jueves, 24 de junio de 2010

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa...


Cuando una se dedica a su casa, parece caerle encima todo el peso del sentimiento más enfadoso de la tradición judeocristiana - por eso yo ya me estoy interesando por el budismo, en el que tal concepto no existe: la culpa.
Sintiéndonos bajo la lupa de las leyes de este dios moderno al que llamamos sociedad, los motivos para experimientar remordimientos de conciencia son múltiples y las manifestaciones ominipresentes: en el aspecto económico, (porque no estamos administrando el gasto familiar tan bien como podríamos), en el de la alimentación (porque no estamos cocinando y/o comiendo tan sano como deberíamos), en el emotivo (porque nuestras múltiples responsabilidades no nos dejan pasar suficiente tiempo de calidad con el marido, los hijos, los padres, los hermanos o las amigas), en el físico (porque no estamos haciendo ejercicio o descansado lo suficiente para rendir mejor), en el higiénico (porque no estamos comprando los productos de limpieza más esterilizantes del mercado), en el social (porque estamos haciendo otras cosas mientras otra pobre mujer nos ayuda con la limpieza del hogar), en la educación (porque dudamos de estar formando a nuestros hijos "perfectamente"), en lo profesional (porque "¿En dónde quedó mi carrera?"), y así la lista puede seguir unos cuantos renglones más, pero creo que ya tengo un punto.
Quizá (sólo quizá), yo soy la única ama de casa neurótica que experimenta esto, pero sospecho que no. Y es que es sólo natural que pongamos tanto interés y preocupación en lo que hacemos, que suframos mucho más intensamente cualquier inquietud que pudiésemos haber llegado a sentir al realizar algún proyecto en el ámbito laboral: ahora es nuestra vida, nuestra familia, nuestra casa lo que está en juego.
Lo gracioso es que ninguna de nuestra decisiones puede tener repercusiones tan rotundas como imaginamos pero si no nos preocupásemos, ¿qué tipo de ama de casa seríamos? Una jefa de hogar relajada, pero a esas generalmente se les llama "fodongas" y ninguna de nosotras quiere ser tachada de tal cosa.
Pareciera que nunca estamos conformes. Si estamos tiempo completo en una oficina la culpa se presenta por sentir descuidamos la casa y la familia. Si nos dedicamos únicamente al hogar y a los niños ni el esfuerzo más grande y mejor intencionado es suficiente, y el desasosiego aprovecha cualquier huequito para instalarse. El estudio linkeado arriba sugiere que una posible solución son medias jornadas, pero sé de buena fuente que no es así. Lo mejor es no tomarse tan en serio el papel, jugar a que todo lo hacemos De entrada por salida y disfrutar los beneficios de ser multifacéticas. ¡Ya hubieran querido tanta versatilidad nuestras abuelas!

lunes, 21 de junio de 2010

El libro


Aquí les dejo la dirección correcta del libro al que hice referencia en mi text Pare de sufrir en vista de que cometí un error y cuando querían verlo las enviaba a la imagen del post. El libro se llama:

Happy Housewives: I Was a Whining, Miserable, Desperate Housewife--But I Finally Snapped Out of It...You Can, Too! de Darla Shine.

y se puede leer en este link en versión PDF. ¡La maravilla de estos tiempos!

viernes, 18 de junio de 2010

¡Pare de sufrir!


Esto no es una propaganda religiosa, es una invitación a disfrutar lo que haces, que, si me estás leyendo, muy probablemente que tenga algo que ver con ser ama de casa (aunque se aplica a cualquier ámbito). Y no lo digo de dientes para afuera, ni porque estas líneas las vaya a leer mi mi marido, ni para quedar bien con mis amigas que también se dedican al hogar, ni con aquellas que siguen trabajando. Esta es una afirmación desde una fuerte convicción de que mi tarea actual es un gran privilegio, sobretodo habiendo tenido anteriormente grandes satisfacciones profesionales.
Este post una invitación a cambiar de actitud ante la vida, porque pareciera que siempre estamos añorando lo que fue o lo que todavía no es. En el caso de las que ahora damos prioridad al cuidado de nuestros hijos, podría ser la eterna añoranza de la carrera perdida, de la maravillosa nómina quincenal, de la flamante oficina o del espectacular puesto que estaba impreso en unas elegantísimas tarjetas de presentación. También podría ser un futuro que ahora se vislumbra muy lejano en el que pudiéramos tener más tiempo personal o "regresar a ser esa que era yo".
Mi intención no es ponerme en el pedestal de un ser superior, ni de mujer abnegada, pues muchas veces suspiré con desesperación por lo anteriormente descrito, y sigo haciendo tremendos berrinches por tener que realizar algunas labores propias del hogar. También sigo lamentando muchísimo sentir que no tengo tiempo para mí. Sin embargo me he dado cuenta que tener esta oportunidad de cuidar a mi niño y de mi casa es algo valiosísimo, y que como tal lo asumo y lo disfruto. Reconozco que para llegar a gozarlo aún más (y sobretodo si quiero seguir con mis "chambitas" que me hacen sentir algo-más-que-una-ama-de-casa) necesito mucha organización y uno que otro consejo como "No te lo tomes tan en serio". Por eso me puse a buscar bibliografía y encontré este libro que promete darme valiosísimos tips. Así nada más de ver el índice, me doy cuenta que ya hay puntos que tengo muy claros, pero que no está de más recordar. Esa es la cosa de los temas de superación personal, que todo mundo dice que son verdades evidentes pero que ojalá las tuviéramos más presentes. Si lo leen, me dicen qué opinan. Yo ya lo empecé.

martes, 15 de junio de 2010

Mente de principiante


La primera vez que preparé un arroz no tenía idea cómo hacerlo. Pregunté, me dí a la tarea, cuidé los detalles y obtuve un resultado aceptable. Mis intentos subsecuentes han sido todos y cada uno de ellos un desastre. Le he dado vueltas al asunto y después de repasar medidas, condiciones y características de los recipientes, he llegado a la conclusión que mi problema fue mi actitud, creer que ya sabía. Estar convencida de que era muy sencillo y que ya dominaba el procedimiento y ¿saben qué? Ni la abuelita más experimentada, ni el mejor cheff del mundo puede darse el lujo de esa postura porque la cocina (como la vida) es tan caprichosa que siempre da sorpresas.
Ayer me presentaron este concepto, que en el Budismo Zen se llama Shoshin. Se refiere al ideal de mantener siempre la emoción por el inicio de algo, e implica sinceridad, modestia, humildad, franqueza, paciencia y sacrificio. Lograr y mantener esta disposición es muy difícil, pero a cambio se pueden obtener tantas posibilidades como las que ofrecería el viaje en el tiempo, pues para quien lo practica, cada oportunidad representa un nuevo comienzo.
Así que ahora tengo ganas de imprimir la representación caligráfica de esta idea para tenerla en mi mesa de noche, y verla al despertar y antes de dormir para nunca olvidarla, para iniciar cada actividad y todo nuevo día con la actitud de un niño que está descubriendo el mundo. No está demás para cualquiera, pero para mí que soy una impaciente por naturaleza, me parece casi tan necesaria como si fuera una prescripción médica.



lunes, 7 de junio de 2010

Corre que te alcanzo



Últimamente el reloj me está jugando una mala broma. Es casi como si pudiera ver las manecillas aceleradas dar vueltas completas a la carátula, como en ese recurso cinematográfico que se utiliza para representar el transcurrir de una época...Y yo, corre que corre.
Ahora resulta que los lunes me emocionan. Y esto no tiene tanto que ver con que me he buscado actividades gratas para iniciar la semana, sino más con el hecho de que los siento como una nueva oportunidad de ganarle la carrera al tiempo. ¿Será que esta semana lo lograré?

miércoles, 2 de junio de 2010

Si tienes tele...


La televisión nos proporciona temas sobre los que pensar, pero no nos deja tiempo para hacerlo.
Gilbert Cesbron

Ya casi nunca veo la televisión. Tengo acumulados como 15 capítulos de In treatment en el aparato de grabación digital que ya está al 80% de su capacidad, una temporada de Six feet under, una de Entourage, una de 30 Rock (todas en DVD), y muero por rentar los documentales de The September Issue, Helvetica, Objetified en el Apple TV...pero no tengo tiempo. Si llego a contar con unos minutos de sobra en casa (ja), tomo un libro, o una revista... o checo las redes sociales. En fin, por lo anterior, hace mucho que no veía comerciales. Ayer, al prender la pantalla para poner una película para mi niño, mi atención no pudo evitar ser atrapada por el anuncio de la película de Sex and the city 2 -una cinta que, aunque sé que está 3 veces peor que la primera, no puedo dejar de ver y reseñar.
El caso es que en cuanto terminó el promocional de la película, empezó la publicidad de un líquido para la limpieza de la casa. No voy a entrar en detalles del producto, pero el resumen es el siguiente: un ama de casa joven, guapa, que se nota contemporánea pues, resuelve rápido, de manera eficaz y de buen talante un aprieto en el que el marido "la metió".
Esos 15 segundos de publicidad estuvieron dando vueltas en mi cabeza toda la tarde. No sabía qué era lo que me causaba más conflicto, si que me hubiera identificado con la protagonista del mini drama comercial o que se siga perpetuando la idea machista de que una mujer tiene que saber hacer de todo, hacerlo bien y además de buenas. Entonces, una amiga posteó esto en su Facebook. Mi primera reacción fue: "Claro, 60 años han pasado y nada ha cambiado!". Sin embargo, después de pensarlo con la cabeza fría, creo que la diferencia principal radica en que ahora las que nos dedicamos a nuestro hogar (al 10 o al 100%), lo hacemos porque queremos. La mayoría de las mujeres de los 50's no tuvieron mucha elección. Ahora, eso no quita que para nuestra generación sea aún más difícil que para las del siglo pasado. Al final, a ellas las mentalizaron, canalizaron y prepararon para lo que tendrían que hacer. Nuestro caso es especialmente complicado porque pareciera que sólo nos proyectamos para estudiar y trabajar. Somos prácticamente la primera "camada" de mujeres que salen de las universidades a las oficinas por varios años, para después (o al mismo tiempo), tratar de procurar lo mejor en casa, y eso implica muchas ganas, dedicación, paciencia, frustraciones y sacrificios (tan banales como dejar de ver televisión). Y si no hay ganas, y/o tiempo y disposición, pues siempre se puede comprar comida hecha en la cocina económica de la esquina, por ejemplo. Yo sí prefiero aprender a cocinar y, por qué no, disfrutarlo. Sin embargo, la principal ventaja que tenemos sobre nuestras ancestras no es que tengamos alternativas para resolver lo que no podemos o no queremos hacer, si no que podemos hablar sobre ello. Lo que nos diferencia de nuestras abuelas es que ya no les servimos a todos para luego quedarnos en la cocina lavando platos, que no guardamos bajo llave nuestras recetas, y que hablemos de nuestras inquietudes no está mal visto, sino que hasta es comprendido y apreciado. Así que supongo que algo sí se ha ganado, aunque sigamos sin tiempo de ver cómo nos retratan en televisión, lo cual, creo, no está nada mal.