viernes, 20 de marzo de 2009

La nueva agenda












Pues bien, los días pasan y me doy cuenta que estar en casa no es en absoluto más fácil que ir a una oficina diario. Y aún menos si se toma en cuenta el factor de que no cuento con una niñera, ni ayuda doméstica de planta, ni guardería en donde dejar a mi hijo mientras tengo que hacer todos mis nuevos deberes.
Cuando dejé de ir a la oficina, pensé que mi agenda se iba a quedar en blanco a partir de ese momento... ¡error! Las actividades no se parecen en lo más mínimo a las que apuntaba antes, pero de que hay que agendar asuntos para poder organizarme, los hay. Teniendo tantos años en la misma rutina de vida, uno ya se sabe las actividades, los caminos, los tiempos, el tipo de tráfico, horarios para comer, etc. que le esperan durante el día. Pero siendo nueva como ama de casa, no tengo referencias y debo descubrir todo poco a poco.




Mi día empieza a la misma hora que cuando iba a la oficina, 7 am. Me levanto, me arreglo, desayuno, aprovecho todo el tiempo que pueda antes de que despierte mi hijo. En lugar de ir contra reloj, voy contra chillido. En el momento en el que él se despierte, se acabó el tiempo para mí. Hasta ahí todo sería igual que antes, pero ahora tenemos distintas actividades según el día que sea.







En la guardería hacían muchas cosas por mi hijo que ahora tengo que hacer yo, entre ellas cocinarle y darle de comer diario, 3 veces al día. He tenido que aprender a pensar en menús semanales para ir a comprar cosas las menos veces posibles a la semana. Distintas maneras de preparar la carne, el pollo, el pescado... también a conocer los tiempos de cocción de las verduras (nunca más de 15 minutos para que no pierdan propiedades alimenticias) y a ir modificando las texturas de las papillas para que poco a poco empiece a masticar cada vez más. También a encontrar la manera de que coma cuando no quiere hacerlo, y a encontrar los productos que me pueden hacer la vida más fácil sin demeritar la calidad de alimentos que preparo. Y claro, a hacerme tiempo para ordenar la casa para que no "se caiga de mugre", como decía mi abuela.

Otra cosa que me trae en jaque es no olvidar nada al salir de casa. Todo es igual de importante que lo demás: llaves, cartera, celular, pañales, fórmula, etc. Cualquier olvido puede resultar en una gran complicación.

Y por supuesto, hay que encontrar tiempo para trabajar. Si lo dejo para el final del día, seguramente estaré tan cansada que no lo lograré.

Como ningún día es igual al anterior, me está llevando tiempo el descifrar la mejor manera de organizarme. Pero ahí la llevo, creo que no voy tan mal.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Ir al súper en mi nuevo rol (de señora/ama de casa)



A muchas de mis amigas no les gusta ir al súper. Lo ven como algo aburrido, y siempre encuentran pretexto para mandar al chofer. A mí, he de confesarlo, me encanta (y qué bueno, porque yo no tengo a quién mandar). En esto sí que me siento como pez en el agua (seguramente porque se trata de comprar, y eso, me encanta). Siempre, desde que vivía sola e iba sólo por unas cuantas cosas, gozaba el momento. Me gustaba hacerlo tomándome mi tiempo, recorriendo cada pasillo para asegurarme que no me hacía falta nada de ahí y que, de haber un producto nuevo, seguramente lo vería. También me gustaba ver qué llevaban otras personas en su carrito y a partir de eso, hacerme una idea de ellos.

Ejemplo del carrito de un soltero que va a tener una fiesta:



Pero la verdad es que ni los tiempos de crisis, ni esta nueva etapa de mi vida, me permiten hacer las compras como solía hacerlas antes. Hoy mientras estaba en el supermercado me di cuenta que esta práctica se me ha convertido en todo un ejercicio mental el resurtir la alacena. Al tiempo que voy sumando los precios de lo que llevo, estoy repansando mentalmente la lista que hice en mi celular, la cual veo sólo una vez al entrar y otra vez al salir del lugar (Esto me diferencia de las demás señoras que no son tecnologizadas y que llevan su papelito arrugado en la mano). Entre más rápido pueda hacer todo lo anterior, mejor. Así tengo más tiempo para hacer otras cosas y mi hijo no se desespera de estar en el carrito. Aunque parezca una tontería, hay que tener en cuenta el orden en que se encuentran distribuídas las cosas en el local, para no tener que regresar a la primera estantería cuando uno ya se dirigía a la caja (más cuando se trata de un supermercado grande). Llevo la cuenta aproximada de cada artículo que meto al carrito: Frambuesas, 30 pesos, papaya, 21 pesos… llevo 51. Unos pañales, 149… ya son 200. No lo hago de manera exacta, voy redondeando, pero así la sorpresa de la cuenta total no es tan grande y también puedo detectar fácilmente lo que estoy llevando por puro capricho. Hay artículos que son imprescindibles, hay que comprarlos cuesten lo que cuesten, pero otros que en realidad me estaba llevando sólo porque se me atravesaron en el camino y me gustaron. Supongo que de esto se trata ser ama de casa eficiente y ahorradora. Nunca pensé que lo haría y la verdad, hasta es divertido. Lo único que me falta es cambiar de cadena de supermercado según el día, para ir aprovechando las ofertas. No sé si lo haga algún día, ya se me hace demasiado. Bueno, eso y verme súper glam como algunas señoras que yo me pregunto, ¿a qué hora se fueron a peinar al salón y en dónde dejaron a sus hijos? Yo no me arreglo como de boda para ir a hacer "el mandado" y mi niño, a su escaso año de edad, ya me está haciendo berrinches porque quiere que le compre algo que vio, haciéndome el blanco de varias miradas reprobadoras. Así que creo que nunca me veré como una diva en este lugar.

Les dejo una foto de su servidora en dicho recinto, en la sección de endulcorantes. (Debe estar prohibido tomar fotos ahí dentro, así que la considero toda una joyita.)


La nueva

Cuando mi vida cambió de repente lo único que tuve claro es que no podía quedarme en casa en piyama todo el día. La imagen de una persona desempleada cambia totalmente cuando en la escena también hay un niño. Entonces, ¿qué podía hacer, además de ir al súper o casa de mi familia? Empezar a experimentar en la cocina era un buen (y necesario) comienzo.
Acostumbrada a los platillos de restaurante, mi inspiración está bastante influenciada por ellos... ¿por qué no hacer un pan francés de desayuno? Algo rico, nutritivo y bien presentado, espolvoreado con azúcar, canela y algo de fruta para acompañar... Algo que se viera así:














¿Fácil, no? Pues sí, pero la práctica hace al maestro y yo no tengo nada de experiencia en preparar desayunos. El resultado no fue el que esperaba, pero sí salió muy original. Despistada, inexperta, llámenme como quieran, pero en lugar de ponerle el azúcar y la canela DESPUÉS de pasarlo por la sartén, ¡lo hice antes! Y mi pan francés se veía así:
















Un error que sólo podría cometer alguien "nuevo" en la cocina. El pan quedó como caramelizado y no puedo decir que sabía mal (de hecho me pareció que a mi hijo le gustó mucho), pero sí algo raro de consistencia y muy feo en su presentación.

Siguiente actividad: ir al parque con mi bebé. Otra vez, me siento "la nueva". Todas las mamás parecen expertas en esto. Van en grupos numerosos, algunas inclusive llevan perros además de al niño (o niños) y la carriola. Están todas platicando súper a gusto mientras sus niños juegan. Tienen las carriolas todas juntas, como alineadas en un estacionamiento improvisado de coches para bebés.

Yo no puedo empujar el cochecito en el que llevo a mi hijo y sostener mi capuccino frappé light al mismo tiempo. No encuentro dónde sentarme sin sentir que usurpo un territorio. Mi niño se inquieta, quiere salir a jugar con los demás niños que ya parecen conocerse entre ellos, pero esta mamá es demasiado tímida como para acercarse...


















Para explicarme mejor, tengo un flashback a la primaria: miedo al rechazo en el patio de la escuela. Así que doy otra torpe vuelta esperando que cuando regrese, ya haya lugar para sentarme...

Clases de estimulación para bebés: Una idea fácil para llenar las horas y tener algo fijo que hacer en la semana. Llego al lugar, se ve bastante inofensivo.
















Me quito los zapatos, empieza la clase. Todas las señoras se saben las canciones. Todas saben qué hacer cuando empieza o termina una actividad. Platican entre ellas de lo que hicieron el fin de semana, de los avances del desarrollo de sus hijos, de la fiestecita a la que fueron o irán, no escuché bien. Yo pienso, ¿qué hago aquí? ¡Yo no suelo hacer esto! ¡Debería estar trabajando, no cantando canciones de ranitas! Quiero llorar... no se siente bien ser "la nueva". Hay muchos protocolos que todavía no me sé. Lo bueno es que el tiempo inevitablemente pasa y una deja de serlo. Y entonces es cuando uno empieza a disfrutarlo (espero).

De entrada por salida

Soy hija de una generación que creció con mensajes encontrados. Nos educaron para ser profesionistas, mujeres sumamente independientes, pero también para ser el pilar de un hogar. Algo así como Barbie (no en balde fui su fan toda mi infancia) en sus distintas presentaciones, pero todo en una sola persona.

Lo malo es que una empieza con esta idea:



















Eventualmente pasa esto...






















Y finalmente una termina viéndose así...















Esta muñeca de hecho existe. Es hilarante y terroríficamente parecida a la vida real. Cambia de zapatos, peinado, expresión (al igual que la de su bebé) según la situación (trae una cabeza extra como accesorio). Y es que en un escenario como éste, una acomoda las piezas como mejor puede. Pero, ¿qué pasa cuando las circunstancias, sean cuales sean, nos orillan a estar en casa siete días a la semana?


Ahora estoy en ese caso. Nunca había vivido algo así. Al poquísimo tiempo de haber salido de la Universidad entré a trabajar. Siendo parte del monstruo corporativo hice mi vida: salí de la casa paterna, me fui a vivir sola, empecé a vivir en pareja, tuve un hijo. De esa manera, actué acorde a ese estilo de vida: en la etapa de soltera iba al súper sólo cuando preparaba una reunión en mi casa, comía en restaurantes todo el tiempo, y cuando nació mi hijo lo llevé a un Centro de Desarrolo Infantil en el que pasaba 10 horas al día. Los trayectos diarios en auto eran aproximadamente de dos a tres horas en total. Las comidas caseras y la convivencia familiar estaban relegadas a los fines de semana. ¿Cocinar? Sólo en ocasiones especiales y los platillos que tenía dominados. El sábado era día de restaurante y el domingo para ir a comer a casa de alguna de las dos familias.

De pronto, la crisis de la que tanto se ha hablado, me alcanzó. Pasé a ser parte de las estadísticas, una más en las filas del desempleo, y me afectó al grado que ahora... resulta que me he convertido en lo que nunca pensé: ¡una ama de casa! Y si he de decir la verdad, no es tan malo. Una mujer de mi generación vive aterrorizada por el concepto de ama de casa tradicional. Aquella que depende totalmente del hombre de la casa, que no sabe hacer nada más que cuidar de sus hijos y de su hogar (eso sí, de manera casi profesional) y que no tiene ni voz ni voto en nada. Que hace las cosas como las hacía su mamá, que las aprendió de la abuela y así sucesivamente...



Pero mi generación ya no es así, y yo, ni aunque quisiera. Huérfana de madre desde hace más de diez años, estoy haciendo la vida doméstica como mejor se me ocurre. Aparte de eso, yo, yo, no he cambiado tanto: sigo trabajando en distintos proyectos como colaboradora independiente y sigo siendo quien soy, nada más que ahora tengo más tiempo libre para estar en casa, hacer cosas dentro de ella y disfrutar del ámbito familiar. Eso que siempre lamentaba perderme, ahora por causas de fuerza mayor me veo obligada a disfrutar. Así que digamos que en todas mis actividades estoy "de entrada por salida"... y este blog está dedicado a compartir (con todo el que quiera leerme) mi andar por el laberinto que es este nuevo mundo. Porque he de decir que todo esto puede ser tan austero o glamoroso como uno decida. Y a mí me gusta lo bonito.