miércoles, 9 de mayo de 2012

Tú y yo en la jaula de los monos.


A pesar de que tenía tan solo 2 años, conservo recuerdos del viaje en el que se tomó la foto que ilustra este post. Y tengo la convicción de que es así porque fue entonces cuando por primera vez me enfrenté de manera conciente a muchas cosas que me atemorizaron, como meterme a la "jaula de los monos". Si logré superar varias crisis (como perder mi almohadita de seguridad minutos antes de subir al avión de vuelta a casa), fue porque ahí estaba mi mamá, acompañándome y sonriendo; intentando convencerme, como lo haría en muchas otras ocasiones, de que no importa cuán aterrador sea el panorama que tengamos enfrente, "no pasa nada".

Mañana se celebra a las madres, pero hace muchos días de esos que mi mamá no está con nosotros, tantos que ya perdí la cuenta. Son más de diez años, menos de 15, pero ese dato en realidad no importa.

Hasta antes de ese nefasto 15 de noviembre, por mi cabeza nunca cruzó que yo fuera a ser una persona que un día no tuviera mamá. En mi mundo rosa ese tema era como de ficción, no podía ser algo para nosotras. Y menos siendo tan jovenes las dos (ella tres días de haber cumplido 46; yo tenía 22, 2 meses y 2 días). Nuestra relación era tan intensa y tan rica (en todos los sentidos) que en mi imaginación nunca hubo un escenario en el que ella no fuera parte central. Pero de pronto ya no estaba, y tuve que aprender a ser yo sin ella, y no fue sencillo, pero al final, lo logré.

O eso pensaba hasta que me convertí en madre, hace poco más de cuatro años. Entonces volvieron a surgir un mundo de dudas y empecé a referirme a su figura más que nunca. Me di cuenta de cuántas cosas jamás le pregunté y cuántas dudas más que solo ella me hubiera podido despejar se me van a seguir presentando en los años que me queden de vida. Se volvió evidente que no hay manera ya de saber qué hubiera respondido, o cómo sería todo si ella siguiera aquí.

Quien la conoció bien me dice que hubiera sido una abuela amorosísima, consentidora y orgullosísima de sus nietos, y yo nada más no lo puedo imaginar, simplemente porque era tan joven cuando dejó este mundo que, ni yo estaba en edad de pensarme como madre, ni a ella como abuelita. Este noviembre cumpliría 60 y nadie quiere (ni puede) visualizar cómo luciría y actuaría ahora.

Una querida amiga perdió a su mamá el año pasado. Cuando fui al velorio me abrazó y me preguntó "¿Cómo le hiciste?". Me encongí de hombros y musité alguna tontería que ahora no recuerdo. Meses después mi amiga me dijo: "Me caga no tener mamá". No lo pudo haber dicho mejor. Yo siempre lo había sentido, pero nunca lo definí de manera tan precisa. Da mucho miedo y más coraje (enojo, pues) tener andar por ahí sin esa protección, sin esa referencia, sintiendo que te arrancaron la raíz, que perdiste toda tu fortaleza.

No importa cuándo se vayan ni de cuánto amor se esté rodeada, la cicatriz que queda no se disimula con nada. Tampoco se puede pensar que por ser ya "mayores de edad" se hace más fácil. No. Jamás puede ser ni remotamente sencillo, y siempre hubiéramos querido un poco más, que "por lo menos...", algo. Mi más grande reclamo al destino en este sentido es que Alicia no conociera a mis niños. Si bien me hubiera encantado que viera que trabajé en revistas (una pasión que ella me inculcó indirectamente), que viví sola, que me enamoré de (y logré enamorar a) un gran hombre, y una larga lista de etcéteras, lo que más me puede es que nunca haya visto la caritas de Joaquín y de Álvar... que nunca los haya cargado, que sea la abuelita que está en el cielo desde muchos años antes de que ellos nacieran.

Y sin embargo (siempre tiene que haber un sin embargo que nos devuelva la esperanza), hay un consuelo muy grande en la dolorosa experiencia de ser madre sin tener ya a la propia. Hace un par de semanas, otra amiga que también perdió a su mamá hace poco más de dos años (un par de meses antes de su boda), me preguntó cómo se vive la maternidad desde la orfandad. No le mentí: le confesé que era lo que más me había removido la tristeza y que mis días de llanto en la depresión postparto (en ambas ocasiones) tuvieron mucho que ver con el miedo a pensar que un día yo también dejaré a mis hijos a su suerte- y vaya si es un pensamiento aterrador cuando tienes un recién nacido entre los brazos. Pero también le dije que es precisamente la experiencia de ser madre lo que me ha acercado más, y por mucho, a ella. A su ser, a su esencia, a su perfección dentro de los límites humanos. Al final, al faltar, la relación con ellas se vuelve un eterna reconciliación a la que ya no se le suman más disputas, y entonces todo lo que hacemos es un gran tributo a ellas.

Feliz día, mamá. En mi cabeza y en mi corazón siempre seremos tú y yo en la jaula de los monos.

1 comentario:

  1. Me hace reflexionar y pensar... que sería de mi si mi madre no estuviera, y no me lo imagino, en verdad, no cabe en mi cabeza. Asi que gracias por que con tu relato valoro aun más que esté aquí.

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