viernes, 28 de mayo de 2010

El incómodo "ex"


Este post no se trata de desamor, pero sí tiene que ver con desilusiones del pasado. Con idilios a los cuales, como a esos noviazgos necios que no queríamos que finalizaran nunca, terminamos (para bien) por darle vuelta a la página. Mi intención no es hacer referencia a una pareja con la que rompimos, sino a un estatus perdido. A la incertidumbre de la definición personal ante un presente tan nuevo. Y es que ahora, cuando me preguntan qué soy, no me siento suficientemente ama de casa, ni suficientemente escritora, ni suficientemente traductora para presentarme como cualquiera de las anteriores. Entonces recurro al irrefutable pasado acompañado del engorroso prefijo y entonces me siento más impostora que nunca, como no queriendo soltar lo que ya quedó atrás.
¿Por qué necesitamos un título que nos defina, una empresa que nos adopte, una nómina que nos ponga un sueldo y que nos valore más que como sólo una chica? Eso es tan retro como ponerse el apellido del marido o llorar por el primer novio que perdimos, y sin embargo muchas veces se antoja indispensable para explicar de dónde venimos. Somos y hemos sido muchas y al final nada nos determina de manera absoluta.
Así que a veces una etiqueta como esta es la que se me antojaría portar. No podría haber mejor tarjeta de presentación.

martes, 25 de mayo de 2010

Enamorada



Si, como dicen por ahí, el amor a los hombres les entra por los ojos, ahora entiendo por qué a las flores se les ha comparado con las mujeres.
Y es que, he de confesarlo, me siento como un superficial varón ante la apariencia física: estoy perdidamente enamorada de la belleza de las flores.
Nardos, Casablancas, Azucenas... Me he vuelto dependiente de su aroma. Disfruto muchísimo ver cómo van abriendo las puntas de las Estrellas de Belén conforme pasan los días, y me parece un crímen que las Margaritas se deshojen en aras de conseguir respuesta acerca de un amor incierto.
Siempre pensé que estas últimas eran exclusivamente blancas. Ahora sé que, como las Gerberas (que son las mismas, sólo que más grandes), se encuentran una gran variedad de colores. Las verdes me tienen fascinada.
Intentar saberse los nombres de todas ellas es un reto mayor, y más cuando nadie conoce la nomenclatura científica (esperar semejante cosa sería absurdo) y se denominan de distintas formas, dependiendo de la región o del país. He notado, por ejemplo, que a las Lilis les llaman según su color (a las rojas se les conoce como Acapulco), que las Astromelias son conocidas en otro lados como Lirios peruanos, y que a las Bocas de dragón o Dragonaria, en nuestro folclórico país se conocen como "Perritos".
Las que me quitan el sueño desde ayer que las vi al pasar en el mercado son la Flor de ajo y la de Alcachofa. Su precio me hizo pensármelo dos veces, pero creo que el fin de semana iré a buscar un par de ellas.
Lo único lamentable de mi nuevo vicio es que las uso y las desecho, tal como lo hacen los machos de los que habla Manzanero en su bolero Cómo duele, que "ven una flor y les da por arrancarla".
Por eso estoy considerando tener algunas en maceta (aunque la verdad es que jamás he logrado mantener con vida una planta). El sábado no me pude resistir y compré un Jacinto acuático, pues fue un flechazo a primera vista. Hasta ahora parece que voy bien y si llego a tener un "pulgar verde" como con el que nació mi marido, quién sabe, quizás hasta llegue a ayudar con el cuidado del jardín. Como sea, ahora tengo una aspiración más en la vida: llegar a ser florista, aunque sea de mi propia casa.

viernes, 21 de mayo de 2010

El eterno mañana




Los refranes me divierten mucho pero, así como reconozco su ingenio y sabiduría, hay algunos que me resultan pedantes. Vaya, hablo de esos que suenan como a regaño de abuelita, a ese resabido "te lo dije".
"No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy" sería entonces el que marca el patrón de los dichos que resuenan en mi cabeza toda la vida, pero que pocas veces pongo en práctica.
Cuando se me descompone definitivamente el elevador de la ventanilla del coche para no poderla subir más en plena época de lluvias, es que recuerdo por cuántos meses dije que iba "mañana" a arreglarlo. O cuando pude haber hecho un pago por internet antes de la fecha límite, pero no, porque hay que pagarlo el último día (aunque ya supiera que no iba a tener ni más ni menos dinero al llegar la fecha límite), y el portal del banco se crashea, y tengo que dejar de hacer lo que estoy haciendo para tomar el coche, entrar en un estacionamiento, hacer una cola tremenda, perder un par de horas de mi día... Y así, muchas veces me he dado de topes por no haber aprovechado que un día antes tuve tiempo de hacer algo que después se me complicó terriblemente.
Y sin embargo, me sigue pasando y seguramente así continuaré. Creo que, si mi vida se va a regir por un refrán, me quedo con "No por mucho madrugar amanece más temprano". Como que es menos ñoño, ¿no?

miércoles, 19 de mayo de 2010

Tenía que ser... ¿vieja?


El día de ayer platicaba con una amiga acerca de nuestros accidentes automóvilísticos. Yo he tenido MUCHOS y de todo tipo, ninguno grave por fortuna, algunos sí bastante aparatosos. Lo interesante de la charla fue la conclusión: fuera de los tontos percances que cualquiera (independientemente del género) puede sufrir cuando está aprendiendo a manejar, ambas tenemos en común que 75% (por decirlo en términos porcentuales) de los choques que hemos sufrido han sido culpa del otrO. Así es, esos 3 de 4 desagradables incidentes fueron provocados por un hombre.
Así que me puse a buscar estadísticas y encontré esto.
Las mujeres podremos no ser muy hábiles para manejar (y además, como en todo, hay muchas excepciones), pero por lo mismo solemos ser más responsables y precavidas. Los hombres suelen ser más irresponsables y agresivos al volante, desencadenando infortunios mayores.
Y como este mito, hay muchos otros que pueden leer aquí para darnos cuenta que no es que seamos "menos" que los hombres en ningún sentido sino que, generalmente, se nos hace muy mala publicidad. Así que no ayudemos a perpetuar los estereotipos: la próxima vez que alguien diga "Tenía que ser vieja" ya tienen con qué taparle la boca.

jueves, 13 de mayo de 2010

Detener el tiempo


No es casual que en algún punto de la historia el hombre haya soñado con detener el reloj. Los minutos se escapan velozmente frente a nuestros ojos convirtiéndose en horas, días, semanas, meses y años sin que podamos hacer nada por evitarlo.
Y en ese angustiante transcurrir pareciera que cumplimos al pie de la letra con todo lo ordinario (como los trayectos diarios, sacar la basura, lavar los trastos, la ropa, comer, dormir, etc.) y dejamos de un lado lo extraordinario. Tristemente solemos darle prioridad irrefutable a lo-que tengo-que-hacer, y guardamos lo-que-me-gustaría-hacer en el cajón que nunca abrimos ni para quitarle el polvo que se ha acumulado.
Este deprimente síntoma de la escasez de hedonismo de los tiempos modernos generalmente suele relacionarse con la llamada madurez y se acentúa con la edad, sobretodo cuando hay que barajar demasiadas responsabilidades.
No es que elijamos ser así, la vida nos orilla a ello, y en nuestros ajetreados itinerarios rara vez hay un apartado que se entitule "Tiempo para mí". Total que lo preocupante es que, un buen día, uno voltea para darse cuenta que ya pasaron veinte años y que todavía no ha emprendido ese viaje soñado, que no se ha inscrito en esas clases que tanta ilusión le provocaban y, que aunque Stephen Hawking acabe de dar tres opciones supuestamente viables para viajar en el tiempo, la verdad es que es poco probable que esa sea una posibilidad real para volver al momento en el que teníamos el espíritu fresco y la fuerza física de hacer muchas cosas.
Así que últimamente he luchado contra las mancecillas para ver si logro robarle los suficientes minutos para juntar tres horas y así poder asistir a una clase de meditación al menos una vez cada tres semanas. También estoy buscándole un agujero a los bolsillos del reloj para ver si con lo que encuentre ahí logro avanzar en la lectura del libro en turno. En ocasiones me quiero pasar de lista y, tomándome un espresso a las 7 de la tarde, logro ver si acaso un capítulo completo de la serie que es en este momento es mi preferida. Desgraciadamente el despertador me cobra esa ocurrencia con creces, y me hace darme cuenta que reducir mis ciclos de sueño sólo resulta en que al día siguiente la rutina me cueste más trabajo y termine aún más cansada. De cualquier modo no me voy a rendir. Seguiré buscando la manera de detener el tiempo un poquito cada día para privilegiar una actividad que no sea de necesidad básica por el puro gusto de hacerlo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Entre mujeres


Había una frase por demás dramática que se usaba como promoción para una obra de teatro que se llamaba igual que este post. Decía algo así como "Entre mujeres podemos despedazarnos, pero nunca nos haremos daño".
Indudablemente era impactante y pegajosa, prueba de ello es que hoy, más de 10 años después, sigo recordándola. Sin embargo, si la sigo teniendo presente también tiene mucho que ver con que siempre he puesto en duda es la veracidad de semejante afirmación.
Me vino a la mente este tema porque a mi mundo de problemas light, de señora clase mediera, de niñita consentida, se acercó una vida con muchos conflictos graves. Uno sabe que pasan cosas terribles, pero no es hasta que se conoce personalmente a la protagonista de una historia llena de violencia, dolor y confusión que se toma conciencia de lo importante que es la solidaridad entre mujeres.
Vaya, claro, idealmente el sentimiento fraternal debe existir para con todo ser humano. No obstante, siempre he pensado que el apoyo entre miembros del género femenino es fundamental, porque muchas veces nosotras somos nuestros peores enemigos.
Frases como "Le dieron el ascenso porque seguro anda con el jefe", "Se embarazó por tonta" y "El marido la dejó porque no se cuidaba", fácilmente se convierten en "La violaron porque lo pedía a gritos con su vestimenta".
Preferir los servicios de un profesionista varón porque "seguramente es más capaz", contratar a la soltera que no tiene hijos porque "responderá mejor", o decir que una mujer "no hace nada" porque sólo es ama de casa, es ayudar a perpetuar estos prejuicios. Los efectos son similares a los del malinchismo en un país como el nuestro: el otro (en este caso, el género masculino) nunca dejará de tener la ventaja. Entonces, si considero que es necesario crear una cultura de solidaridad fundamentalmente de género, es sólo por el hecho de que, por más cambios y movimientos de liberación femenina que hayan sucedido hasta este momento, seguimos llevando las de perder, y mucho tiene que ver nuesra propia actitud ante la situación. ¿Necesito más conclusión que eso?

lunes, 10 de mayo de 2010

¿Quién se ha robado mi festival?


Tendría unos 13 o 14 años cuando acompañé a mi mamá al festival del Día de las Madres del maternal de mi hermano más pequeño. La idea no me había causado mucha gracia y ni siquiera sé por qué estaba ahí, lo que sí recuerdo perfectamente es haberme conmovido hasta las lágrimas cuando las pingüiquitas de 2 y 3 años salieron al escenario a cantarle a sus mamitas. Mi madre, que estaba presenciando esto por al menos vigésima vez (estamos hablando de que el que estaba en el escenario era su quinto hijo) me hizo mucha burla. Como sea, desde ese día tuve la ilusión de que, algún día, yo asistiría de invitada especial (y no de colada) a un evento similar.

Eso tenía que haber sucedido hoy pero, como muchas cosas en la vida, resulta que siempre no. Al parecer en algunas escuelas decidieron que no era justo que los papás no tuvieran una celebración igual a la de las mamás, y ahora se está estilando juntar las dos fiestas en una sola. Sobra decir que no estoy de acuerdo con el concepto y que no soy la única. Entiendo la parte de recalcar la importancia de ambos procreadores, de no despilfarrar recursos ni perder tiempo, pero seguramente el día que se lleve acabo este festejo alternativo habrá muchas más mamás que papás porque ellos no se pudieron ausentar un par de horas de la oficina (aunque las mamás que trabajan sí lo hayan hecho).

Al final no pasa nada, igual voy a ver a mi niño cantar en un par de semanas y me va a encantar que mi marido esté ahí también. Simplemente es volver a recordar que la igualdad se debe basar en la diferencia, que ser mamá NO es igual que ser papá y que no sólo se trata de reconocerlo un día al año, pero que la tendencia a homogeneizar no ayuda.

No me queda más que felicitar a todas aquellas que, como yo, se despidieron para siempre de su cuerpo "de soltera', dejaron de consumir lo que les gustaba durante todo el embarazo y la lactancia, a las que ya nadie les cuenta lo que son los dolores de parto o la recuperación de una cesárea (o ambas), a las que han perdido (y seguirán perdiendo) horas irrecuperables de sueño y a todas aquellas que su (o sus) hijos son la razón para levantarse todas las mañanas antes de que salga el sol. Feliz día. Y qué importa que no nos hagan un festival exclusivo, los papás nunca sabrán lo que es sentir que tu bebé se mueve dentro de ti.

domingo, 9 de mayo de 2010

Usted no debe preocuparse por el futuro


Últimamente el mensaje que encuentro por todos lados es "Hay que vivir el momento". Suena trillado, ¿no? Algo que hemos escuchado toda la vida. Sin embargo, esa afirmación generalmente se entiende como exprimirle hasta el última gota a los episodios extraordinarios de la vida para después evocarlos repetidamente y añorar sin descanso los siguientes. Esa es una interpretación perfectamente errónea del mensaje original. Yo soy muy impaciente. No sé si decir que me viene de naturaleza o que la cultura en la que vivimos me ha vuelto así. Lo terrible es que siempre lo he sufrido sin darme cuenta. Para mí, el tratar de vivir por adelantado hablaba de orden, planeación, y por ende, progreso. No fue hasta que, por recomendación de una querida amiga, entré a tomar clases de meditación y entendí el concepto de la frase de una manera completamente distinta. No voy a tratar de explicarlo, mejor les recomiendo este reportaje (en donde desarrollan el tema extraordinariamente) que fue otra de las señales que he encontrado últimamente, junto con un papelito que me salió hace unos días en una galleta de la suerte y en el que leí la frase que le da título a este post.
Nota:
Eckhart Tolle, a quien mencionan en el texto, tiene un libro que se llama El poder del ahora. (Cuando fui a comprarlo me preocupó que los dependientes de la Gandhi me miraran como a una de esas personas que buscan verdades evidentes en libros de superación personal. Pues bien, sólo les puedo decir que, literalmente, arriesgarme "valió la pena".)

miércoles, 5 de mayo de 2010

¿Es ella más que yo?


Es lo que se preguntan muchas al toparse con la imagen de una mujer espectacular en las páginas de una revista. Yo rara vez me dejo intimidar por esa supuesta perfección. Tras años de trabajo en publicaciones de moda y belleza, conozco perfectamente los largos procesos de estilismo a los que se someten las modelos y cuánto se retoca una foto antes de publicarla.
Sin embargo, tenía que ser en un día como hoy, en el que me siento vieja y achacosa, resignada a que nunca volveré a lucir como cuando tenía veintitantos, que me encontrara con esta nota.
Ya, ya. Es una superestrella y no sólo dedica varias horas diarias a entrenar en el gimnasio, seguramente también tiene un cheff personal que viaja con ella a todos lados. Tiene acceso a los mejores asesores y productos de belleza, y es muy probable que varias veces se haya dado una "ayudadita" quirúrgica. Eso no quita que tiene mucho mérito que una mujer de esa edad y que tuvo dos embarazos luzca así. A pesar de todas las facilidades antes mencionadas, lo que sí hay que admirarle es la constancia y la fuerza de voluntad, que con eso nadie pudo haberla ayudado. Y lo digo yo, que no me he decidido a pintarme el mechón de canas para no ser esclava del tinte y que rara vez me acuerdo de ponerme la crema anti-arrugas...

martes, 4 de mayo de 2010

A pedir de boca


Nunca fui dueña de uno de esos hornitos mágicos - de fabuloso diseño cincuentero- tan representativos de nuestra generación. Siempre me parecieron demasiado naive, inclusive para una niña de 7 u ocho años. Además creo recordar que en alguna ocasión probé uno de esos pasteles que supuestamente llegaban a su punto de cocción gracias al foquito de 30 watts que se encontraba en su interior. Obviamente esa fue la razón principal para que yo no anhelara poseer uno de esos juguetes. ¿Para qué iba a querer un aparato que producía bizcochos tan poco apetitosos? Cuando yo me puse a hornear fue en serio. Tendría 10 u 11 años y pasaba las tardes de viernes haciendo galletas que generalmente quedaban duras como piedras. Solamente mis hermanos menores eran lo suficientemente golosos y temerarios para arriesgar su dentadura a cambio de un bocado que además generalmente resultaba empalagosísimo. También preparaba pasteles, e inclusive tomé un curso en el que aprendí a hacer chocolates. Esos sí que me quedaban buenos.
Los años pasaron, y la falsa idea de que sería profesionista de tiempo completo eternamente me fue alejando de las estufas. Sin embargo, a partir de este tremendo cambio de vida por el que he pasado en los últimos meses, he descubierto lo que es la pasión por la cocina. Me he quitado manías (como la de no poder manipular carne cruda) e ideas absurdas (como que ciertas preparaciones, como la del arroz, están reservadas solo para las expertas) y me he lanzado de lleno a aprender las recetas de la familia materna. Siempre juré que éstas terminarían por perderse, pues no sería yo (la única mujer sobreviviente de mi familia) la que se diera a la tarea de recopilarlas y practicarlas hasta el punto de perfeccionarlas. Si llegaré a igualar a mi nana y a mis ancestras, se sabrá acaso dentro de un lustro sino es que una década. Por lo pronto la familia ya tiene una esperanza más (aparte de mi hermano que también se ha puesto a cocinar) de que la tradición no se pierda.
Lo que todavía no logro es manejar la frustración de que un platillo no quede "como debería" después de tanto trabajo e ilusión invertidos. Ahora sé lo que se siente querer tirar a la basura un guiso con todo y recipiente. Los que saben de estos menesteres me han consolado diciendo que este sentimiento es absolutamente normal y que, no importa cuánto mejore, nunca quedaré del todo satisfecha. Vaya panorama. Lo bueno es que siempre habrá un deli o un take out para sacarnos del apuro, pero el sueño de cualquier cocinera que se precie de serlo es que todo quede a pedir de boca.