lunes, 21 de diciembre de 2009

Yo no olvido al año viejo



Ahora sí, estamos a punto de que se termine el 2009. El hecho de hacer un conteo que culmina con el comienzo del año nuevo, me recuerda la tradición de comer las doce uvas con las últimas campanadas del día 31 de diciembre. No he conocido a nadie capaz de pasarse esa cantidad de dicha fruta (con o sin semilla) antes de que ya sea momento de dar el abrazo. Si lo analizamos un poco, es bastante arriesgado, y pareciera la prueba final para llegar con vida a la nueva etapa.
Como sea, se acerca el momento de despedir este ciclo que, para muchos (y me incluyo), ha sido muy complicado. No conozco a nadie que considere que el 2009 fue un buen año. Cuando escucho que alguien dice "Ay, ya que se acabe el año por favor", pienso en que es un poco injusto culpar a un periodo orbital de nuestras infelicidades. Cosas malas pasan siempre, entre diciembres, o de lunes a viernes, en un lapso de 24 horas, o de un minuto a otro. Que estos últimos 12 meses han sido rudos, ni hablar. Sin embargo, siempre que un año agoniza me acuerdo de la letra de la canción de Crescencio Salcedo que interpretara Tony Camargo allá por los años 50, El año viejo. Debe ser la nostalgia al recordar las fiestas familiares de noche vieja de mi infancia, pero el mensaje de dicha melodía me quedó muy grabado: mejor que reprochar lo que haya sucedido, hay que ver lo bueno que los 365 días anteriores nos están dejando, para así recibir con la mejor de las actitudes al año que comienza. Y si de plano se impone un acto catártico, siempre se puede realizar un ritual para "deshacernos" del pasado. Le queda una semana, pronto pasará a mejor vida, y nunca hay que hablar mal de los muertos. Rindámosle honores al último año de la primera década del nuevo siglo. ¡Feliz año viejo!

jueves, 17 de diciembre de 2009

Inconsciencia navideña.



No me refiero a beber y manejar, o a sobregirar las tarjetas de crédito. Me explico: ayer vi a varios de los vecinos apurándose a colgar lucecitas para adornar las fachadas de sus casas. Queda una semana para Navidad y sólo los más organizados las tienen bien decoradas desde hace quince días. Sin embargo, al pasar por cierta zona residencial del sur, noté que ahí son todos unos profesionales, por no asegurar que existe una competencia no oficial. Las residencias retan indirectamente a las de junto y a las de enfrente, como en búsqueda del título de ser la que emite más luz, tiene más muñecos y reproduce más sonidos. En resumen, hay un duelo tácito por ver cuál luce más espectacular. A mí, que hasta la idea de poner un árbol que no sea demasiado cursi me conflictúa, este tipo de manifestaciones me resultan incomprensibles. Creo que está bien vivir el espíritu de la temporada, y cada quién sabrá cómo lo disfruta más, pero esto me parece realmente un despilfarro, de mal gusto y de energía (sin ahondar en lo peligroso que puede ser). Tanto se habla de cuidar el agua, de cuidar los recursos... ¡esto es un derroche excesivo e injustificado de los mismos! Lo bueno es que ya existen alternativas como ésta, e imagino que todo es cuestión de tiempo para que se popularicen... Por lo pronto propongo nombrar al vencedor de la contienda vecinal basados en los montos de sus recibos de luz. ¡Que gane el mejor!

miércoles, 16 de diciembre de 2009

¡La locura, la locura!



La época navideña debería ser una temporada de recogimiento y tranquilidad. No lo digo yo. Es una fecha religiosa, la cual además se suma al final del año en el que se supone que revisemos los logros y lo que nos gustaría mejorar al año siguiente. Sin embargo nadie se acuerda de lo anterior, y todo se centra en acelerar en lugar de bajar la velocidad. Hay que hacer todo lo que no se hizo en el año, comprar todo lo que no se compró, gastar todo lo que todavía no se tiene y comer todo lo que antes no nos permitimos. El espíritu caritativo se confunde con el consumismo, el de celebración con el del exceso, el gusto por reunirse con el compromiso, y todo acaba siendo una locura. Esto no pretende ser un sermón sino una reflexión. Tomar distancia y pensar en lo que realmente deberíamos estar haciendo en lugar de dejarnos llevar por la costumbre o la generalidad es algo realmente difícil. Sin embargo me parece que en esto de la Navidad es algo en lo que se puede empezar para disfrutar más y poder aplicar el principio en otros aspecto de la vida.

viernes, 11 de diciembre de 2009

Sume y sume calorías


Y no lo digo porque las esté contando, ¡sino porque las voy acumulando en mi cintura! Hay mujeres que dicen que todo se les va a la cadera. Otras aseguran que identifican claramente cuando están "pasaditas" de peso porque sus mejillas se transforman en cachetes. En mi caso es el talle. Nunca he tenido que cambiar de talla de pantalones porque ya no suban de las caderas, pero sí porque no logro abrocharlos. Mis blusas y camisetas pueden seguir quedándome, pero definitivamente no lucen igual.
Todavía no ha llegado la cena de Navidad y yo ya me siento rolliza. Mis esfuerzos de hace unos meses ya se fueron todos por la borda. Y es que todas las reuniones están llenas de tentaciones... y cuando no hay celebración, están las sobras del día anterior... y si no es eso, es que "ya para qué me cuido, mejor cuando terminen las fiestas". Qué miedo, esto no acaba hasta el Día de Reyes. Ya les contaré cuál fue el saldo de despedir el año comiendo todo lo que se me atravesó...

martes, 8 de diciembre de 2009

Afecto hecho a mano con una linda envoltura



Confieso que no he comprado ni un regalo navideño. Eso sí, hace un par de meses me hice de una colección fabulosa de papel para envolver. Atribuyo este fenómeno a un hecho biográfico. Como la mayoría de los mexicanos de mi generación, tengo muy grabada en la memoria la frase "Regale afecto, no lo compre". Debo haberla escuchado cuando era muy niña, en medio de una de las muchas crisis que ha sufrido nuestro país. Me hacía tanto sentido... a pesar de mi corta edad, entendía perfectamente el mensaje: No es necesario darle algo a alguien para que se sienta querido; un regalo no tiene por qué ser caro, sino adecuado y de corazón.
No obstante, alrededor de esa época, a la par de mi proyecto escolar, empezaba mi desenvolvimiento social. De alguna extraña manera interpreté que los mejores regalos de un "amigo secreto" eran los más caros, o los que venían de más lejos. Me avergonzaba muchísimo cada que mi madre sugería que para la fiesta de cumpleaños de alguno de mis compañeros yo llevara, como presente, un disco. Y es que mi padre estaba en ese negocio, entonces yo sentía que era demasiado evidente que no habíamos GASTADO en ese obsequio.
El tiempo siguió pasando y los momentos de dar un regalo en sociedad me resultaban cada vez más complicados. Desde la primaria hasta el intercambio navideño de la oficina del año pasado (en el que el mismo director general estaba incluído), si no en lo familiar, siempre ha habido un ámbito en el que dar un presente se convierte en un esfuerzo por quedar bien.
En un mundo ideal uno nunca debería estar obligado a dar un regalo, y el afecto debería ser la mejor demostración de agradecimiento como canta el slogan. Desgraciadamente existen compromisos sociales. Aún ante ese panorama, sea para quien sea, la mejor forma de asegurar que un obsequio será del agrado de quien lo recibe, es pensar realmente en los gustos y necesidades de esa persona. Envolverlo con esmero también habla de un esfuerzo y cuidado especial. A partir de eso, el presente puede estar inclusive hecho por nosotros y el éxito está garantizado y coronado de un toque personal que nunca será olvidado.

sábado, 5 de diciembre de 2009

Mujer al borde de un ataque de promociones navideñas



Recuerdo perfectamente la primera vez que fui a una venta nocturna de una tienda departamental, pues fue una experiencia traumática difícil de olvidar. No podía creer la cantidad de gente que había. Las personas llevaban a cuesta electrodomésticos, computadoras, juguetes, y algunos iban acompañados de muchachos que llevaban en diablitos televisores o enseres más grandes. En especial me impresionó que las escaleras eléctricas echaban humo por la cantidad de gente que llevaban encima y tantas horas de estar funcionando. Había que hacer fila MUCHO tiempo para poder pagar, y lograr salir del estacionamiento resultaba una hazaña prolongada. Aquí debo hacer un paréntesis para aclarar que las multitudes me abruman de manera patológica. Me pongo tan mal, que he llegado a sospechar que padezco agorafobia. Por lo mismo, ese día no compré nada. Tuve que esperar de muy mala gana a que mis hermanos hicieran sus compras, mientras yo me ocultaba en un rincón en el que sentía un poco protegida de la multitud.
Juré nunca volver a uno de esos eventos, pero muchos años después y por culpa de las irresistibles promesas de descuentos, puntos y regalos, pasé por alto mi juramento y este año volví a caer en el error. Como la situación económica no es la mejor, la multitud y la cantidad de sus compras ya no era la misma. Sin embargo sigue siendo una experiencia bastante desagradable. A esto hay que sumarle que ya que uno está ahí las promociones no son como las pintan y generalmente no aplican en los artículos y marcas más interesantes. Además como ya soy ama-de-casa-cuidadora-del-gasto, comparé precios en distintos establecimientos y me di cuenta que en donde hay estos eventos comerciales, los importes están tan inflados que uno acaba pagando un excedente mayor que si cobraran los intereses en sus mensualidades.
Resumen: es una experiencia que es mejor evitarse. Y de convenir realmente a nuestros intereses, lo mejor es estar ahí a la hora que abren la tienda... ¡Felices compras!

jueves, 3 de diciembre de 2009

¿La Navidad llega a esta casa?



Ayer estuve en una casa en la que, literalmente, parece que explotó la Navidad. Sólo en el baño de visitas había QUINCE objetos alusivos a la época, incluído un aparato que cantaba mientras uno estuviera sentado en el retrete. Lo más extraño del asunto (sí, aún más extraño que esa máquina de tormento auditivo y psicológico) es que dicha residencia está en Cuernavaca. Entonces, mientras el sol brillaba afuera sobre el agua de la alberca, adentro resplandecían miles de luces artificiales. Aquí en la ciudad, mientras veo cada vez más decoraciones navideñas a través de las ventanas de los hogares ajenos, en la sala de mi casa bien podría ser abril o junio. Todavía estoy debatiéndome entre poner un árbol o no hacerlo. Todo el mundo argumentaría que con un niño de dos años, la tradición se impone. Sin embargo, tengo fuertes razones para dudar de la idea.
En primer lugar, no tengo espacio para un árbol de tamaño "normal". Entre el creciente número de objetos de mi pequeño y la adquisición de nuevos muebles para la casa, estamos más apretados que nunca. Eso me deja con la opción de un mini árbol, lo cual ya apliqué las últimas dos Navidades. Lo anterior no representaría demasiado problema si no fuera porque quiero que sea natural. No soporto los árboles artificiales.
En la víspera del nacimiento de mi hijo (la fecha tentativa de parto era el 24 de diciembre, pero por suerte se adelantó una semana), me encapriché con un divino arbolito hecho de ramas frescas. Era toda una obra de arte (y así me costó), y a la madrugada siguiente nos fuimos al hospital, regresando tres días después a encontrar un departamento que de verdad olía a Navidad y un arbolito completamente seco. El aroma de pino inunando el espacio que recibió a mi bebé justificó todo costo que se hubiera sentido excesivo, pero el arbolito lució bien sólo 4 días, 3 de los cuales no estuvimos para verlo.
El año pasado me llegó de regalo a la oficina un pinito en su maceta. Me pareció ideal para mi limitado espacio, y pensé que duraría mucho más que mi extravagancia del año anterior. Me equivocaba. La pobre plantita murió a menos de una semana de traerla a la casa, supongo que ya venían secas de origen.
Por todo lo anterior, este año no sé qué hacer. En verdad no quiero parecer apática, pero no hay ni dónde ponerlo, y por ningún motivo usaré un árbol artificial. No creo que esto marque de por vida a mi niño, que gozará de grandes árboles en casa de sus abuelos. Estoy pensando en hacer una instalación de luces en forma de árbol colgada en una pared... no lo sé todavía. Cualquier sugerencia será bien recibida.

martes, 1 de diciembre de 2009

¡Primero de diciembre!


¿A dónde se fue el año? Parece que fue ayer cuando, en febrero, dejé de trabajar en una oficina. El 2009 pintaba eterno, teniendo que estar en casa con un día igual al anterior tras otro. Sin cierres editoriales cada 3 semanas, sin tener que elaborar presupuestos, sin perseguir colaboradores... es decir, sin seguir la rutina que estaba acostumbrada a llevar a cabo todos los años. Y resulta que precisamente por eso, los días se esfumaron más rápido que nunca. Quizás todo es una ilusión, porque es bien sabido que para cualquiera el tiempo se va cada vez con más velocidad. Sin embargo sí creo que el hecho de tener que reinventar la cotidianeidad, de inventarme nuevas rutinas, de aprender nuevas labores, de tener distintos retos, resultó en semanas y meses que desaparecieron de manera aún más sutil. Está bien, pues... ya que el paso del tiempo me ha tomado por sorpresa, no me queda más que aceptarlo...que empiece la cuenta regresiva para el 2010.