterior no representaría demasiado problema si no fuera porque quiero que sea natural. No soporto los árboles artificiales.
En la víspera del nacimiento de mi hijo (la fecha tentativa de parto era el 24 de diciembre, pero por suerte se adelantó una semana), me encapriché con un divino arbolito hecho de ramas frescas. Era toda una obra de arte (y así me costó), y a la madrugada siguiente nos fuimos al hospital, regresando tres días después a encontrar un departamento que de verdad olía a Navidad y un arbolito completamente seco. El aroma de pino inunando el espacio que recibió a mi bebé justificó todo costo que se hubiera sentido excesivo, pero el arbolito lució bien sólo 4 días, 3 de los cuales no estuvimos para verlo.
El año pasado me llegó de regalo a la oficina un pinito en su maceta. Me pareció ideal para mi limitado espacio, y pensé que duraría mucho más que mi extravagancia del año anterior. Me equivocaba. La pobre plantita murió a menos de una semana de traerla a la casa, supongo que ya venían secas de origen.
Por todo lo anterior, este año no sé qué hacer. En verdad no quiero parecer apática, pero no hay ni dónde ponerlo, y por ningún motivo usaré un árbol artificial. No creo que esto marque de por vida a mi niño, que gozará de grandes árboles en casa de sus abuelos. Estoy pensando en hacer una instalación de luces en forma de árbol colgada en una pared... no lo sé todavía. Cualquier sugerencia será bien recibida.

martes, 1 de diciembre de 2009

¡Primero de diciembre!


¿A dónde se fue el año? Parece que fue ayer cuando, en febrero, dejé de trabajar en una oficina. El 2009 pintaba eterno, teniendo que estar en casa con un día igual al anterior tras otro. Sin cierres editoriales cada 3 semanas, sin tener que elaborar presupuestos, sin perseguir colaboradores... es decir, sin seguir la rutina que estaba acostumbrada a llevar a cabo todos los años. Y resulta que precisamente por eso, los días se esfumaron más rápido que nunca. Quizás todo es una ilusión, porque es bien sabido que para cualquiera el tiempo se va cada vez con más velocidad. Sin embargo sí creo que el hecho de tener que reinventar la cotidianeidad, de inventarme nuevas rutinas, de aprender nuevas labores, de tener distintos retos, resultó en semanas y meses que desaparecieron de manera aún más sutil. Está bien, pues... ya que el paso del tiempo me ha tomado por sorpresa, no me queda más que aceptarlo...que empiece la cuenta regresiva para el 2010.

lunes, 30 de noviembre de 2009

Lo quiero, ¡lo necesito!


Que tire la primera piedra la que NUNCA se haya sentido tentado a comprar al menos uno de los productos que venden los infomerciales. Sus productos son muy originales; los mensajes que utilizan son tan insistentes, largos y repetitivos, que siempre acaban convenciendo a miles de personas. Entonces, ¿por qué sentirse avergonzada por ser una de muchas que han quedado hiponotizada frente a los comerciales de telemercadeo? Ahora, debo aclarar que si bien he sentido el impulso de querer adquirirlos, al final nunca lo he hecho. Cuando más cerca estuve de tomar el teléfono y marcar, fue al ver unas tapas que supuestamente se ajustan a cualquier recipiente, cerrándolos al vacío y manteniendo el contenido en buen estado por más tiempo.
Independientemente de la naturaleza del producto que haya llamado nuestra atención (los hay para la casa, para el arreglo personal, para hacer ejercicio, etc.), éste es un ejemplo perfecto de la "irresistible" promesa de este tipo de articulos: hacer tu vida "mejor", más ordenada, de manera sencilla y rápida. Entonces, ¿por qué no compré las tapas? Bueno, pues me puse a buscar información acerca de ellas, de cómo funcionaban realmente y si eran efectivas. Encontré un video en el que se "demostraba" que no servían. Quizás se trataba de una campaña de desprestigio, pero decidí no arriesgarme. Al final, es muy probable que sí devuelvan lo que se pagó, pero la desidia ante un trámite más en la vida puede ganar fácilmente y terminaría siendo dinero tirado a la basura. ¿Y saben qué? Vivo sin esas tapas y no me han hecho falta para nada. Más allá de la forma en que una propaganda llegue a nosotras, creo que el procedimiento antes mencionado es una forma inteligente de consumo. No comprar por impulso, investigar y comparar precios, pero sobre todo, analizar la necesidad real. Me parece una reflexión útil para esta época navideña. ¡Felices compras!

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Culpa yuppie


A veces me sorprendo a mí misma haciendo planes para no estar en casa el día que viene la señora que hace la limpieza. No es que no me guste convivir con ella, ni mucho menos. De hecho disfruto nuestras pláticas, saber qué pasa en su vida, con su familia e inclusive escuchar su consejo cuando se da el caso. Es sólo que me da un poco de pena el "no hacer nada" mientras ella realiza el trabajo doméstico.
Sé perfectamente que Margarita no ve mal que yo esté con mi hijo, o que me siente frente a la computadora mientras ella barre, aspira, trapea, etc. Mi culpa es algo que no puedo explicar.
Otra actitud que me he descubierto es que empiezo a lavar trastes o a recoger ropa un par de horas antes de que ella llegue. Algo así como las amas de casa de antaño que sacudían la casa a conciencia ante la visita inminente de la suegra que pasaba el dedo en busca de polvo.
Supongo que se trata de una especie de lucha por el territorio. Aunque a ninguna de las mujeres de mi generación nos guste hacer el "que hacer", el cederlo a alguien más es como donarle una parte de nuestras vidas. Precisamente el otro día una querida amiga me decía que odia no tener tiempo para organizar su casa, y que siente que la ama y señora de su hogar es la mujer que la ayuda con la limpieza. Es ella, y no mi amiga, la que decide qué productos y de qué forma se usan, por citar un ejemplo. Otra amiga me decía que no soporta tener muchacha de planta, que ella prefiere hacer la mayor parte del trabajo a sentir que hay "otra mujer" en la casa.
Total que ahora resulta que tener (o aceptar que necesitamos) ayuda nos incomoda. Extraño fenómeno, pero sucede. Yo creo que, como en todo, lo mejor y más complicado es un punto medio. Con todo lo "fodonga" que me pueda sentir, prefiero que alguien más lave los platos para que yo pueda pasar tiempo con mi hijo o seguir ejerciendo mi profesión. Eso le da más oportunidad a mi hijo de tener una mamá más contenta y dedicada a las cosas que sí disfruta (sean propias del hogar o no). Mucho mejor, ¿no creen?

Limpieza de fin de año


Con todo esto de que me mudo y no me mudo, no he podido empacar. No quiero vivir con mis cosas en cajas más de dos semanas. Lo que sí estoy haciendo es ordenar y tirar a la basura todo lo que no sirve. Es impresionante cómo se esconde la basura en los rincones. ¿En qué momento guardé etiquetas de ropa tras cortarlas? ¿Cuántas bolsas de asas pensé que necesitaría en la vida? ¿Por qué sigo guardando ejemplares de revistas malísimas que compré en un ataque de aburrimiento? Lo que más me ha impresionado es darme cuenta que en el fondo de la alacena todavía había latas que caducaron hace cinco años. O encontrar decenas de cajas de medicina con una o dos pastillas que ya expiraron también. Sin temor a equivocarme puedo decir que nada soprende más que toparse con una etiqueta que dice "N$". ¡Nuevos pesos! ¿Alguien se acordaba todavía de que eliminamos tres ceros de los precios?

Que siempre no...


Calculé la mudanza para este fin de semana. A mí, que todo me encanta tenerlo calculado, planeado, calendarizado, como muchas cosas en este año, otra vez no me salió. Y como no fue ahora, ya no pasará hasta el próximo año. Diciembre es demasiado complicado como para, además, llevar la casa a cuestas.
Mucha gente asegura que una remodelación es más cansada y tardada que una construcción. Yo no entendía eso hasta que me metí a hacerlo. Es cierto. En la edificación de una vivienda nueva, todo se hace a medida, sobre necesidades específicas, los contratiempos son mínimos. Al rehabilitar una casa ya hecha, uno se encuentra con limitaciones propias del inmuebe original. Hay que adaptarse a lo que se tiene, o bien tirar y volver a hacer, lo cual es bastante desgastante. A eso se suma que cuando parece que un recurso se logró, se presenta siempre algún tipo de eventualidad no prevista. En fin, tampoco hay prisa. Es sólo que es un evento tan significativo que hay que hacerse a la idea por un tiempo, y el "siempre no" sólo prolonga la ansiedad.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Mudanza


Dentro de poco menos de tres semanas, mi pequeña familia y yo nos cambiaremos de casa. Confieso que estoy aterrada. En algún lado leí que mudarse es una de las tres primeras causas de estrés en la vida de una persona, siendo los dos otros dos motivos eventos tan tremendos como la muerte de un familiar o pasar por un divorcio. Debo aclarar que mi miedo no está fundado únicamente en la teoría. La memoria de experiencias anteriores es lo que más me atormenta. Ese espantosa sensación de que uno NUNCA acabará de meter la vida en cajas, la interminable aparición de objetos inclasificables y la perspectiva de vivir en el caos por un buen rato. Además está el riesgo de que se pierdan, maltraten o rompan cosas. Somos obligados a poner nuestras preciadas posesiones de toda una vida (valiosas o no, es lo que tenemos) en manos de desconocidos para que las manipulen cuanto sea necesario.
El peor recuerdo que tengo de mis traslados anteriores es el de empacar la ropa. Simplemente no podía terminar. La del diario, los abrigos, los vestidos de fiesta... fue tan abrumador que estuve tentada a dejar varias cosas atrás, y me juré analizar muy bien si valía la pena cada que tuviera el impulso de comprar un trapo más.
Por supuesto ese es una promesa que se olvida tan pronto como los dolores de parto, y aquí estoy otra vez frente a un bonche de cajas de cartón y a un paquete de rollos de cinta canela (que por cierto, nunca alcanza) pensando cómo le voy a hacer para aminorar el suplicio. Estoy segura que no hay manera fácil, pero me han pasado varios tips que aplicaré al pie de la letra. Ya dedicaré otro post a ennumerar los que me funcionaron. ¡Deséenme suerte!

jueves, 5 de noviembre de 2009

El arte de saber soltar


Tengo puesto un vestido que compré aproximadamente hace unos 17 años. Es negro, corto, de algodón, sin mangas. Es algo parecido a aquello que los fashionistas llaman Little Black Dress. De varios LDB's que tengo, éste es el más sencillo y usable. En su momento lo compré para lucirlo en "la disco" (Dios mío, sí que soy vieja) cuando iba a la playa. Después de un par de temporadas primavera/verano de uso a finales de los 90, esta prenda pasó una larga etapa en el fondo del clóset. Hace menos de 5 años lo rescaté, portándolo sobre jeans. Hoy me lo encontré en la desesperación de no saber con qué complementar los leggings que se imponían al frío clima de estos días. Me sorprendió muchísimo el hecho de que todavía estuviera ahí.
Si bien durante toda mi época de "hija de familia" la falta de espacio nunca fue motivo para deshacerme de nada, eso cambió hace ya tiempo. La primera gran limpia ocurrió cuando empecé a vivir sola. Sin embargo, ahí todavía tenía todos los clósets del departamento para mí sola. Empecé a desechar periódicamente cuando tuve que compartir los colgadores y los cajones con mi pareja, pero la verdadera debacle de mi antes extensísimo guardarropa empieza con mi embarazo.
Para no hacer la historia larga, resumiré diciendo que todo lo que antes me gastaba en mí ahora va en un 90% para mi hijo (no sé qué hubiera pasado si hubiera tenido una niña), y que, por razones de espacio, ya se ha ido todo lo que se tenía que ir. Eso resulta en una colección de ropa que comprende únicamente lo que vale la pena tener.
Encontrar ese vestidito todavía en mi clóset me hizo pensar que me acerco a un sano equilibrio. No estoy acumulando trapos que nunca volveré a ponerme, pero tampoco estoy tirando sin sentido. El hallazgo de esa prenda me llevó a pensar que he aprendido a separar lo que me sirve de lo que ya nunca usaré. En pocas palabras, que es posible que esté comenzando a aprender "el arte de saber soltar". Y digo comenzando porque seguramente es una tarea de toda la vida. Siempre aparecerán cosas que nos hagan dudar, eventualmente lamentaremos haber regalado algo y nunca faltará ese objeto que guardamos únicamente por nostalgia de un recuerdo. Me parece que lo importante es no depositar la carga sentimental en un objeto, sino en la memoria de haberlo vivido. Es fácil decirlo pero no aplicarlo. Además próximamente me espera una exhaustiva revisión del clóset con motivo de una mudanza más. Ya les contaré de qué tanto pude aplicar mi aprendizaje en el arte de soltar...


miércoles, 4 de noviembre de 2009

Romper un huevo



Hay algo catártico en el acto de quebrar el cascarón de un huevo. Quizás sea una percepción personal, pero al preparar cualquier platillo que incluya este ingrediente, considero por demás disfrutable el instante del "crack".

En una sociedad en donde impera el "no tocar", jamás está bien visto resquebrajar objetos. Eso se le deja a la gente que está fuera de sí, aunque ahora se me ocurre (no sé si exista ya) que podría ser una buena forma de terapia de desahogo. Por eso, cuando resulta necesario fracturar la estructura de un blanquillo, se experimenta un poco el sentimiento de liberación. Algo así como el palpable gozo de reventar las capsulitas del papel burbuja.

El efecto placentero aparte, pareciera que existe todo un arte alrededor de esta acción. Quien carece de experiencia, no logrará fraccionar el cascarón sin desbaratarlo en varios pedazos inasibles. Los mejores chefs hacen alarde de conseguir abrir el huevo, verter su contenido y tirar su "envoltura" utilizando una sola mano. Cuando las cáscaras se utilizarán para decorarlos y rellenarlos en Pascua, sólo se debe hacer una pequeña abertura por el extremo superior. No sé cómo se logre eso, pero por lo pronto lo que sí les puedo compartir son estos cinco pasos que encontré para romper un huevo exitosamente.

1-Toma el huevo con la mano que seas más hábil

2-Sujétalo entre el pulgar y los dedos índice y medio

3-Golpea el huevo suavemente pero de manera firme contra una superficie dura y no contra el borde de un recipiente, lo cual puede incrustar las partículas del cascarón dentro del huevo.

4-Si el huevo no se partió completamente, separa las partes haciendo presión hacia afuera con los pulgares

5-Vacia el contenido acercando el huevo al traste, no desde lo alto para evitar que se rompa la yema.

miércoles, 28 de octubre de 2009

De Miranda a Charlotte en 9 meses





Hace casi diez años, una versión más joven e inexperta de mí cambiaba de canal un sábado por la noche en un zapping desesperado por encontrar algo que ver en la t.v. Fue entonces cuando me topé con un capítulo de la ahora icónica Sex and the City. En ese momento, la serie todavía no era conocida en nuestro país. Yo no sabía ni qué estaba viendo, pero algo de lo que brillaba en la pantalla me atrapó (seguramente el tono femenino, "irreverente" y divertido), e hizo que en la primera oportunidad adquiriera la primera temporada en DVD.

Como el 99.9% de la población femenina (no conozco a ninguna mujer que no le guste, pero seguramente existe), me volví fan incondicional. A los pocos días de mi hallazgo, el ortodoncista determinó que era necesario sacarme las cuatro muelas del juicio, y tomé la circunstancia como pretexto para correr a comprar la 2a temporada y encerrarme todo un fin de semana a ver el box set completito. Y así, varios meses y muchos cientos de dólares gastados después, la revisé una y otra vez hasta, literalmente, el hartazgo. Repasé tantas veces las líneas, diálogos y gestos de sus protagonistas, que ahora no puedo apreciar el melodrama sin ser hiper crítica. Sus conflictos ahora me parecen los de un grupo de adolescentes y sus interpretaciones, sobreactuadas.

Sin embargo, en ese entonces todas estábamos fascinadas con el show. Cuando Sex and the City se hizo popular entre las chicas de mi generación, mis amigas más cercanas aseguraban que yo era toda una Miranda: una fémina casada con su trabajo, práctica, con humor ácido y sin sentido del romance. Acepto que, de las cuatro, fue con la que más me identifiqué una vez que superé mi etapa Carrie (todas tenemos una época Carrie, no es casual que ella sea la protagonista). Mis íntimas señalaban que la pelirroja y yo compartíamos inclusive el mismo corte de pelo, que ambas vivíamos solas con un gato y cuando me embaracé aseguraron que tendría un niño (y atinaron, ya tengo mi pequeño Brady).

Lo que ninguna vio venir es que, 9 meses después de dejar de trabajar en una oficina, me convertiría en toda una Charlotte. Así es: hoy descubrí que, después del mismo periodo de gestación de un ser humano, he renacido en una mujer que disfruta muchísimo ser una stay at home mom, y que su prioridad es su familia. No voy a negar que pasé por una tremenda fase de desperate housewife al más puro estilo Lynette Scavo, tratando a toda costa de regresar a los grandes corporativos y sintiendo que en casa no estaba haciendo nada bien.

Eso sí, que quede bien claro que nunca seré tan cursi como Charlotte. A las "Mirandas" de nacimiento siempre se nos puede encontrar un poco de nuestra naturaleza sarcástica a flor de piel, pero eso nunca nos impedirá disfutar de una tarde horneando galletas.

viernes, 23 de octubre de 2009

La buena vecindad


La palabra vecindad suele asociarse a un lugar en donde las familias de clase baja habitaban los cuartos de una gran casa venida a menos. La convivencia de grupos de personas con costumbres tan variadas era tan estrecha, que vivir ahí resultaba por demás conflictivo. No en balde Roberto Gómez Bolaños tomó un escenario tal para recrear su exitosa comedia, "El chavo del ocho".

Cuando digo "vecindad" me refiero a la relación que se establece con los vecinos. Ésta puede ser muy complicada, trátese de una casona compartida, de un multifamiliar, de un edificio de departamentos, de casas dentro de exclusivos condominios, o de países. Estar pared con pared, codo con codo, o lo que es lo mismo, frontera con frontera, puede llegar a ser una pesadilla si el nexo no se trata con el suficiente cuidado.

Desde que salí de la casa paterna, en donde había un idilio comodísimo y respetuosísimo con los vecinos, en mi vida independiente había logrado librar los problemas con los residentes cercanos. Habiendo elegido siempre construcciones antiguas, las fiestas, gritos de cualquier índole o llantos de bebés nunca causaron conflictos ni de adentro hacia afuera, ni en sentido contrario. En la oficina en donde trabajaba, por la naturaleza de trabajo creativo que ahí se realiza, no había paredes ni cubículos... todo era un gran piso en el cual uno se enteraba inclusive de los problemas maritales o médicos de los compañeros. Tampoco ahí sufrí la proximidad de otros seres humanos.

Mis dolores de cabeza comenzaron cuando me mudé a la colonia Roma, en donde abundan los letreros de NO ESTACIONARSE, SE PONCHAN LLANTAS GRATIS y el originalísimo NO ESTACIONARSE NI UN MOMENTO, NI UN RATITO, NI UN SEGUNDO, ¡NO SEA NECIO!

Una vez, estando embarazada y con las hormonas desquiciadas, llegué a tener un serio problema con una chica. Por gracia del destino esa mujer desapareció de mi panorama, y el lugar frente a la puerta de mi garage quedó libre para que cualquiera se pusiera ahí mientras yo no esté fungiendo como "la loca de la ventana". Lo maravilloso fue que, a fuerza de estar preguntando de quién eran los vehículos obstructores, llegué a un acuerdo con la vecina de la casa contigua: ella puede hacer uso de ese espacio, siempre y cuando haya quien lo quite cuando yo tenga que entrar o salir.

Ya me sentía lo suficientemente afortunada con haber llegado a ese acuerdo y de haber encontrado a una persona respetuosa y consciente, cuando la semana pasada, la dueña del corsa negro con una estampa de Stereo Joya, me dio una grata sorpresa. Para corresponder a mi "permiso", me regaló unos deliciosos xoconostles para preparar agua. No sólo me pareció un gran detalle de su parte, sencillo y sincero, sino que me dio la oportunidad de probar algo que no conocía y que me pareció exquisito. Todavía no tengo la oportunidad de agradecerle lo suculento del obsequio. Vaya, ni siquiera sé el nombre de esta amable mujer, pero este post es para ella y para todo el que pratique la buena vecindad en cualquier ámbito. Creo que (y parafraseando el pensamiento de Benito Juárez como bien amerita este tema), todo es cuestión de no faltarnos al respeto y de ponerse un segundo en los zapatos del otro.

miércoles, 21 de octubre de 2009

¿No tendrá los 3 pesitos?



El siguiente acto nunca ocurrió tal cual. Sin embargo, representa situaciones que se repiten cientos de veces al día en cualquier ciudad.

1 Interior. Supermercado - DÍA

Tras recorrer la fila única del establecimiento en tan pocos minutos que ni siquiera tuvo oportunidad de hojear una de las malas revistas que se encuentran entre los artículos de impulso, es el turno de nuestra protagonista para pagar. El dependiente pasa rápidamente por el escáner los productos a cobrar, y dice en voz alta el resultado cuenta:

CAJERO
- "Son 153 pesos."

Nuestra heroína saca un billete de 200 pesos de su cartera y lo extiende al empleado del supermercado, al tiempo que busca el boleto del estacionamiento para asegurarse que, esta vez, no se olvidará de sellarlo.

CAJERO
- "¿No tendrá los tres pesitos? Así le doy 50."

La consternación se nota el gesto de la mujer.

VOZ MUJER: OFF

-Sí los traigo, pero si se los doy, no me va a dar cambio para el "cerillo", para el "viene-viene" y para el estacionamiento...

MUJER
- "No, no traigo cambio".

El tendero lanza una mirada de sospecha que deja ver que no creyó la mentira de la señora que tiene enfrente, y con disgusto empieza a contar monedas...

CAJERO
- "Ash... ahí tiene, 47 de vuelto..."

¿Por qué nunca nadie tiene cambio? Mientras una se mueve en un ámbito "ejecutivo" (por llamarlo de alguna manera) pareciera que nunca hace falta. En los restaurantes, estacionamientos y hasta gasolineras se puede pagar con tarjeta. La propina se incluye ahí. Una sale y regresa a su casa sin necesidad de "morralla". No obstante, cuando se trata de andar en tienditas, comprando en puestos de mercados sobre ruedas, e inclusive en las grandes cadenas de supermercados, la necesidad de "suelto", se impone.

Recuerdo no entender por qué mi abuela y mi madre tenían monederos. Me parecía un accesorio por demás inútil y además, horrendo. No llegué a mis clásicos extremismos de jurarme a mí misma nunca usarlo, pero definitivamente no me veía cargando uno.

Bueno, pues les presento mi monedero. Está hecho de arillos de lata de refresco reciclados. Me lo regaló una ex-colaboradora que lo trajo de su país (Argentina). Es cool, hermoso y de lo más práctico. Ahora entiendo a mis ancestras... es tan necesario para alguien como yo, que a su uso se le podría aplicar un slogan de tarjeta de crédito: "No salga sin él". Otra vez: Gracias, Muriel.

domingo, 18 de octubre de 2009

No una Cenicienta cualquiera



La vida en sí es el más maravilloso cuento de hadas.

Hans Christian Andersen

Érase una vez una inexperta plebeya en una entrevista de trabajo. La que luego sería su jefa le preguntó cuáles consideraba eran sus defectos. Lo que a continuación sucedió, hizo reír mucho a la entrevistadora, y seguramente le hizo pensar que sería divertido trabajar con la chica.

La joven dijo: "Siempre estoy refunfuñando, pero eso no quiere decir que esté enojada, ni que me la esté pasando mal. Simplemente así soy yo, es mi forma de sacar la frustración en pequeñas dósis para no explotar después".

Esa doncella era evidentemente yo. A pesar de que inclusive en este blog siempre encuentro nuevos pretextos para desahogarme, no quisiera parecer una persona que no disfruta los pequeños momentos.

Dicen que la felicidad no es un estado que se alcanza y en el que se permanece. Es bien sabido que el "y vivieron felices para siempre" no existe. La dicha la conforman los múltiples destellos que iluminan la gris cotidianeidad, y hay que estar pendientes de no pasarlos por alto en espera de algo más deslumbrante. En el afán de hacer un ejercicio por señalar las cosas buenas de la vida, aquí les dejo mi top ten de highlights de una jornada cualquiera...


1. Sale el sol en el Palacio. A pesar de que el grito de mi niño desde su cuna significa que "se terminó la tranquilidad" por (al menos) 12 horas más, verlo paradito sosteniéndose del barandal y pidiendo desesperadamente mis brazos es, sin duda, el mejor instante de mi día.


2. Oscuro elíxir. Antes de apurar nada, un express cortado o un cappuccino preparado en estufa, bebido a sorbos (mientras checo twitter y la primera plana de un par de periódicos en línea), se impone para empezar bien el día.


3. No será con leche de burra, pero es un lujo de 15 minutos completitos. Durante todo el día soy multitasking: haga lo que haga, estoy con un ojo al gato (o al niño) y otro al garabato (mi labor en turno). Por eso el tiempo que paso en la regadera es maravilloso: es sólo para mí.


4. A recorrer la comarca. Salir por fin de la casa (tras haber resuelto una larga lista de pequeños quehaceres, y después de quitar a quien haya estado estacionado frente a la puerta de mi garage), representa todo un logro que siempre saboreo recorriendo una ciudad semi-tranquila tras la hora del peor tráfico.

5. A falta de palomas mensajeras - SEND. Sin duda alguna, darle click a este botón para enviar un mensaje que contiene una entrega, es uno de los instantes más satisfactorios de cualquier jornada.

6. Hora del festín. NUNCA en mi vida había gozado tanto la hora de la comida. Y es que, además de que ahora me deleito con comida casera, jamás había sentido que lo merecía más que ahora: significa que ya superé medio día y que ya de aquí en adelante, el ritmo va de bajada.

7. ¡Ting! El sonido de mi celular anunciando que estoy recibiendo una llamada, sms, un e-mail, o cualquier otra forma de contacto (vía Twitter o Facebook) con mis amiga(o)s, siempre me pone de muy buen humor.

8. Hogar, dulce hogar. Volver al hogar es el punto más alto del día de cualquiera. Para mí no significa ni remotamente que hayan terminado los esfuerzos del día, pero sí que ya los superé en un 70%.

9. El rey regresa al castillo. Todo el día podré parecer una Cenicienta cualquiera pero, cuando mi marido llega de trabajar, me reencuentro con el príncipe azul que me convirtió en toda una reina. Además, este rey no es un macho como los de los cuentos: cuando está en casa, se encarga del heredero tanto como yo.

10. A la rru rru nene... Que el pequeño tirano se duerma, me alegra tanto como cuando despierta en la mañana. Éste es el verdadero momento en el que pongo la bandera en la cima de mi día. Al contrario de lo que le pasaba a la sufrida princesa, para mí las horas de glamour son las más cercanas a la media noche. Colorín colorado, este cuento se ha acabado.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Trezidavomartiofobia


Así se le llama el miedo al martes 13. Es tan extendido el resquemor ante dicha coincidencia calendárica, que ya fue bautizado. De estos temidos días, sólo se dan de 1 a 3 en un año. Si ya hubo otros en el 2009, ni me percaté. Debo decir que nunca he asociado el número 13 con la mala suerte, y que inclusive soy su defensora. Nací en un día 13, del año 76, cuyos dígitos suman la misma cifra. Sin embargo, que se presentara el presagio de mala suerte precisamente el mes de octubre me pareció por demás tenebroso.
Mucha gente dirá que fue predisposición, pero desde antes de despertar, las cosas ya estaban mal. La luz se había ido en la madrugada. Estar sin energía eléctrica en un departamento de estufa y calentador de agua eléctrico, con el refrigerador lleno de perecederos comprados apenas la noche anterior, y con un niño de casi dos años que requiere leche, sopa y baño calentitos, es una verdadera catástrofe. Por si esto se sintiera exagerado, sólo quiero aclarar que cuando nos quedamos sin electricidad en el departamento, no regresa en varios días.
No quisiera quejarme por varios párrafos, así que resumiré. Mis planes de un día plácido sin salir de la colonia fueron cambiados por un coraje al encontrar una camioneta tapando la salida de mi garage, varias vueltas a la ciudad para poder cumplir con una cita que ya había sido postpuesta demasiadas veces y el por demás lamentable extravío de un billete de 200 pesos (en esta época de crisis, caray).
Son eventos que probablemente me han sucedido muchas veces, puede ser que inclusive haya sufrido todos juntos en un mismo día, en un jueves 16 ó viernes 29 quizás. Seguramente estoy acusando al martes 13 de forma inmerecida. A mi favor sólo puedo decir que, o hasta los más escépticos de vez en cuando caemos presos de las supersticiones populares, o algo hay de cierto en estas creencias. Como sea, ya es miércoles 14 y los daños no pasaron a mayores. Todo fuera como eso.

lunes, 12 de octubre de 2009

El tiempo artificial



A mediados de septiembre me espanté cuando, al descender de las escaleras eléctricas de una tienda departamental, de pronto me vi rodeada de árboles artificiales y adornos navideños. Taché de absurdo el fenómeno y seguí mi camino.
Aún cuando he pasado apuro para conseguir series de luces a mediados de diciembre, todavía no caigo en el juego de correr a adquirirlas tres meses antes de la celebración. Lo que sí tengo que admitir es que hace unos días (para ponernos en contexto, a PRINCIPIOS de octubre), compré un pan de muerto. Me estuve resistiendo un par de semanas pues, desde un mes antes, el delicioso bizcocho me había estado coqueteando desde los estantes de la panadería. A diferencia de la rosca de reyes comercial, el pan de muerto me encanta, así que terminé rindiéndome a la tentación.
Por radical que parezca, me sentí culpable, y no por el hecho de ingerir algo altamente calórico. Traicioné uno de mis ideales: el de no dejar que la mercadotecnia me diga cuándo celebrar una fiesta, o mejor dicho, el de no apurar la vida para caer en una concepción artificial del tiempo. Habiendo trabajado en revistas, ya muchos años viví dos meses adelante del resto de la gente; por lo mismo, entiendo perfectamente las razones estratégicas de las marcas: un press kit de San Valentín que llega a la redacción apenas regresando de las vacaciones de diciembre, ya no sirve para nada.
Sin embargo, no me gusta pensar en la vida como un plan de ventas. Ya bastante angustiante es sentir que no me alcanza el tiempo,ver que los días y las semanas vuelan, y darme cuenta que mi hijo, el cual apenas hace unos meses era un bebé, ya es un niño. Me rehuso a asumir que ya se acabó el año cuando todavía le falta poco menos de una cuarta parte. Quiero ser capaz de disfrutar cada momento y de tener conciencia de en qué época del año estamos. Y para que vean que va en serio, prometo no volver a probar un pan de muerto hasta principios de noviembre.

viernes, 9 de octubre de 2009

Comprando con los ojos


Los norteamericanos tienen un término, window shopping, que se refiere a ir a los centros comerciales para comprar únicamente "con los ojos". Se hace para pasar el rato, planear una futura compra, o simplemente para fantasear. Nosotros los mexicanos no tenemos una expresión exacta para la misma actividad, pero la frase que sí nos tenemos bien aprendida es: "Gracias, sólo estoy viendo".

Últimamente la he aplicado MUCHAS veces. Si bien antes tenía la costumbre de consentirme un poquito con una prenda de vez en cuando, ahora ese privilegio se reserva a las ocasiones especiales como cumpleaños, día de las madres y Navidad. Y creo que mi contingencia (que debe ser la de miles de personas más) la deben estar sintiendo severamente en los establecimientos comerciales, pues hoy mientras hacía un poco de window shopping, noté más solícitas que nunca a las empleadas de las tiendas.

Ante tal perspectiva ha pasado por mi cabeza la idea de llevar varias prendas a arreglar (cosa que, por cierto, nunca he hecho) y estaba considerándolo seriamente cuando me encontré con una nota que aseguraba que la crisis nos estará afectando a la mayoría, pero que hay gremios que se ven especialmente favorecidos por la misma. Uno de ellos es el de los sastres. Lo anterior no me sorprendió en lo más mínimo, más bien me consoló un poco. No soy la única que está pensando en darle una segunda oportunidad a esas prendas al fondo del clóset.

Esto es una prueba más de que estas épocas, en lugar de sufrirlas, hay que aprovecharlas para explotar la creatividad. Algo seguro es que ninguna otra mujer lucirá el mismo atuendo que nosotras. ¿Así o más exclusivo el asunto?


miércoles, 7 de octubre de 2009

Música de fondo


Trabajé tanto tiempo en la misma oficina que llegué a temer que, en mi lecho de muerte, alucinaría con la grabación que tenía que escuchar al revisar mis mensajes telefónicos. (Léase con tono gangoso): "Buzón de voz Meridian... Contraseña... Usted tiene # mensajes de voz nuevos. Mensaje 1, NUEVO, del número de teléfono 5-5-5...". Era tal mi angustia ante la posibilidad de que eso se metiera en lo más oscuro de mi subconsciente, que intenté muchísimas veces encontrar un atajo para acceder directamente a los recados sin pasar por la letanía anterior. Nunca lo logré, parece que era imposible.

Ahora eso ha quedado atrás, pero mi nueva preocupación es que nunca pueda sacar de mi cabeza los sonsonetes de las canciones infantiles del canal de programas favorito de mi niño. Y es que él no puede concebir estar en la casa con la tele apagada (la esté viendo o no).

No lo puedo culpar, los contenidos que existen ahora para los críos de su edad son tan fascinantes y bien realizados que hasta uno como adulto puede quedarse viéndolos un buen rato sin cambiar de canal. Sin embargo a veces me gustaría tener un poco de silencio.

Mi revancha llega cuando voy en el coche. A falta de un transmisor de f.m. decente para poder reproducir la música que tengo en mi iPod, y siendo muy descuidada como para cargar con mis cd's, me he convertido en una exploradora experta de las opciones radiofónicas. Cuando no encuentro nada de mi agrado musical, confieso quedarme absorta en los programas dirigidos a mi nicho mercadológico (mujer de 25 a 40, profesionista, con hijo(s) y que pasa tiempo en su casa). Antes no los escuchaba porque no estaba en el auto a la hora que los transmiten y porque no sabía de su existencia. Además su contenido tenía poco que ver con mi vida anterior. Ahora he de reconocer que ya hasta los busco, y que atormento a mi marido y demás conocidos con las entusiastas reseñas que hago de los mismos.

Creo que al final no soy tan distinta a mi hijo. ¿Cómo resistirse a algo que está especialmente dirigido a uno? Ni hablar, soy un target fácil, fascinada ante los medios que parecen nuevos a mis oídos, los cuales parecen ser presas fáciles del ruido externo. Mejor voy a poner un poco de música de fondo...

lunes, 5 de octubre de 2009

Agotada


Es lunes y estoy exhasuta. ¿Quién dijo que los fines de semana son para descansar? Cuando por fin llega el viernes en la noche, quiero hacer todo lo que no es posible en la semana: convivir con mi marido, no preocuparme por la hora de dormir, ir al cine, salir a cenar o tomar algo... sábado y domingo son para desayunar, comer y/o cenar con amigos y la familia... no queda tiempo para recuperar todas las horas de sueño que me perdí durante la semana.
"A descansar a la tumba", dice el refrán. ¿Pero con qué energía cuido a mi niño de casi dos años, al que le ha dado una mamitis terrible y cuyos pasatiempos favoritos son: treparse a los libreros, mesas y repisas de las ventanas, y perseguir al gato para taclearlo y (una vez sometido), morderlo? ¿Con qué claridad mental puedo contar para redactar y traducir todo lo que tengo que entregar? ¿De dónde saco fuerzas para lavar todos los trastes que tendré que enjabonar, enjuagar y secar durante la semana?¿Con qué cabeza pienso en lo que debo preparar para comer?
Podría seguir con la lista de cuestionamientos, pero debo ir a arrastrarme por los pasillos de supermercado... eso sí, con muy buenos recuerdos del fin de semana que acaba de pasar. Creo que al final eso es lo que nos queda de consuelo los lunes. Sí, definitivamente prefiero estar cansada y feliz de haberme divertido, que descansada y aburrida. Quizás debería considerar tomar vitaminas ... ¡sólo que no sean de esas que provocan hambre!

jueves, 1 de octubre de 2009

Culpa calórica


Sigo sin poder bajar el último kilo (que para estas alturas ya deben ser tres). La última vez que fui a la nutrióloga, la secretaria no estaba y debía llamar al día siguiente para hacer cita... ya pasó más de un mes y todavía no lo hago. Mi "justificación" (que también puede ser llamado pretexto) es que no puedo vivir eternamente con la figura de la nutrióloga como un gendarme que me impongo de manera voluntaria. Estoy convencida de que tengo que lograrlo yo sola, que ya sé "qué sí" y "qué no" debo comer, y que hasta que no llegue a mi peso ideal y deba entrar en mantenimiento, no tiene caso que regrese.

Me está resultando un tormento esto de contar calorías. Además, mi carácter radical y de extremos no me deja ser flexible. Siento que si como algo fuera del régimen, ya se desperdiciaron todos mis esfuerzos, cuando en realidad no es así. Me lo dijo la nutrióloga, me dio la lista de equivalentes, pero qué complicado estar revisando las hojitas cada que quiero comer algo fuera del programa.

Estaba sufriendo con todo lo anterior cuando me acordé de una aplicación del iPhone que una amiga me recomendó hace unos meses. Se llama Lose it! y básicamente es un programa que ayuda a administrar el "presupuesto" diario de calorías. Trae una lista de alimentos de la que una marca qué y cuánto ha comido y se va sumando. Así es mucho más fácil contabilizar realmente lo que estamos consumiendo. Sin embargo, más que resultarme útil, me parece un método culpígeno. Apuntar las 15 calorías del 1/8 de plátano que me comí para no tirarlo porque lo dejó mi bebé, me parece demasiado. Yo sé que es sólo mi percepción, que esto es una herramienta utilísima, pero creo que no es para mí. Sé la solución: ¡Tengo que hacer ejercicio! ¿Tendré tiempo algún día?

miércoles, 30 de septiembre de 2009

Cuidando mi reputación


Ayer twittée: "Por fin un día tranquilo, tengo que trabajar pero al menos no tengo que manejar". Y una amiga me puso en evidencia frente a todos mis followers:

-"@Dada13 siempre se queja de tener que trabajar".

Me hizo reir mucho y sonrojar un poco. No sabía que responder para reivindicarme, pues nunca me había dado cuenta de que fuera un lamento recurrente. Entonces le respondí:

-"Es que ya no es tan divertido como antes ;)".

Y es cierto. Si he expresado incomodidad no es porque sea floja. Tampoco porque me moleste lo que hago ahora. Sin embargo, antes era mucho más sencillo y divertido. Horario, lugar y métodos conocidos. Todo estaba puesto para hacer el trabajo cómodamente. Un gran escritorio, un equipo, colaboradores, es decir, toda la infraestructura de una enorme empresa respaldándome. Ahora yo tengo que encontrarme el tiempo de trabajar (que generalmente es de 6,00 a.m. a la hora que despierte mi bebé-ya-casi-niño, en la hora de su siesta, y de las 9,oo p.m. que se duerme hasta donde mi pobre cuerpo aguante).

Ya no tengo compañeros de trabajo con los cuales comentar los últimos acontecimientos de cualquier tema, ni voy a eventos, ni tengo un escritorio. Mi lugar de tabajo en mi mesa del antecomedor, y mis salidas se limitan a ir a dejar recibos, para lo cual hay que dar mínimo 4 vueltas a la ciudad pues tengo que ir a dejar a mi niño a algún lado para que me lo cuiden en lo que yo visito corporativos.

Y a pesar de la letanía anterior, reitero que no me estoy quejando. A cambio estoy con mi niño todo el día, no tengo que sufrir las peores horas de tráfico, ni vivo con el temor de quedar atrapada en Santa Fe por alguna inundación o caos vial. Me alimento de comida casera (mucho más sana y rica que el del comedor de una empresa o de un restaurante) y he aprendido muchas artes hogareñas.

En fin, este post tampoco es para glorificar la vida freelancera. Sólo intentaba limpiar un poco mi reputación virtual, que de pronto se me olvida que es casi hasta más importante que la real.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Si pudiera regresar el tiempo...


Últimamente he reflexionado exhaustivamente acerca de mi relación con el trabajo. Igual que cuando tuve que elegir mi disciplina (soy la típica universitaria que escogió Comunicación porque tenía un amplio abanico de opciones), nunca he visto la trayectoria laboral como un camino lineal y evidente.
Habiendo desempeñado múltiples funciones y puestos, e involucrándome en temas increíblemente variados, de mi experiencia han resultado gratas sorpresas. Vaya, no puedo decir que no he tenido mi ración de tropiezos y tragos amargos (vaya si los he tenido), pero al final he logrado sortear los obstáculos y los proyectos en los que he participado siempre han arrojado resultados gratificantes. Aún así, hay varias cosas que sé ahora que me hubiera gustado saber antes.
Si pudiera regresar el tiempo y darme algunos consejos a mí misma al inicio de la carrera, serían los siguientes:
1) Busca actividades y temas que te apasionen y vayan de acuerdo al momento de la vida que estás pasando - no hay nada peor que dedicar en algo con lo que una no se identifica, sobretodo cuando pasamos mucho tiempo en eso.
2) Nunca antepongas el trabajo a tu salud- tengo un dedo meñique chueco que siempre me recordará que hubiera sido mejor que me entablillaran toda la mano a ser "100%" productiva en un cierre editorial.
3) Toma los comentarios sobre tu trabajo con inteligencia emocional. - Antes de reaccionar de manera sentimental, respira profundo para responder de manera civilizada sin dejar de defender tu punto.
4) Nunca aceptes ambientes o condiciones laborales con las que no estés de acuerdo- sobretodo al estar "de planta" en una oficina, el lugar, la gente y influyen mucho en nuestro bienestar personal.

Y bueno, nunca es tarde para aplicar lo aprendido, así que ahora como freelance sigo elucubrando cómo crear la relación ideal con el trabajo. ¿Algunas ideas?

jueves, 24 de septiembre de 2009

T-r-e-i-n-t-a-y-t-r-e-s



Acabo de celebrar mi cumpleaños 33. Mi hermano mayor, en medio de una mini reunión que hice sólo con los familiares más allegados, me preguntó en un susurro casi inaudible "¿Cumples 33, verdad?". Le respondí en voz alta "Sí, cumplo TREINTA Y TRES", y alcancé a ver su gesto de incredulidad ante tal sinceridad y falta de tapujos.
Existe un estigma alrededor de la edad de las mujeres, como si entre más años hubiéramos vivido, perdiéramos algún tipo de valor. Recuerdo que cuando estaba en la universidad escuché horrorizada al amigo-del-novio-de-una-amiga decir que tener una novia de más de 25 era demodé . En otra ocasión una jefa que tuve me contó que su padre, desde que se divorció de su madre, tenía la costumbre de terminar con todas sus esposas (que han sido más de tres) cuando ellas llegaban a los 27 años.
Hay quien me regaña por decir mi edad. Aseguran que ahora no me molesta que los demás sepan cuántos años tengo, pero que en algún momento sucederá, y que si la gente tiene buena memoria, después me será imposible mentir. Jamás me ha preocupado aparentar ni más ni menos edad. Creo firmemente en el valor de cada etapa de la vida, y no encuentro razón para estar añorando el futuro ni suspirando por el pasado.
Curiosamente en medio de esta reflexión cumpleañera me encontré con esta nota, que marca episodios puntuales de la vida de las mujeres relacionados con los éxitos que han tenido. No sé cuántas féminas hayan utilizado de muestra para su estudio, pero me parece curioso que no me identifico con ninguno de los resultados que arrojó. Yo tuve la "crisis de los 30"a los 28, misma que terminó exactamente el día que cumplí 29. No puedo identificar un momento específico como "la cúspide de mi carrera", y con mis 33 años mis finanzas están peor que nunca en mi vida independiente. ¿Seré una rara? ¿Voy un año desfasada de las demás? ¿Significa eso que mi economía mejorará considerablemente a los 34? ¡Ojalá! Por lo pronto sigo esperando el momento ideal para hacer un festejo en grande, no lo hice a los 30, tampoco a los 33... ¿sucederá a los 35?

martes, 22 de septiembre de 2009

Tanto que disfrutar, poco tiempo para hacerlo.


Anoche vi la grabación de la entrega de los premios Emmy. De no ser por mi adorado TiVo, me la hubiera perdido. Muchos de los shows nominados no los conocía, no sólo porque no los pasan en nuestro país, sino porque además uno no puede ver TODO lo que hay en la televisión. Pero independientemente de que no soy tan adicta a ninguna serie me di cuenta que, los programas de los que sí soy fanática, hace mucho tiempo que dejé de verlos. De hecho, de no ser por esa maravilloso aparato digital o por los box set en DVD, no conocería ni de la quinta parte de los programas que puedo ver en los ratitos que me quedan libres (y además con la maravillosa ventaja de darle fast forward a los anuncios). Eso me recordó una conversación con amigos el fin de semana, en donde una parte del grupo apoyaba la idea de que la tendencia es a enterarse por 'flashazos' o de una manera superficial de lo que pasa en el mundo (noticias, libros, música, cine, reportajes, blogs, etc.). Otros asegurábamos que siempre hay tiempo de profundizar en lo que a uno le interesa.
Reconozco que yo también he sentido una gran angustia al toparme con referencias a temas de lo que nos gustaría indagar más, que me abruma la cantidad de información disponible en cualquier formato, que siento constantemente rebasada mi capacidad de dedicarles atención, que me afecta el bombardeo de mensajes que llegan por todos lados, pero siempre hay los temas favoritos para los que sí nos hacemos tiempo.Todo es cuestión de buscar momentitos... además ¿no es para eso que existen las herramientas tecnológicas como los podcasts, o los celulares con acceso a internet?

jueves, 27 de agosto de 2009

Upps...


Pasaron otros 30 días y me tocó ir de nuevo con la nutrióloga. Estaba segura que había subido por lo menos uno de los kilos que bajé el mes anterior, me porté taaaan mal las últimas dos semanas... Y es que, estar a dieta por un largo periodo, más que difícil es aburrido. Lo peor es que cuando ya se logró la mayor parte del objetivo, uno siente que se puede consentir un poquito, ¡error! El poquito se vuelve demasiado y aquí están las consecuencias. Lo bueno es que no subí, ni de peso, ni de porcentaje de grasa en el cuerpo, pero bajé sólo medio kilo de los dos que me faltaban. Me reprocho a mí misma no haber seguido bien el régimen alimenticio, ¡ya hubiera terminado y tendría libres los fines de semana! Ahora mi objetivo es seguir al pie de la letra el plan que me toca, ¡ya quiero terminar!

lunes, 24 de agosto de 2009

Escapada al spa


Solemos relacionar la necesidad de descanso a un proyecto vacacional que requiere una gran planeación, hacer un enorme gasto y recorrer bastantes kilometros de distancia. El resultado: pocas salidas y mucha tensión antes, durante y después del viaje. En realidad para encontrar un poco de sosiego, lo único que hace falta es alejarse de la rutina y algunos mimos. La semana pasada mi marido y yo dejamos al bebé en muy buenas manos y nos fuimos unos días a un hotel/spa a poco más de una hora del D.F. Fue fantástico. Y es que además de lo bien que hace abandonar el caos urbano y deslindarse de responsabilidades, los masajes poseen grandes beneficios para el cuerpo humano a distintos niveles. Favorecen la relajación física y psíquica, alivian la tensión (previniendo y eliminando el estrés y la ansiedad) y facilitan la absorción de líquidos, previniendo la hinchazón, entre otros muchos beneficios. Si a eso se le agrega unos baños en aguas termales, la combinación es inmejorable. Pero lo mejor de estar en un spa: uno no tiene que pensar en hacer de comer, lavar trastes o meterse en el tráfico. Apenas volví y ya me quiero volver a ir...

sábado, 22 de agosto de 2009

Fórmula para la eterna juventud



El otro día en un desayuno, una de mis amigas nos contó feliz que ya había encargado su iPhone. Todas las demás (usuarias de dicho modelo de celular) le aseguramos que se enamoraría del aparato, pero que para realmente disfrutarlo, debía entrar a Twitter. Ella nos miró renuente, y dijo que no tiene tiempo para esas cosas (mismo argumento que había dado antes para cambiar a un teléfono con acceso a internet). Mientras ella ponía cara de incredulidad, las demás intentábamos compartirle nuestra experiencia: se enteraría de temas de actualidad, conocería gente con sus mismos intereses, le resolverían dudas de todo tipo, recibiría recomendaciones musicales, etc...pero lo más importante, se sentitría más cerca de nosotras. Tras tanta labor de convencimiento, mi amiga acabó cediendo y aceptando (aunque yo creo que lo dijo sólo para callarnos). Sin embargo, más allá de los beneficios que se puedan obtener al echar mano de una herramienta como esta, lo más importante es que su usuario está al tanto de lo que está pasando con los medios y la tecnología, sabe qué son realmente, cómo funcionan, y por ende, se mantiene joven. Un viejo es el que no sabe usar un reproductor de dvd o una computadora, ¿no es cierto? Pues eso es muy fácil que suceda con alguien que deja de interesarse en lo que pasa con los nuevos medios de comunicación. Así que si quieren ser eternamente jóvenes (o al menos tener la actitud), a entrarle a todo lo que implique estar "al día". El yoga y las cremas pueden ayudar, pero creánme que estar informada y con la mente activa cuenta más que una apariencia de quinceañera. Por cierto, ¡síganme en mi twitter! http://twitter.com/Dada13

miércoles, 19 de agosto de 2009

¿Mamá o profesionista?


Hace poco en Lipstick Jungle (serie televisiva que disfruto mucho), Nico, una de las protagonistas y editora-en-jefe de Bonfire (una prestigiada revista en Nueva York), se presenta con un colega suyo. Él le pregunta sorprendido: "¿Una editora? ¿Le dan esos puestos a las mujeres?" Y ella contesta: "Sí, mientras no cocinemos o tengamos muchos hijos". Parecería un comentario gracioso sin importancia, pero tiene un tremendo trasfondo. Ahí les va otra historia: Una amiga tuvo un bebé a principios de este año. Todo la cuestión de permiso de ausencia se complicó a causa del nacimiento prematuro, y a pesar de que ella había calculado todo para tomarse unos días antes del parto y estar con él hasta que tuviera 3 meses cumplidos, las circunstancias quisieron que se viera obligada a dejarlo a los 42 días para regresar a trabajar. La decisión fue difícil a nivel emocional, pero a nivel práctico la solución era evidente: debía regresar a su oficina o ahí se terminaría su carrera. Ahora es mamá trabajadora, con la ventaja de que su horario laboral termina a las 3 p.m. y tiene la tarde para estar con su bebé. Muchas mujeres lo hacen inclusive saliendo a las 6 o 7, como yo lo hice un año. Sin embargo, son muy pocas las madres que llevan sus carreras hasta las últimas consecuencias, y no por decisión propia. Desgraciadamente el mercado laboral sigue siendo discriminatorio hacia las mujeres,y peor para las que son mamás. A las de nuestro género se nos ve como trabajadoras con complicaciones, y para que no quede en especulación mía, les dejo esta nota que lo confirma. Lo peor es que una vez que una mujer que es madre sale del mundo laboral (por la razón que sea), es muy difícil que se reintegre. En países del primer mundo no sólo dan de 6 meses a dos años de permiso por maternidad (entendiendo la importancia del asunto), sino que además le otorgan todas las facilidades necesarias a una madre trabajadora para que pueda seguir aportando lo mejor de ella tanto a la empresa en la que trabaja, como a su familia. Ni modo. Vivimos en un país que no apoya la necesidad (en el amplio sentido de la palabra) de trabajar de las mujeres, y las orilla a quedarse con una u otra opción. Ahí es donde debe salir a flote nuestra creatividad. Hay muchas maneras de trabajar que no son las tradicionales. Lo importante es no derrotarnos.

viernes, 14 de agosto de 2009

Accesorofilia


Algo así se llamaría el amor hacia los accesorios de cocina. Hace tiempo que tengo un affaire con ellos. Estoy perdidamente enamorada de su estética, de su funcionalidad, de cómo hacen la ya gratificante tarea de cocinar aún más agradable. Desde que acompañaba a mi madre a comprarlos, recuerdo pasar mucho tiempo admirando esos cachivaches, sin saber bien a bien para qué servía cada cosa, pero estando segura que quería uno de cada uno en mi cocina algún día. Cuando empecé a vivir sola, lo primero que compré para mi "departamento de soltera" no fueron floreros, ni velas, ni cualquier otro objeto decorativo, sino unas lindas y prácticas tijeras que hasta la fecha están en el cajón que queda al lado de la estufa. Mi padre me dijo "Qué bien, ya tienes el aire para tus llantas". Recuerdo que ante su puntual comentario acepté lo absurdo de mi compra; pero hoy, 7 años después, esa herramienta sigue siendo utilísima en mi hogar. Ahora traigo una fijación con los contenedores de comida (mejor conocidos como tuppers) herméticos. Además de conservar muy bien los alimentos, hacen más fácil acomodar todo en el refrigerador y los hay para cualquier tipo de contenido. Lo malo es que al sacar la comida de su empaque, la fecha de caducidad se queda en el plástico, por lo que me encantaría encontrar etiquetas para escribirla en cada recipiente. Otro utensilio que me encanta son los clips para cerar bolsas, que además son magnéticos y se pueden tener a la mano pegados al refri. O la cuchara parisien que sirve para sacar perlas de fruta . Este último me resulta de lo más práctico y glamoroso: yo lo uso para preparar el melón, en lugar de cortar cubitos y tener que pelearme con su dura cáscara. Podría seguir con mi lista, pero no lo haré para que no me tachen de rara (más de lo que ya deben haber pensado que soy). Que quede hasta aquí mi homenaje a estos preciosos artefactos.

jueves, 13 de agosto de 2009

Cocinar es una gran terapia


He descubierto que algunas labores propias del hogar son muy terapéuticas. Picar verduras o planchar ropa me resultan actividades relajantes e introspectivas (claro, mientras no las tenga que hacer con prisa). Como plus hay un resultado tangente y gratificante (sobretodo en el caso de la cocina). Sin embargo, cuando se vuelve obligación, puede ser bastante desgastante. Recuerdo a mi madre lamentándose del hecho de TENER que pensar diario en qué hacer de comer, y me parece que es una queja común de muchas amas de casa... Con todo lo que hay que hacer de manera rutinaria, rara vez queda espacio para la creatividad. Además se agrega el factor hijos-quejándose-de-que-no-les-gusta-esto-o-el-otro. O que no quieren verduras. O que de plano no quieren comer. Yo todavía no tengo ese problema. Mi niño todavía se alimenta de cosas muy sencillas, y yo, en un espíritu práctico, como lo mismo que él, sólo un poco más condimentado o con picante. Es una buena opción porque además son platillos muy adecuados para mi dieta, pero ayer estaba un poco aburrida y me puse a buscar una opción para preparar algo distinto. Preparé esta receta y quedó buenísima. Algo diferente, rico y sin perder de vista lo light. Lo mejor es que fue sólo una probadita de todo lo que puedo encontrar en línea... Así que seguiré experimentando.

lunes, 10 de agosto de 2009

10 cosas que me ponen de malas


Es lunes, buen día para quejarse. Vaya, no es que se requiera mucho para ponerme de mal humor. Como buena mujer, soy temperamental. Pero hay pequeños detalles, mínimas distracciones de mi parte (o descortesías de los demás) que hacen que me amargue el ratito... y es son cosas que considero que con un poquito de buena disposición se podrían evitar y viviríamos en un mundo mejor. Aquí mi lista.

1) Que se me olviden las bolsas de tela del súper. ¡Ah, cómo me molesta este descuido! Es coperar con la contaminación ambiental de manera innecesaria y además son más difíciles de cargar.
2) Que se me haga tarde cuando según yo salí con tiempo. Cuando me pasa me acuerdo que nunca se sale demasiado temprano y que, para mi carácter, es mejor esperar que llegar retrasada.
3) Que la gente sea desconsiderada en la calle. Es decir, cuando se quedan a la mitad de la calle y no pasan ellos ni te dejan cruzar, o cuando no te dan el paso por avanzar unos cuántos metros. O cuando el del coche de atrás toca el claxon cuando le diste el paso a un peatón, o cuando siendo peatón no te dan el paso, o cuando se estacionan en la puerta de tu garage...¡Qué poca cultura cívica!
4) No saber qué ponerme y perder tiempo decidiéndolo. Como que no es la gran ciencia vestirse para el diario, pero hay días que nomás no me gusta nada y puedo pasar un buen rato tratando de decidirlo. Pérdida de tiempo innecesaria.
5) Dejar para mañana lo que pude hacer hoy y que eso me traiga un problema mayor. O puesto en una sola palabra: la desidia. Y cuando se trata de pagos, puede costar los intereses... o que te corten el agua o la luz.
6) Que no me contesten un mail, un sms o un tweet. Hay gente que todavía no le da la importancia que tienen a esos mensajes, yo siempre digo que hacer esto en esta época equivale a voltearle la cara a alguien cuando te habla.
7) Que me pregunten algo y cuando empiezo a responder ya no me pongan atención. Si no les interesa lo que tienes que decir, ¿para qué preguntan?
8) Que se me eche a perder comida del refri. Es bien difícil calcular cuánto va a consumir una familia, pero es mejor ir dos veces a hacer la compra que tener que tirar a la basura alimento.
9) Desperdiciar el tiempo libre. Creo que siempre hay algo interesante que leer, ver o escribir antes que decir "estoy aburrida".
10) El maltrato al cliente. Se nos olvida que pagamos buen dinero al ir a un restaurante o contratar algún servicio y que debemos exigir que nos atiendan como deben.

¿Soy muy quisquillosa o compartes mis manías?

miércoles, 5 de agosto de 2009

Me siento maaaal...




Desde el martes traigo un resfriado tremendo. Nariz reseca, garganta irritada, pañuelos desechables al por mayor...Estar enferma es molesto, pero cuando además hay que cuidar un bebé, hacer labores domésticas y trabajar sin importar las condiciones de salud, la convalescencia se sufre en grado superlativo. Extraño esas épocas en las que, cuando me sentía mal, me podía meter en la cama todo el día a recuperarme ... o cuando, aunque no estuviera del todo bien, al menos en la oficina solamente tenía que trabajar, no preocuparme por preparar la comida, etc. Quiero dormir hasta sentirme mejor, y no puedo... Ni modo, supongo que de esto se trata ser parte de las superwomen de esta generación. Rectifico, no sólo de esta generación, porque aunque nuestras mamás no tenían la responsabilidad de la parte profesional, tenían muchos más niños. Entonces, en resumen, de eso se trata ser mamá. De pasarte del otro lado del apapacho, darlo todas las veces que sea necesario y en las condiciones que sean. También se aprende a recibirlo de distinta manera. Pero como no se trata de hacer una reflexión sobre la maternidad, sino sobre la salud, terminaré reconociendo la sabiduría del dicho "La salud no es conocida hasta que es perdida". ¡Ya me quiero estar sana!

lunes, 3 de agosto de 2009

La felicidad del hogar




No es gratuito que se le haya apodado así a la ayuda doméstica. En verdad que las personas que nos apoyan en casa son una bendición. Como ya he comentado en otro momento, uno puede estar TODO el día lavando trastes, recogiendo tiliches, preparando alimentos, y el trabajo NUNCA estará terminado. Porque además de lo anterior, para que una casa esté limpia, hay que sacudir, trapear, limpiar baños, lavar ropa, etc, y (falta de experiencia aparte) ¿a qué hora se supone que lo hagamos si además queremos pasar tiempo con los niños y tenemos entregas laborales? Así que sin duda es una fortuna contar con ellas. La señora que me ayuda se llama Margarita y nunca deja de sorprenderme lo bien y lo rápido que hace las cosas. En 4 horas deja la casa prístina, y además es una persona de toda mi confianza, al grado que tiene llaves de la casa. El sábado faltó y cómo la extrañamos. Eso me inspiró a escribir este post, el cual le dedico a todas esas fantásticas mujeres como Margarita (y Berta en casa de mi papá) que hacen nuestra existencia menos compleja. En otros países, las asistentes del hogar cobran por hora y como profesionistas. Así que tengamos eso en cuenta al tratarlas y pagarles: tenemos mucha suerte de poder contar con ellas.

viernes, 31 de julio de 2009

Y el ejercicio, ¿a qué hora?


Mi nutrióloga fue muy clara al respecto- la actividad física es absolutamente indispensable para obtener los mejores resultados con el régimen alimenticio que me recomendó. La combustión de calorías considera el movimiento "normal" de una persona, y para bajar se requiere activarse aún más. Y cuando lo dijo pensé que lo que me recomendaba tenía mucho sentido, pero que yo, como buena ama-de-casa-trabajadora-mamá-de-un-bebé-que-ya-camina, tengo mucha más acción que la mayoría de la gente. Sin embargo no repliqué y me di a la tarea de ingeniarme una manera de hacer ejercicio aparte de salir a caminar al parque con mi niño en la carriola.
Inscribirme en un gimnasio es una opción que queda descartada por el momento, pues aún no tengo con quién dejar a mi hijo para poder ir. Para salir a correr por las mañanas, tendría que hacerlo demasiado temprano (para regresar y bañarme antes de que mi marido se vaya a trabajar), y eso implica partir cuando todavía está oscuro, lo cual no resulta muy seguro. Fue entonces que vi que un cereal regalaba unos DVD's con rutinas de ejercicio. Era perfecto. Haría la rutina en la comodidad de mi casa y antes de que mi niño despertara y bendito remedio. Pero cuál ha sido mi decepción cuando en 4 supermercados ya no encontré dicha promoción, claro indicador de que muchas mujeres están en mi situación. Estaba a punto de darme por vencida cuando una idea cruzó por mi mente. En la televisión deberían pasar programas de entrenamiento, sólo que yo nunca las había visto. Y sí, así es. Encontré uno que diariamente muestra cómo hacer pilates y otro de yoga, y están fabulosos. No es el gran esfuerzo físico ni mucho menos, pero es una buena práctica para el cuerpo y una gran manera de empezar el día. Lo difícil sigue siendo levantarse antes de que salga el sol, pero yo sigo poniendo diario el despertador a las 6,30 am. A veces lo logro, otras no, pero por lo menos lo estoy intentando...

miércoles, 29 de julio de 2009

Y sigue la dieta...


Ayer me tocó ir a la nutrióloga. Es increíble que haya durado más de 30 días a dieta (con algunas pequeñas licencias, claro está). No fue el martirio espantoso que recordaba de otras ocasiones en las que me había puesto a seguir un régimen alimenticio. Al final sí me estaba aburriendo un poco de comer "lo que debía" y no lo que se me antojaba, pero ayer todos mis esfuerzos se vieron recompensados por el numerito que marcó la báscula y tomé nuevos bríos para la última fase. Un mes más y me pondrán "en mantenimiento". Suena a algo que le harían a un automóvil, pero es una guía para alimentarse de manera balanceada y no volver a subir de peso al momento de dejar el tratamiento. Creo que ese es precisamente el mayor reto de este asunto, encontrar DIARIAMENTE y para siempre, la manera de balancear mi alimentación. Lo bueno es que ayer la doctora me dio una lista de equivalentes, de manera que, no importa si en algún momento quiero o (por falta de opciones) tengo que comer algo que no es lo más nutritivo, puedo sustituirlo por otros alimentos de mi dieta diaria y de esa manera no altero mi ingesta de calorías. Suena al purgatorio en vida, ¿no? Tener que estar pensando PARA SIEMPRE qué estoy comiendo. Y sin embargo, conozco mucha gente que lo hace desde hace mucho tiempo y no lo sufren, es ya algo automático. Además no es sólo cuestión de estética sino también de salud, y... ¡siempre están los fines de semana para relajarse! La idea es nada más no seguir jugando radicalmente al sube y baja con la balanza. Aquí voy otra vez.

domingo, 26 de julio de 2009

Nunca digas nunca


Antes de ser madre aseguraba que, cuando tuviera hijos, estaría con ellos todo el día hasta que se fueran a la escuela, que NUNCA los dejaría a que los cuidara alguien más.
Nunca digas nunca.
Cuando mi bebé nació me sentía muy contenta en mi trabajo, por lo cual no hubo duda alguna de que lo que procedía era encontrar una buena guardería cerca de la oficina. Fue duro al principio, pero el poder ir a estar con él en mi hora de lactancia y al darme cuenta que mi crío estaba perfectamente bien ahí, se acabaron los sentimientos de culpa.
Y cuando ya estaba muy hecha a la idea de que mi retoño frecuentaría un centro de desarrollo infantil en mis horas laborales hasta por lo menos los 4 años, la vida me cambió... y ahora hace ya unos meses que estoy 24/7 con mi niño. Se me cumplió el sueño de cualquier mamá (sobretodo de las que no trabajan), pero creo que otra vez ha llegado el momento de buscarle un lugar en donde pueda convivir con otras criaturitas unas horas por las mañanas para que su madre pueda trabajar en casa sin interrupciones.
Desgraciadamente las guarderías están muy satanizadas, pero la verdad es que son lugares ideales para que los chiquillos hagan sus pininos en "sociedad". Ahí aprenden (mucho mejor que en casa) horarios, disciplinas y a relacionarse con otros pequeños humanos. Además gozan de actividades estructuradas y de estimulación en varios campos y pensadas especialmente para su edad. En la que estaba mi niño era una maravilla... desafortunadamente ya no me queda ni remotamente cerca, por lo cual empieza el scouting otra vez pues eso sí, encontrar la más adecuada es muy importante. ¡Deséenme suerte!

viernes, 24 de julio de 2009

¿¡Qué me pongo?!


Acabo de leer una nota en el periódico que asegura que las mujeres pasamos aproximadamente un año de nuestras vidas decidiendo qué ropa usar. No lo dudo ni un segundo. En mi caso seguramente serían dos. No es que todos los días me atormente tratando de encontrar la combinación perfecta, pero lo que sí tengo detectado es que, si llego a cambiar de opinión aunque sea únicamente acerca de una de las prendas que llevo puesta, el caos se hace inminente. Si no me siento a gusto con lo primero que elegí, es muy probable que pase más de media hora buscando, y aún así no logre encontrar ropa que me haga sentir cómoda ese día. Hay mujeres que eligen una noche antes su atuendo del día siguiente, yo no entiendo cómo lo hacen. ¿Cómo saber si hará frío, calor, si amanecerá lloviendo, qué humor tendrán, en qué tonos se les antojará vestirse? Eso sí, cuando nada más resulta, la ropa negra siempre es la respuesta. Sea blusa negra y jeans, o pantalón negro+ cualquier top, o vestirse toda de negro, recurrir al color del luto siempre es una solución aceptable. Las veces que he intentado hacerme asidua al gimnasio (ja), uno de mis mayores problemas ha sido el tener que decidir ropa llevar en la maleta. Me siento limitada, necesito todo mi guardarropa frente a mí para poder decidir qué usaré durante el día. Por eso también cuando viajo llevo demasiada ropa. Prefiero asegurar suficientes combinaciones a tener que usar un atuendo que no me satisfaga.
En este momento estoy entre tallas, por lo cual el "¿qué me pongo?" es casi cosa de todos los días. Mi "ropa de gorda" ya me queda grande y la "de flaca" todavía no me luce como debería. Entonces ni modo, creo que sufriré un rato más la falta de opciones en mi guardarropa hasta que "merezca" comprar más.

martes, 21 de julio de 2009

La culpa es de las feministas


Desde que salimos de la universidad y empezamos a trabajar, mis amigas y yo, de guasa, hemos comentado en alguna ocasión que para qué se inventó el feminismo, que sólo agregó trabajo y culpas a nuestra ya de por sí "complicada-por-naturaleza" existencia. Que todo era más fácil antes y que qué lindo ocuparse solamente de cocinar, cuidar bebitos, vernos bonitas y tener nuestra vivienda reluciente y llena de flores. Y que el marido nos dé ($$$) para que todo eso sea fácil. Antes de que nos acusen de "Susanitas", he de decir que sé bien que no somos las únicas mujeres modernas a las que les ha pasado por la cabeza que haber nacido en otra época hubiera sido más sencillo, pues me ha llegado más de un mail haciendo un chiste acerca de ello. Bueno, pues resulta que existe quien ha llevado más allá "la broma": navegando en Internet me encontré con este fenómeno. Se llaman Time Warp Wives y se trata de un movimiento de amas de casa (y sus maridos) que defienden la (muy) antigüa estructura familiar. Así, ellos asumen al 100% el rol de hombres protectores-proveedores, y ellas el de organizadoras del hogar y responsables de la crianza y educación de los niños en el mismo porcentaje. Estas parejas inclusive decoraron sus residencias al estilo americano de hace más de 50 años, para de esta manera hacerle un homenaje completo a la vida familiar que imperaba en las primeras décadas del siglo XX. Por inquietante y retrógrado que parezca, estas personas tienen un punto. Las dinámicas de pareja se han vuelto terriblemente complicadas, y por supuesto que antes todo era más sencillo: con roles bien determinados y mucha abnegación de ambas partes. Nos hemos perdido tratando de adaptarnos a los cambios naturales del mundo pero, al menos a mi parecer, esto no justifica que una mujer no sea capaz ni de cargar gasolina en su auto porque eso no es femenino (y así lo plantea dicha corriente). Qué postura tan inocente el querer regresar el tiempo y vivir en una burbuja cuando el mundo exterior ya no es aquel por el que suspiramos. Qué absurdo el esperar que una sola parte de la pareja cargue con un tipo de carga (sea económica o del hogar). Qué denigrante que una responsabilidad de tu existencia como mujer sea lucir espectacular en todo momento. De cualquier forma y como toda ocurrencia extravagante, divierte muchísimo y tiene una estética digna de pasar un rato revisando su sitio.