martes, 21 de diciembre de 2010

La invasión de los papelitos


A donde voltee, ahí están. En la barra de la cocina, dentro de mi bolsa, sobre el buró, en mi coche. Siempre hay al menos uno de ellos, aunque la mayoría de las veces aparecen en pares. Pareciera que es imposible deshacerse de todos de una vez por todas. Y es que no importa cuántos tire, al rato ya tendré al menos tres más. La mayoría son tickets del súper, mi segunda hogar, pero los hay de todo tipo: notitas, listas del súper... y claro, también los hay en formato grande y de varias páginas, como estados de cuenta de teléfono, de los teléfonos celulares, del servicio de televisión de paga, del gas, del agua, de la luz, de la tarjeta de crédito, recibos de la escuela de mi hijo, copias de recibos de honorarios ... y yo no sé por qué antes con meter todo en un cajón me era suficiente y ya no. Ahora tengo varias cajas subclasificadas en fólders y ni así logro encontrar nada cuando lo necesito. Hasta los gatos tienen sus documentos (sus carnets de vacunación, pues) y es en este escenario que no dejo de desear que todo un día sea paperless. Sin embargo, el papel nos da una sensación de seguridad, distinta. No sé, quizás tenga que ver con aquello de "papelito habla" o que la intangibilidad de los archivos digitales nos pone nerviosos, pero el caso es que nos seguimos llenando de papeles. Sin temor a equivocarme puedo asegurar que los más molestos son los chiquitos, esos que se pierden todo el tiempo y que tienen o podrían tener información reelevante. Los vouchers de compras hechas con tarjeta de crédito son especialmente irritantes y en un arranque de radicalidad he optado por tirarlos a la basura en cuanto llego a casa (a menos que se trate de importes fuertes). Con este tema dándome vueltas a la cabeza encontré este artículo de cómo volverse paperless pero, ¿cómo se supone que uno encuentre tiempo de ponerse a escanear todo si hay días que ni la cama me da tiempo de tender? Podría ponerme romántica y decir que si se va a matar un árbol, que sea para algo que valga la pena. Vaya, algo como imprimir una foto, diseñar una tarjeta postal o fabricar papelería personalizada para que la correspondencia y las buena costumbre de escribir una nota en ocasiones especiales no muera. Sin embargo creo que el día en el que nos libremos de los papelitos está lejano, así que nos queda más que irnos organizando y deshaciéndonos de los que van apareciendo sobre la marcha.

viernes, 13 de agosto de 2010

Los que Dios te mande


Hace poco más de una semana mi papá me regaló un librito. No era de poesía, ni de cuento, tampoco una novela. Si hubiera querido complacerme pudo obsequiarme alguno de los textos emblemáticos del Budismo o una bella edición de arquitectura, pero se trataba nada más y nada menos que de una selección de intitulada: Nombres para el bebé. El acto, que en otro momento me hubiera parecido inconcebible, no me sorprendió. A pesar de que mi padre fue el más reacio de los tres abuelos de mi niño en convertirse en la imagen de un adulto mayor al que un mocoso hace como quiere, la verdad es que no puede disimular que a él también se le cae la baba con su nieto. Y mi adorado y por demás directo progenitor sólo hizo evidente lo que todo el mundo está esperando, porque supuestamente es lo sigue: un hermanito para Quim. (Y no me hubiera sorprendido que el compilado se compusiese exclusivamente de nombres para niña, que es la segunda ansiosa expectativa de todos los miembros de ambas familias).
No puedo culpar a ninguna de las cientos de personas (incluidos familiares, amigos, amigos de los familiares, amigos de los amigos, vecinos, maestras, conocidos y desconocidos) que nos han hecho la indiscreta pregunta "¿Y el otro, para cuándo?". Mi hijo ya está bastante cerca de los 3 años, y la mayoría de los niños a su edad ya tienen un hermanito. Todo el mundo dice que lo mejor es tener uno tras otro, respetando apenas el periodo de lactancia del primero, pero yo no sé cómo lo logran. Nosotros (en este caso excepcional me atrevo a hablar por mi marido también), por múltiples razones, hasta ahora consideramos que ya es tiempo de pensar en el siguiente bebé. Y en cuanto la gente adivina nuestras intenciones, aparecen otra vez las miles de preguntas: ¿y por qué otro? ¿para cuándo? ¿sería el último o quieren otro más? ¿otra vez se esperarían tanto? ¿y si tienen otro niño, no se animan a buscar a la niña? ______ (llena el espacio con la pregunta que quiera, seguramente ha sido formulada o será hecha en el futuro).
Para mí la situación que se propicia cuando uno habla de tener hijos es tan absurda como la infinidad de investigaciones que se realizan al respecto, algunas de las cuales estuve leyendo en línea. Existen aquellas que quieren encontrar una relación proporcional de la cantidad de hijos que una pesona o pareja tiene con los niveles de felicidad a la que puede aspirar la misma; las que infieren que, después de que tienes uno, más te vale tener todos los que se te antojen porque entre más, mejor (y también porque, de todos modos, habiendo tenido uno ya te cambió la vida); los que aseguran que tener hijos no te hará más feliz, sino todo lo contrario; los que hablan de lo poco eco friendly que es tener uno o más niños; los que advierten los terribles riesgos del síndrome del hijo único; los que niegan la existencia del mismo; etc., etc., etc. ad nauseam. La verdad es que todo esto me parecen patrañas, y si hay algo cierto que se puede concluir de todo lo anterior es que pensar en tanto factor sólo refleja nuestro egocentrismo: creemos que podemos controlar todas las situaciones, inclusive la de la procreación, cuando no hay algo más azaroso y divino (en toda la extensión de la palabra) que la concepción de un bebé. Sí, claro, hay quienes lo logran y tienen los que quieren, cuando los quieren y hasta del sexo que los querían. Sin embargo también existen millones de historias de los que no querían hijos y tienen uno o varios; de los que querían al menos uno y no pudieron; de los que querían, no podían, adoptaron y luego lograron embarazarse; de los que querían cinco y sólo pudieron tener uno; de los que sólo querían dos y tuvieron cinco; de los que querían tres y después del segundo decidieron "cerrar definitivamente la fábrica"; de los que no sabían ni lo que querían y tuvieron uno por casualidad en edades que ya no se suponen propicias para la reproducción; de los que después de que obtuvieron la parejita con la que soñaban, se intervinieron quirúrgicamente y de todos modos recibieron la visita de la cigüeña tiempo después; y así, agreguen la combinación de factores que más les guste o la historia más peculiar que conozcan. La realidad es que uno puede planear todo lo que quiera, pero al final no hay nada más cierto que se tienen los que Dios (o el destino, o como quieran llamarle) nos manda. Y querer hacer responsables a nuestros hijos (nacidos o potenciales) de nuestra plenitud o desgracia, de cargos de conciencia varios, de preocupaciones económicas o sociales o de la destrucción del planeta, es por demás absurdo y poco zen (siendo el Zen por antonomasia la tradición budista de la intuición y la espontaneidad). Uno tiene hijos cuando le toca y porque quiere y/o puede y ya, ¿no les parece lo único que se puede deducir después de todo lo anterior? Así que al final el regalo de mi padre (que tuvo seis hijos y a sus 77 años tiene un solo nieto) puede llegar a ser útil pronto, en varios años más, en una o varias ocasiones, o podría quedarse eternamente guardado en un cajón, pero eso no lo podemos saber ni planear. De todos modos se lo agradezco mucho porque si llego a tener otro varón, vaya que lo voy a necesitar.

jueves, 5 de agosto de 2010

Yo quería un Mini Cooper



Me gusta pensar que mi vehículo es un Jeep y no una camioneta de señora, pero la verdad es que tiene más de mamá van que de furgón para emprender una aventura todoterreno. En apariencia es bastante relajada, vaya, no es una de estas de tres hileras para nueve pasajeros; pero todo es asomarse un poquito para darse cuenta que esas cuatro ruedas transportan a una madre de familia y todo lo que la misma lleva a cuestas.
Yo no quería una SUV, yo soñaba con uno de esos coches que son tan chiquitos que llevan el adjetivo en el nombre. Uno de esos automóviles que hacen ver joven a cualquiera que lo conduzca. Desde que supe de la existencia de esas monadas me puse como meta poseer uno algún día, y estuve a punto de adquirirlo, pues en ese entonces yo aún no tenía a mi hijo. Lo que me hizo reconsiderar la compra fue el hecho de que, para llegar y regresar de la oficina, debía tomar escabrosas rutas que se tornan aún más ásperas en la temporada de lluvias. En el peor de los escenarios (mi integridad física aparte), mi carro miniatura ultradiseñado se vería muy poco cool arrastrado camino abajo por la corriente o enclavado en un bache.
Fue entonces que mi vista saltó al otro extremo de las escala de coches, y acabé comprando una camioneta. Ahora me alegro muchísimo de haber tomado esa decisión, pues a los pocos meses estaba embarazada y no sé en dónde hubiera metido la carriola, la silla del bebé, mi bolsa, la pañalera, las bolsas del súper y eventualmente a uno que otro pasajero. Y luego mi marido me pregunta que por qué en el piso de mi coche se pueden encontrar todo tipo de objetos, que van desde un caramelo chupado y derretido por el sol, hasta cáscaras de pistache, envolturas de lo que sea y papelitos varios. Es en verdad de no creerse que alguien que, como yo, padece la obsesión de andar limpiando y levantando todo a su paso, sea la dueña de una camioneta de vestiduras pringosas. Sin embargo, la explicación es muy sencilla: no me da tiempo de llevarlo a lavar y aspirar cada tercer día y mi coche es el auto "familiar', el que se usa para todo, al que se sube todo el mundo, en pocas palabras, el de batalla. Además, en este momento mi prioridad ya no es manejar un objeto de deseo. Ya me resigné a que tendré un minúsculo deportivo cuando mi(s) hijo(s) ya no necesiten ni sillas ni carriolas. Por lo pronto ahí está el coche de mi esposo, en el que siempre podemos contar para sentirnos otra vez jóvenes, solteros y compactos.

martes, 3 de agosto de 2010

Mamá (y papá) Van



Aperitivo antes del plato fuerte del viernes: el post que hablará sobre mi camioneta de mamá.

miércoles, 28 de julio de 2010

El que no tenga memoria, que se haga una de papel.



Nunca me he valido de una agenda para seguirle la pista al transcurrir de la vida. Jamás he rellenado los apartados alfabéticos con los datos de mis conocidos, y es raro que me tome la molestia de apuntar una cita o un pendiente. Si llego a hacerlo, no acudiré o resolveré el asunto en cuestión por haberlo visto escrito en una página, porque no tengo el hábito de revisar una libreta. Siempre he confiado en mi memoria, ese sistema mental que hace relaciones numéricas y encuentra referencias que sólo tienen sentido para mi cabecita loca, ese tía regañona que sirve como una especie de alarma de despertador que recuerda eventos importantes. Ese cascabelito que siempre había evitado que me olvidara de cumpleaños, fechas de pago y, antes de que dependiéramos de las agendas de los celulares y de la opción de discado automático, también de los números telefónicos de cualquier persona a la que le tuviera que marcar más de una vez.
Me gustaba pensar que aprendía las cosas tal cual reza la expresión en inglés by heart, es decir, que retenía la información no con la cerebro, sino con el corazón. Para que lo anterior no se entienda como cursilería, lo que quiero implicar es que recordaba asuntos por gusto y no por obligación.
Estoy refiriéndome a tal cualidad en tiempo pasado pues los últimos días he sentido que estoy perdiendo esa facultad. Con esto de que "ahora soy mi propia empresa", que vivo en una casa de la que soy la principal responsable, y que cuido de otra existencia (pequeñita en dimensiones pero enorme en significación), estoy empezando a pensar que es hora de cargar con un cuadernito para anotar todo lo que no debo pasar por alto. (Y sí, quiero papel y tinta. Mi móbil tiene una aplicación para cualquier menester de este tipo, pero por alguna razón, ni la lista del súper me gusta elaborar ahí.)
Atribuyo mi incipiente pérdida de memoria no sólo a mis múltiples ocupaciones. Quiero creer que es también porque estoy estoy iniciándome en el ejercicio de utilizar mi capacidad craneana para almacenar sensaciones y no datos.
Estaba dándole vueltas a mi teoría cuando me topé con esta nota, que no sólo habla de la ventaja de documentar la vida para fines prácticos sino también como referencia biográfica. Resulta que escribir las cosas es muy recomendable y, como apunta de manera metafórica, ayuda a aliviar nuestra "memoria RAM" y así bajan nuestros niveles de estrés.
La vida es aquí y ahora, y si transitando por ella voy a cargar con algo, prefiero que sean experiencias, imágenes y nociones, no datos y números. Que esos últimos se queden en el papel para cuando los neesite, que yo prefiero andar más livianita por ahí.

lunes, 12 de julio de 2010

Como relojito.



A unos cuantos meses de haberse convertido en madre y ama de casa, una amiga que fuera directora de arte de dos de las más prestigiadas revistas femeninas en México, me dijo que un cierre editorial se podía considerar una tarea simple comparada con el acto de llenar una pañalera. Por supuesto que no le creí y pensé que era una exagerada, pero le dí por su lado para que no se sintiera incomprendida (ya bastante mal la estaba pasando la pobre con el proceso de adaptación). Bueno, pues ahora no sólo le creo, sino que he comprobado en cuerpo y alma su teoría. No es porque nunca haya logrado salir sin olvidar echar algo a la pañalera, es sobretodo porque no logro desentrañar el orden que debe llevar una jefa de hogar. Ya sé, ya sé. Me lo han dicho infinidad de veces. Para que todo esto sea más fácil lo único que tengo que hacer es organizarme. Lo que sí necesito es que alguien me diga cómo se hace eso, pues llevo más de año y medio intentándolo y todavía no he descifrado el sistema. Yo solía llevarle el pulso a un equipo laboral, mes con mes triunfaba en la faena que representa que todos los colaboradores externos entreguen su trabajo puntualmente, veía porque se cumplieran a rajatabla con los calendarios, era rarísima la vez que mi equipo y yo dejábamos la oficina después de la hora de salida, nunca me pasé ni un peso del presupuesto establecido y no es por alardear, pero en más de una ocasión ganamos premios en nuestro ramo... En resumen, el proyecto profesional que tenía a mi cargo marchaba "como relojito". Sólo que eso era pan comido comparado a lo que tengo que calcular ahora: precios fluctuantes de los alimentos, altas sumas injustificadas en los recibos de los servicios, ausencias imprevistas del personal doméstico, incumplimentos por parte de cualquier prestador de servicios, solicitudes repentinas para las actividades de la escuela del niño, no poder mandar al querubín a clases por algún síntoma sospechoso, encargos laborales de hoy-para-mañana, y demás eventualidades que en verdad encuentro dificilísimo (como decía Silvia Pinal en la película El inocente) controlar.
Me he acercado a las expertas, he consultado bibliografía, en resumen, he realizado investigación en general. Les voy a ahorrar berrinches y les voy confiar lo que he descubierto: Nadie parece tener un plan que comprenda más de 24 horas, y el mismo se tiene que hacer a las 6,30 (a más tardar 7) a.m. del mismo día. Ponerse metas a cumplir en rangos de 15 a 20 minutos también me funciona, pero estén advertidas: ni siquiera así hay la garantía de que todo saldrá como esperaban. Algunos aspectos (como citas con el doctor o hacer una visita social) se pueden manejar en términos semanales, y sólo las vacaciones se pueden preveer de 1 a 3 veces al año (si se tiene suerte). Pero no más. Y entonces me doy cuenta. Claro, así es. Estar en casa es tan impredecible como la vida misma. Esto no es una revista.

miércoles, 7 de julio de 2010

Soy un cliché



Todas nos sentimos únicas y en cierto sentido lo somos, pero no hay que creérsela. Así que empezaré por poner el ejemplo y lo admitiré de una vez por todas: soy un cliché. Si se asoman a mi bolsa encontrarán una lista del súper, un carrito de mi niño, tickets de compras y un estuche "de cosméticos" cuyo contenido se ha reducido a un espejito, una lima y un bálsamo para labios. Nunca sé en dónde dejé mi cartera. Voy al mercado, compro flores para mi casa. Comento el precio del jitomate bola con quien se deje. Me emociono cuando me topo con un accesorio de cocina lindo, o con esa espátula que tanta falta me hacía y que no había encontrado en ningún lado. Siento ganas de llorar cuando no me sale el arroz. Me encanta la ropa, los zapatos, los lentes y las bolsas. Hace mucho que no me hago un corte de pelo atrevido porque ni tiempo tengo para peinármelo. Tengo un hijo y quiero otro (y quién sabe, quizás otro más). Tuve una carrera ascendente y ahora "freelanceo" exclusivamente dentro del horario y calendario escolar (o por las noches). Cuando no estoy saturada de pendientes, hago galletas para amenizar una tarde. Leo apenas un par de páginas del libro en turno antes de quedarme dormida. ¿Podría ser más común? Y lo más aterrador de todo es que -detalles más, detalles menos-, mi historia es la misma que la de mi madre y que la de mi abuela, y que la de mi bisabuela ... eso no sólo anula cualquier atisbo de originalidad con el que pude soñar, sino que me convierte en un lugar común histórico. Así me ven muchos y lo mismo aplica para ustedes, señoras. Algún día nuestras hijas e hijos nos considerarán un grano de arena más de ese desierto que forma la idea de las amas de casa, como una figura aburridísima y triste, deprimida y abnedgada, pero eso no importa. Sólo nosotras podemos saber lo disfrutable y magnífico que es ser parte de este cliché.

martes, 6 de julio de 2010

"Señito"


La vida me ha dado indicios de que no me tengo que preocupar más por cómo se dirige a mí la gente. Pareciera que "Señora" o "señorita" no se aplica a alguien con mi descripción o características y que nada me define mejor que "Señito". Con lo que me molestan los diminutivos. En verdad, a muchas las hará sentir mayores y se indignarán como si las hubieran insultado, pero yo prefiero que me digan Señora. El "señito" lo entendí como queriendo hacer alusión a que soy una madre y ama de casa joven, pero resulta que no necesariamente lo pronunciaron con esa intención. Qué dilema. Como si una no tuviera ya bastantes problemas de identidad.

viernes, 2 de julio de 2010

Enfermedad congénita degenerativa


Sufro de una espantosa condición y me temo que es irreversible. Estoy desarrollando ese mal exclusivamente femenino que padecen algunas desde muy jóvenes, aunque también puede presentarse en la edad adulta. Nunca antes había presentado síntomas: me ha venido a partir de esta metamorfosis en la cual llevo ya casi año y medio. He pasado a ser parte del clan de mujeres que no pueden dejar de limpiar. Y no hablo de lavar trastes, ni de trapear (Dios me libre de que algún día me pase eso), sino que no puedo parar de intentar poner orden.
Si estoy en mi casa, parece que me prendieron un radar para detectar objetos que están fuera de su lugar. Recojo trastes, mamilas, juguetes, clasifico papeles. Acomodo las cosas de un cajón o reorganizo la alacena. Regreso todo "a donde va", porque de otra manera cuando se necesite no lo encontraré (y si yo no lo ubico, nadie más en esta casa será capaz de hacerlo). Además porque si no lo hiciera así, (léase con voz de mamá sufrida) ¡esta casa sería un chiquero!, en donde nadie encontraría donde posar su vaso o plantar su pie para dar paso. Hasta aquí sonaría una obsesión que si no lo ven con ojos de psicoanalista, puede ser bastante razonable: al ser mi hogar también mi lugar de trabajo, necesito extremar precauciones. Porque si en los escasos (¿qué serían, 5?) metros cuadrados de los que disponía en la oficina donde solía trabajar nunca encontraba nada, imagínense en la inmensidad de mi casa. Lo terrible es que he llevado esta conducta al extremo de una molesta enfermedad: me he descubierto poniendo orden en lugares como restaurantes, hoteles o casas ajenas. ¿Ya saben? Ya soy como esas señoras que atosigan, que no dejan a nadie estar en paz en una reunión porque están levantando los trastes antes de que uno acabe de comer. Que alguien me detenga. Lo digo en serio. No quiero llegar a ser como esas tías o mamás que tienden la cama en el hotel. De alguna manera ya formo parte ese grupo al levantar las migajas que tira mi niño por donde va pasando. ¿Qué sigue? ¿Una aspiradora cuca que combine con mi outfit para cargarla a donde vaya? Y luego una acaba prefiriendo electrodomésticos por sobre bolsos o zapatos, qué horror.

jueves, 24 de junio de 2010

Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa...


Cuando una se dedica a su casa, parece caerle encima todo el peso del sentimiento más enfadoso de la tradición judeocristiana - por eso yo ya me estoy interesando por el budismo, en el que tal concepto no existe: la culpa.
Sintiéndonos bajo la lupa de las leyes de este dios moderno al que llamamos sociedad, los motivos para experimientar remordimientos de conciencia son múltiples y las manifestaciones ominipresentes: en el aspecto económico, (porque no estamos administrando el gasto familiar tan bien como podríamos), en el de la alimentación (porque no estamos cocinando y/o comiendo tan sano como deberíamos), en el emotivo (porque nuestras múltiples responsabilidades no nos dejan pasar suficiente tiempo de calidad con el marido, los hijos, los padres, los hermanos o las amigas), en el físico (porque no estamos haciendo ejercicio o descansado lo suficiente para rendir mejor), en el higiénico (porque no estamos comprando los productos de limpieza más esterilizantes del mercado), en el social (porque estamos haciendo otras cosas mientras otra pobre mujer nos ayuda con la limpieza del hogar), en la educación (porque dudamos de estar formando a nuestros hijos "perfectamente"), en lo profesional (porque "¿En dónde quedó mi carrera?"), y así la lista puede seguir unos cuantos renglones más, pero creo que ya tengo un punto.
Quizá (sólo quizá), yo soy la única ama de casa neurótica que experimenta esto, pero sospecho que no. Y es que es sólo natural que pongamos tanto interés y preocupación en lo que hacemos, que suframos mucho más intensamente cualquier inquietud que pudiésemos haber llegado a sentir al realizar algún proyecto en el ámbito laboral: ahora es nuestra vida, nuestra familia, nuestra casa lo que está en juego.
Lo gracioso es que ninguna de nuestra decisiones puede tener repercusiones tan rotundas como imaginamos pero si no nos preocupásemos, ¿qué tipo de ama de casa seríamos? Una jefa de hogar relajada, pero a esas generalmente se les llama "fodongas" y ninguna de nosotras quiere ser tachada de tal cosa.
Pareciera que nunca estamos conformes. Si estamos tiempo completo en una oficina la culpa se presenta por sentir descuidamos la casa y la familia. Si nos dedicamos únicamente al hogar y a los niños ni el esfuerzo más grande y mejor intencionado es suficiente, y el desasosiego aprovecha cualquier huequito para instalarse. El estudio linkeado arriba sugiere que una posible solución son medias jornadas, pero sé de buena fuente que no es así. Lo mejor es no tomarse tan en serio el papel, jugar a que todo lo hacemos De entrada por salida y disfrutar los beneficios de ser multifacéticas. ¡Ya hubieran querido tanta versatilidad nuestras abuelas!

lunes, 21 de junio de 2010

El libro


Aquí les dejo la dirección correcta del libro al que hice referencia en mi text Pare de sufrir en vista de que cometí un error y cuando querían verlo las enviaba a la imagen del post. El libro se llama:

Happy Housewives: I Was a Whining, Miserable, Desperate Housewife--But I Finally Snapped Out of It...You Can, Too! de Darla Shine.

y se puede leer en este link en versión PDF. ¡La maravilla de estos tiempos!

viernes, 18 de junio de 2010

¡Pare de sufrir!


Esto no es una propaganda religiosa, es una invitación a disfrutar lo que haces, que, si me estás leyendo, muy probablemente que tenga algo que ver con ser ama de casa (aunque se aplica a cualquier ámbito). Y no lo digo de dientes para afuera, ni porque estas líneas las vaya a leer mi mi marido, ni para quedar bien con mis amigas que también se dedican al hogar, ni con aquellas que siguen trabajando. Esta es una afirmación desde una fuerte convicción de que mi tarea actual es un gran privilegio, sobretodo habiendo tenido anteriormente grandes satisfacciones profesionales.
Este post una invitación a cambiar de actitud ante la vida, porque pareciera que siempre estamos añorando lo que fue o lo que todavía no es. En el caso de las que ahora damos prioridad al cuidado de nuestros hijos, podría ser la eterna añoranza de la carrera perdida, de la maravillosa nómina quincenal, de la flamante oficina o del espectacular puesto que estaba impreso en unas elegantísimas tarjetas de presentación. También podría ser un futuro que ahora se vislumbra muy lejano en el que pudiéramos tener más tiempo personal o "regresar a ser esa que era yo".
Mi intención no es ponerme en el pedestal de un ser superior, ni de mujer abnegada, pues muchas veces suspiré con desesperación por lo anteriormente descrito, y sigo haciendo tremendos berrinches por tener que realizar algunas labores propias del hogar. También sigo lamentando muchísimo sentir que no tengo tiempo para mí. Sin embargo me he dado cuenta que tener esta oportunidad de cuidar a mi niño y de mi casa es algo valiosísimo, y que como tal lo asumo y lo disfruto. Reconozco que para llegar a gozarlo aún más (y sobretodo si quiero seguir con mis "chambitas" que me hacen sentir algo-más-que-una-ama-de-casa) necesito mucha organización y uno que otro consejo como "No te lo tomes tan en serio". Por eso me puse a buscar bibliografía y encontré este libro que promete darme valiosísimos tips. Así nada más de ver el índice, me doy cuenta que ya hay puntos que tengo muy claros, pero que no está de más recordar. Esa es la cosa de los temas de superación personal, que todo mundo dice que son verdades evidentes pero que ojalá las tuviéramos más presentes. Si lo leen, me dicen qué opinan. Yo ya lo empecé.

martes, 15 de junio de 2010

Mente de principiante


La primera vez que preparé un arroz no tenía idea cómo hacerlo. Pregunté, me dí a la tarea, cuidé los detalles y obtuve un resultado aceptable. Mis intentos subsecuentes han sido todos y cada uno de ellos un desastre. Le he dado vueltas al asunto y después de repasar medidas, condiciones y características de los recipientes, he llegado a la conclusión que mi problema fue mi actitud, creer que ya sabía. Estar convencida de que era muy sencillo y que ya dominaba el procedimiento y ¿saben qué? Ni la abuelita más experimentada, ni el mejor cheff del mundo puede darse el lujo de esa postura porque la cocina (como la vida) es tan caprichosa que siempre da sorpresas.
Ayer me presentaron este concepto, que en el Budismo Zen se llama Shoshin. Se refiere al ideal de mantener siempre la emoción por el inicio de algo, e implica sinceridad, modestia, humildad, franqueza, paciencia y sacrificio. Lograr y mantener esta disposición es muy difícil, pero a cambio se pueden obtener tantas posibilidades como las que ofrecería el viaje en el tiempo, pues para quien lo practica, cada oportunidad representa un nuevo comienzo.
Así que ahora tengo ganas de imprimir la representación caligráfica de esta idea para tenerla en mi mesa de noche, y verla al despertar y antes de dormir para nunca olvidarla, para iniciar cada actividad y todo nuevo día con la actitud de un niño que está descubriendo el mundo. No está demás para cualquiera, pero para mí que soy una impaciente por naturaleza, me parece casi tan necesaria como si fuera una prescripción médica.



lunes, 7 de junio de 2010

Corre que te alcanzo



Últimamente el reloj me está jugando una mala broma. Es casi como si pudiera ver las manecillas aceleradas dar vueltas completas a la carátula, como en ese recurso cinematográfico que se utiliza para representar el transcurrir de una época...Y yo, corre que corre.
Ahora resulta que los lunes me emocionan. Y esto no tiene tanto que ver con que me he buscado actividades gratas para iniciar la semana, sino más con el hecho de que los siento como una nueva oportunidad de ganarle la carrera al tiempo. ¿Será que esta semana lo lograré?

miércoles, 2 de junio de 2010

Si tienes tele...


La televisión nos proporciona temas sobre los que pensar, pero no nos deja tiempo para hacerlo.
Gilbert Cesbron

Ya casi nunca veo la televisión. Tengo acumulados como 15 capítulos de In treatment en el aparato de grabación digital que ya está al 80% de su capacidad, una temporada de Six feet under, una de Entourage, una de 30 Rock (todas en DVD), y muero por rentar los documentales de The September Issue, Helvetica, Objetified en el Apple TV...pero no tengo tiempo. Si llego a contar con unos minutos de sobra en casa (ja), tomo un libro, o una revista... o checo las redes sociales. En fin, por lo anterior, hace mucho que no veía comerciales. Ayer, al prender la pantalla para poner una película para mi niño, mi atención no pudo evitar ser atrapada por el anuncio de la película de Sex and the city 2 -una cinta que, aunque sé que está 3 veces peor que la primera, no puedo dejar de ver y reseñar.
El caso es que en cuanto terminó el promocional de la película, empezó la publicidad de un líquido para la limpieza de la casa. No voy a entrar en detalles del producto, pero el resumen es el siguiente: un ama de casa joven, guapa, que se nota contemporánea pues, resuelve rápido, de manera eficaz y de buen talante un aprieto en el que el marido "la metió".
Esos 15 segundos de publicidad estuvieron dando vueltas en mi cabeza toda la tarde. No sabía qué era lo que me causaba más conflicto, si que me hubiera identificado con la protagonista del mini drama comercial o que se siga perpetuando la idea machista de que una mujer tiene que saber hacer de todo, hacerlo bien y además de buenas. Entonces, una amiga posteó esto en su Facebook. Mi primera reacción fue: "Claro, 60 años han pasado y nada ha cambiado!". Sin embargo, después de pensarlo con la cabeza fría, creo que la diferencia principal radica en que ahora las que nos dedicamos a nuestro hogar (al 10 o al 100%), lo hacemos porque queremos. La mayoría de las mujeres de los 50's no tuvieron mucha elección. Ahora, eso no quita que para nuestra generación sea aún más difícil que para las del siglo pasado. Al final, a ellas las mentalizaron, canalizaron y prepararon para lo que tendrían que hacer. Nuestro caso es especialmente complicado porque pareciera que sólo nos proyectamos para estudiar y trabajar. Somos prácticamente la primera "camada" de mujeres que salen de las universidades a las oficinas por varios años, para después (o al mismo tiempo), tratar de procurar lo mejor en casa, y eso implica muchas ganas, dedicación, paciencia, frustraciones y sacrificios (tan banales como dejar de ver televisión). Y si no hay ganas, y/o tiempo y disposición, pues siempre se puede comprar comida hecha en la cocina económica de la esquina, por ejemplo. Yo sí prefiero aprender a cocinar y, por qué no, disfrutarlo. Sin embargo, la principal ventaja que tenemos sobre nuestras ancestras no es que tengamos alternativas para resolver lo que no podemos o no queremos hacer, si no que podemos hablar sobre ello. Lo que nos diferencia de nuestras abuelas es que ya no les servimos a todos para luego quedarnos en la cocina lavando platos, que no guardamos bajo llave nuestras recetas, y que hablemos de nuestras inquietudes no está mal visto, sino que hasta es comprendido y apreciado. Así que supongo que algo sí se ha ganado, aunque sigamos sin tiempo de ver cómo nos retratan en televisión, lo cual, creo, no está nada mal.

viernes, 28 de mayo de 2010

El incómodo "ex"


Este post no se trata de desamor, pero sí tiene que ver con desilusiones del pasado. Con idilios a los cuales, como a esos noviazgos necios que no queríamos que finalizaran nunca, terminamos (para bien) por darle vuelta a la página. Mi intención no es hacer referencia a una pareja con la que rompimos, sino a un estatus perdido. A la incertidumbre de la definición personal ante un presente tan nuevo. Y es que ahora, cuando me preguntan qué soy, no me siento suficientemente ama de casa, ni suficientemente escritora, ni suficientemente traductora para presentarme como cualquiera de las anteriores. Entonces recurro al irrefutable pasado acompañado del engorroso prefijo y entonces me siento más impostora que nunca, como no queriendo soltar lo que ya quedó atrás.
¿Por qué necesitamos un título que nos defina, una empresa que nos adopte, una nómina que nos ponga un sueldo y que nos valore más que como sólo una chica? Eso es tan retro como ponerse el apellido del marido o llorar por el primer novio que perdimos, y sin embargo muchas veces se antoja indispensable para explicar de dónde venimos. Somos y hemos sido muchas y al final nada nos determina de manera absoluta.
Así que a veces una etiqueta como esta es la que se me antojaría portar. No podría haber mejor tarjeta de presentación.

martes, 25 de mayo de 2010

Enamorada



Si, como dicen por ahí, el amor a los hombres les entra por los ojos, ahora entiendo por qué a las flores se les ha comparado con las mujeres.
Y es que, he de confesarlo, me siento como un superficial varón ante la apariencia física: estoy perdidamente enamorada de la belleza de las flores.
Nardos, Casablancas, Azucenas... Me he vuelto dependiente de su aroma. Disfruto muchísimo ver cómo van abriendo las puntas de las Estrellas de Belén conforme pasan los días, y me parece un crímen que las Margaritas se deshojen en aras de conseguir respuesta acerca de un amor incierto.
Siempre pensé que estas últimas eran exclusivamente blancas. Ahora sé que, como las Gerberas (que son las mismas, sólo que más grandes), se encuentran una gran variedad de colores. Las verdes me tienen fascinada.
Intentar saberse los nombres de todas ellas es un reto mayor, y más cuando nadie conoce la nomenclatura científica (esperar semejante cosa sería absurdo) y se denominan de distintas formas, dependiendo de la región o del país. He notado, por ejemplo, que a las Lilis les llaman según su color (a las rojas se les conoce como Acapulco), que las Astromelias son conocidas en otro lados como Lirios peruanos, y que a las Bocas de dragón o Dragonaria, en nuestro folclórico país se conocen como "Perritos".
Las que me quitan el sueño desde ayer que las vi al pasar en el mercado son la Flor de ajo y la de Alcachofa. Su precio me hizo pensármelo dos veces, pero creo que el fin de semana iré a buscar un par de ellas.
Lo único lamentable de mi nuevo vicio es que las uso y las desecho, tal como lo hacen los machos de los que habla Manzanero en su bolero Cómo duele, que "ven una flor y les da por arrancarla".
Por eso estoy considerando tener algunas en maceta (aunque la verdad es que jamás he logrado mantener con vida una planta). El sábado no me pude resistir y compré un Jacinto acuático, pues fue un flechazo a primera vista. Hasta ahora parece que voy bien y si llego a tener un "pulgar verde" como con el que nació mi marido, quién sabe, quizás hasta llegue a ayudar con el cuidado del jardín. Como sea, ahora tengo una aspiración más en la vida: llegar a ser florista, aunque sea de mi propia casa.

viernes, 21 de mayo de 2010

El eterno mañana




Los refranes me divierten mucho pero, así como reconozco su ingenio y sabiduría, hay algunos que me resultan pedantes. Vaya, hablo de esos que suenan como a regaño de abuelita, a ese resabido "te lo dije".
"No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy" sería entonces el que marca el patrón de los dichos que resuenan en mi cabeza toda la vida, pero que pocas veces pongo en práctica.
Cuando se me descompone definitivamente el elevador de la ventanilla del coche para no poderla subir más en plena época de lluvias, es que recuerdo por cuántos meses dije que iba "mañana" a arreglarlo. O cuando pude haber hecho un pago por internet antes de la fecha límite, pero no, porque hay que pagarlo el último día (aunque ya supiera que no iba a tener ni más ni menos dinero al llegar la fecha límite), y el portal del banco se crashea, y tengo que dejar de hacer lo que estoy haciendo para tomar el coche, entrar en un estacionamiento, hacer una cola tremenda, perder un par de horas de mi día... Y así, muchas veces me he dado de topes por no haber aprovechado que un día antes tuve tiempo de hacer algo que después se me complicó terriblemente.
Y sin embargo, me sigue pasando y seguramente así continuaré. Creo que, si mi vida se va a regir por un refrán, me quedo con "No por mucho madrugar amanece más temprano". Como que es menos ñoño, ¿no?

miércoles, 19 de mayo de 2010

Tenía que ser... ¿vieja?


El día de ayer platicaba con una amiga acerca de nuestros accidentes automóvilísticos. Yo he tenido MUCHOS y de todo tipo, ninguno grave por fortuna, algunos sí bastante aparatosos. Lo interesante de la charla fue la conclusión: fuera de los tontos percances que cualquiera (independientemente del género) puede sufrir cuando está aprendiendo a manejar, ambas tenemos en común que 75% (por decirlo en términos porcentuales) de los choques que hemos sufrido han sido culpa del otrO. Así es, esos 3 de 4 desagradables incidentes fueron provocados por un hombre.
Así que me puse a buscar estadísticas y encontré esto.
Las mujeres podremos no ser muy hábiles para manejar (y además, como en todo, hay muchas excepciones), pero por lo mismo solemos ser más responsables y precavidas. Los hombres suelen ser más irresponsables y agresivos al volante, desencadenando infortunios mayores.
Y como este mito, hay muchos otros que pueden leer aquí para darnos cuenta que no es que seamos "menos" que los hombres en ningún sentido sino que, generalmente, se nos hace muy mala publicidad. Así que no ayudemos a perpetuar los estereotipos: la próxima vez que alguien diga "Tenía que ser vieja" ya tienen con qué taparle la boca.

jueves, 13 de mayo de 2010

Detener el tiempo


No es casual que en algún punto de la historia el hombre haya soñado con detener el reloj. Los minutos se escapan velozmente frente a nuestros ojos convirtiéndose en horas, días, semanas, meses y años sin que podamos hacer nada por evitarlo.
Y en ese angustiante transcurrir pareciera que cumplimos al pie de la letra con todo lo ordinario (como los trayectos diarios, sacar la basura, lavar los trastos, la ropa, comer, dormir, etc.) y dejamos de un lado lo extraordinario. Tristemente solemos darle prioridad irrefutable a lo-que tengo-que-hacer, y guardamos lo-que-me-gustaría-hacer en el cajón que nunca abrimos ni para quitarle el polvo que se ha acumulado.
Este deprimente síntoma de la escasez de hedonismo de los tiempos modernos generalmente suele relacionarse con la llamada madurez y se acentúa con la edad, sobretodo cuando hay que barajar demasiadas responsabilidades.
No es que elijamos ser así, la vida nos orilla a ello, y en nuestros ajetreados itinerarios rara vez hay un apartado que se entitule "Tiempo para mí". Total que lo preocupante es que, un buen día, uno voltea para darse cuenta que ya pasaron veinte años y que todavía no ha emprendido ese viaje soñado, que no se ha inscrito en esas clases que tanta ilusión le provocaban y, que aunque Stephen Hawking acabe de dar tres opciones supuestamente viables para viajar en el tiempo, la verdad es que es poco probable que esa sea una posibilidad real para volver al momento en el que teníamos el espíritu fresco y la fuerza física de hacer muchas cosas.
Así que últimamente he luchado contra las mancecillas para ver si logro robarle los suficientes minutos para juntar tres horas y así poder asistir a una clase de meditación al menos una vez cada tres semanas. También estoy buscándole un agujero a los bolsillos del reloj para ver si con lo que encuentre ahí logro avanzar en la lectura del libro en turno. En ocasiones me quiero pasar de lista y, tomándome un espresso a las 7 de la tarde, logro ver si acaso un capítulo completo de la serie que es en este momento es mi preferida. Desgraciadamente el despertador me cobra esa ocurrencia con creces, y me hace darme cuenta que reducir mis ciclos de sueño sólo resulta en que al día siguiente la rutina me cueste más trabajo y termine aún más cansada. De cualquier modo no me voy a rendir. Seguiré buscando la manera de detener el tiempo un poquito cada día para privilegiar una actividad que no sea de necesidad básica por el puro gusto de hacerlo.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Entre mujeres


Había una frase por demás dramática que se usaba como promoción para una obra de teatro que se llamaba igual que este post. Decía algo así como "Entre mujeres podemos despedazarnos, pero nunca nos haremos daño".
Indudablemente era impactante y pegajosa, prueba de ello es que hoy, más de 10 años después, sigo recordándola. Sin embargo, si la sigo teniendo presente también tiene mucho que ver con que siempre he puesto en duda es la veracidad de semejante afirmación.
Me vino a la mente este tema porque a mi mundo de problemas light, de señora clase mediera, de niñita consentida, se acercó una vida con muchos conflictos graves. Uno sabe que pasan cosas terribles, pero no es hasta que se conoce personalmente a la protagonista de una historia llena de violencia, dolor y confusión que se toma conciencia de lo importante que es la solidaridad entre mujeres.
Vaya, claro, idealmente el sentimiento fraternal debe existir para con todo ser humano. No obstante, siempre he pensado que el apoyo entre miembros del género femenino es fundamental, porque muchas veces nosotras somos nuestros peores enemigos.
Frases como "Le dieron el ascenso porque seguro anda con el jefe", "Se embarazó por tonta" y "El marido la dejó porque no se cuidaba", fácilmente se convierten en "La violaron porque lo pedía a gritos con su vestimenta".
Preferir los servicios de un profesionista varón porque "seguramente es más capaz", contratar a la soltera que no tiene hijos porque "responderá mejor", o decir que una mujer "no hace nada" porque sólo es ama de casa, es ayudar a perpetuar estos prejuicios. Los efectos son similares a los del malinchismo en un país como el nuestro: el otro (en este caso, el género masculino) nunca dejará de tener la ventaja. Entonces, si considero que es necesario crear una cultura de solidaridad fundamentalmente de género, es sólo por el hecho de que, por más cambios y movimientos de liberación femenina que hayan sucedido hasta este momento, seguimos llevando las de perder, y mucho tiene que ver nuesra propia actitud ante la situación. ¿Necesito más conclusión que eso?

lunes, 10 de mayo de 2010

¿Quién se ha robado mi festival?


Tendría unos 13 o 14 años cuando acompañé a mi mamá al festival del Día de las Madres del maternal de mi hermano más pequeño. La idea no me había causado mucha gracia y ni siquiera sé por qué estaba ahí, lo que sí recuerdo perfectamente es haberme conmovido hasta las lágrimas cuando las pingüiquitas de 2 y 3 años salieron al escenario a cantarle a sus mamitas. Mi madre, que estaba presenciando esto por al menos vigésima vez (estamos hablando de que el que estaba en el escenario era su quinto hijo) me hizo mucha burla. Como sea, desde ese día tuve la ilusión de que, algún día, yo asistiría de invitada especial (y no de colada) a un evento similar.

Eso tenía que haber sucedido hoy pero, como muchas cosas en la vida, resulta que siempre no. Al parecer en algunas escuelas decidieron que no era justo que los papás no tuvieran una celebración igual a la de las mamás, y ahora se está estilando juntar las dos fiestas en una sola. Sobra decir que no estoy de acuerdo con el concepto y que no soy la única. Entiendo la parte de recalcar la importancia de ambos procreadores, de no despilfarrar recursos ni perder tiempo, pero seguramente el día que se lleve acabo este festejo alternativo habrá muchas más mamás que papás porque ellos no se pudieron ausentar un par de horas de la oficina (aunque las mamás que trabajan sí lo hayan hecho).

Al final no pasa nada, igual voy a ver a mi niño cantar en un par de semanas y me va a encantar que mi marido esté ahí también. Simplemente es volver a recordar que la igualdad se debe basar en la diferencia, que ser mamá NO es igual que ser papá y que no sólo se trata de reconocerlo un día al año, pero que la tendencia a homogeneizar no ayuda.

No me queda más que felicitar a todas aquellas que, como yo, se despidieron para siempre de su cuerpo "de soltera', dejaron de consumir lo que les gustaba durante todo el embarazo y la lactancia, a las que ya nadie les cuenta lo que son los dolores de parto o la recuperación de una cesárea (o ambas), a las que han perdido (y seguirán perdiendo) horas irrecuperables de sueño y a todas aquellas que su (o sus) hijos son la razón para levantarse todas las mañanas antes de que salga el sol. Feliz día. Y qué importa que no nos hagan un festival exclusivo, los papás nunca sabrán lo que es sentir que tu bebé se mueve dentro de ti.

domingo, 9 de mayo de 2010

Usted no debe preocuparse por el futuro


Últimamente el mensaje que encuentro por todos lados es "Hay que vivir el momento". Suena trillado, ¿no? Algo que hemos escuchado toda la vida. Sin embargo, esa afirmación generalmente se entiende como exprimirle hasta el última gota a los episodios extraordinarios de la vida para después evocarlos repetidamente y añorar sin descanso los siguientes. Esa es una interpretación perfectamente errónea del mensaje original. Yo soy muy impaciente. No sé si decir que me viene de naturaleza o que la cultura en la que vivimos me ha vuelto así. Lo terrible es que siempre lo he sufrido sin darme cuenta. Para mí, el tratar de vivir por adelantado hablaba de orden, planeación, y por ende, progreso. No fue hasta que, por recomendación de una querida amiga, entré a tomar clases de meditación y entendí el concepto de la frase de una manera completamente distinta. No voy a tratar de explicarlo, mejor les recomiendo este reportaje (en donde desarrollan el tema extraordinariamente) que fue otra de las señales que he encontrado últimamente, junto con un papelito que me salió hace unos días en una galleta de la suerte y en el que leí la frase que le da título a este post.
Nota:
Eckhart Tolle, a quien mencionan en el texto, tiene un libro que se llama El poder del ahora. (Cuando fui a comprarlo me preocupó que los dependientes de la Gandhi me miraran como a una de esas personas que buscan verdades evidentes en libros de superación personal. Pues bien, sólo les puedo decir que, literalmente, arriesgarme "valió la pena".)

miércoles, 5 de mayo de 2010

¿Es ella más que yo?


Es lo que se preguntan muchas al toparse con la imagen de una mujer espectacular en las páginas de una revista. Yo rara vez me dejo intimidar por esa supuesta perfección. Tras años de trabajo en publicaciones de moda y belleza, conozco perfectamente los largos procesos de estilismo a los que se someten las modelos y cuánto se retoca una foto antes de publicarla.
Sin embargo, tenía que ser en un día como hoy, en el que me siento vieja y achacosa, resignada a que nunca volveré a lucir como cuando tenía veintitantos, que me encontrara con esta nota.
Ya, ya. Es una superestrella y no sólo dedica varias horas diarias a entrenar en el gimnasio, seguramente también tiene un cheff personal que viaja con ella a todos lados. Tiene acceso a los mejores asesores y productos de belleza, y es muy probable que varias veces se haya dado una "ayudadita" quirúrgica. Eso no quita que tiene mucho mérito que una mujer de esa edad y que tuvo dos embarazos luzca así. A pesar de todas las facilidades antes mencionadas, lo que sí hay que admirarle es la constancia y la fuerza de voluntad, que con eso nadie pudo haberla ayudado. Y lo digo yo, que no me he decidido a pintarme el mechón de canas para no ser esclava del tinte y que rara vez me acuerdo de ponerme la crema anti-arrugas...

martes, 4 de mayo de 2010

A pedir de boca


Nunca fui dueña de uno de esos hornitos mágicos - de fabuloso diseño cincuentero- tan representativos de nuestra generación. Siempre me parecieron demasiado naive, inclusive para una niña de 7 u ocho años. Además creo recordar que en alguna ocasión probé uno de esos pasteles que supuestamente llegaban a su punto de cocción gracias al foquito de 30 watts que se encontraba en su interior. Obviamente esa fue la razón principal para que yo no anhelara poseer uno de esos juguetes. ¿Para qué iba a querer un aparato que producía bizcochos tan poco apetitosos? Cuando yo me puse a hornear fue en serio. Tendría 10 u 11 años y pasaba las tardes de viernes haciendo galletas que generalmente quedaban duras como piedras. Solamente mis hermanos menores eran lo suficientemente golosos y temerarios para arriesgar su dentadura a cambio de un bocado que además generalmente resultaba empalagosísimo. También preparaba pasteles, e inclusive tomé un curso en el que aprendí a hacer chocolates. Esos sí que me quedaban buenos.
Los años pasaron, y la falsa idea de que sería profesionista de tiempo completo eternamente me fue alejando de las estufas. Sin embargo, a partir de este tremendo cambio de vida por el que he pasado en los últimos meses, he descubierto lo que es la pasión por la cocina. Me he quitado manías (como la de no poder manipular carne cruda) e ideas absurdas (como que ciertas preparaciones, como la del arroz, están reservadas solo para las expertas) y me he lanzado de lleno a aprender las recetas de la familia materna. Siempre juré que éstas terminarían por perderse, pues no sería yo (la única mujer sobreviviente de mi familia) la que se diera a la tarea de recopilarlas y practicarlas hasta el punto de perfeccionarlas. Si llegaré a igualar a mi nana y a mis ancestras, se sabrá acaso dentro de un lustro sino es que una década. Por lo pronto la familia ya tiene una esperanza más (aparte de mi hermano que también se ha puesto a cocinar) de que la tradición no se pierda.
Lo que todavía no logro es manejar la frustración de que un platillo no quede "como debería" después de tanto trabajo e ilusión invertidos. Ahora sé lo que se siente querer tirar a la basura un guiso con todo y recipiente. Los que saben de estos menesteres me han consolado diciendo que este sentimiento es absolutamente normal y que, no importa cuánto mejore, nunca quedaré del todo satisfecha. Vaya panorama. Lo bueno es que siempre habrá un deli o un take out para sacarnos del apuro, pero el sueño de cualquier cocinera que se precie de serlo es que todo quede a pedir de boca.

viernes, 30 de abril de 2010

Divertirse como enanos


Hoy es la celebración del Día del Niño en todas las escuelas del país. A pesar de que mi hijo ya parece el protagonista de todos los posts y este blog no es exclusivo para mamás, esta vez sólo lo tomaré como referencia para algo que puede interesar a cualquiera.
La anécdota es la siguiente: el miércoles me avisaron que hoy mi niño debía ir disfrazado (las niñas de hadas, los niños de duendes). Con tan poco tiempo para el día del evento, el hacer el disfraz (o bueno, mandarlo a hacer o pedirle a mi suegra que lo confeccionara) no era una opción. Así que pensé en ir al mercado al buscarlo, ahí había visto miles de puestos de disfraces. Mi plan era ir la mañana del jueves, por la tarde si algo salía mal, y problema resuelto. Con lo que no contaba era con que mi niño amaneciera resfriado, que pasaría gran parte de la mañana mimándolo y que por la tarde tendría que llevarlo al pediatra. Eso me dejó una hora escasa para ir a recorrer (junto con él) todos los puestos para darme cuenta que tenían cientoss de vestidos de hadas, pero que para niño no había nada más que un gorrito de duende navideño.
El visitar al médico tampoco fue sencillo: el tráfico estaba espantoso por lo que tuvimos que invertir toda la tarde en llegar a un consultorio para que me dijera lo que ya había diagnosticado por teléfono: un cuadro de catarro leve. Sin embargo si me empeciné en ir hasta allá fue para que me diera un certificado médico para que lo recibieran en la escuela después de que yo había avisado que estaba enfermo. Hoy por la mañana, cuando ya íbamos en camino y después de una batalla tremenda para vestirlo, darle la medicina, intentar que desayunara algo y subirlo al coche, llegué a preguntarme si de verdad había valido la pena todos los esfuerzos. Al final todavía está muy pequeño y para él todos los días son como de fiesta.
Obtuve mi respuesta en cuanto escuché un "¡WOW!" en la parte trasera del coche mientras nos acercábamos a la puerta del kinder. La decoración del plantel y los disfraces de los niños hacían evidente que era un día de fiesta. Mi hijo se quedó feliz. Entonces entendí lo importante que era que no faltara hoy. Que se diera cuenta que en la escuela (y en la vida) no todo es rutina, trabajos, órdenes y disciplina. Que hay días especiales, más allá de cumpleaños y fines de semana, y que vale la pena hacer un gran alboroto de vez en cuando. Me di cuenta cómo se me había olvidado todo esto al crecer, "volverme adulto", entrar en rutinas controlables y preocuparme sólo por responsabilidades y trabajo. Qué bueno que existen estos duendecillos o enanos (sean hijos, sobrinos o vecinos) para recordarnos que siempre podemos encontrar un pretexto para divertirnos.

miércoles, 28 de abril de 2010

¡Tengo tarea!


¡No,no, no,no,no,no,no!

¡Tengo que hacer tarea!

Esto tiene que ser un sueño... mejor dicho, ¡una PESADILLA!

Ni cuando estudiaba fui buena para eso de trabajar fuera del aula. En segundo de primaria la maestra mandó llamar a mi madre para decirle que, por alguna rebeldía no descifrada, yo había decidido dejar de entregar el trabajo que dejaba diario a todos los niños del salón, y que era la única que no lo llevaba. Mi madre, apenadísima, no supo qué contestar y la maestra le dijo que no se preocupara, que eso no estaba afectando mi rendimiento académico y que mientras fuera así, estaba dispuesta a hacer una excepción conmigo.

No sé si eso fue bueno o malo, pero a lo largo del bachillerato experimenté muchos sobresaltos al enterarme el mismo día del deadline que tenía que haber hecho un ensayo, trabajo de investigación, experimento, etc. del cual nunca me acordé. Cómo logré aprobar tantas materias sin hacer tareas, aún no lo sé.

El caso es que terminada la carrera supuse que ya nunca tendría que preocuparme por hacer labores escolares en casa. Irónicamente el esquema de trabajar de manera independiente siempre me ha funcionado muy bien, pero ahora resulta que además de preocuparme por seguir mi profesión como freelance, ¡tengo que hacer trabajos para el maternal de mi niño!

Ni modo, y según me dicen mis amigas que tienen hijos o sobrinos más grandes, esto va para largo. Así que más me vale disciplinarme como nunca lo hice antes, apurarme (aún más) a terminar mi trabajo, y ponerme a hacer un storyboard y bosquejos de los dibujos (como si en serio supiera dibujar) que acompañarán a la trama del cuentito que me dejaron de tarea. En esa sí ya estuve trabajando anoche y trata de por qué hay que lavarse los dientes.

Spoiler alert (o dicho en español, les cuento el final de la historia): Si no se lavan los dientes, éstos ya no van a querer vivir en su boca.

lunes, 26 de abril de 2010

La culpa no es del lunes...


Sino de quien la toma en su contra. Y no lo digo a la ligera. Me siento con la suficiente autoridad de hacerlo, pues yo solía detestarlos y de pronto algo cambió. Hoy ha sido un lunes plácido. De hecho, ya llevo varios en serie. La fórmula para disfrutar un inicio de semana es sencilla: solamente hay que cambiar la actitud. "Ay sí, ¡nada más!", podría replicarme. A ver si me explico. Hay quien detesta los martes. Yo, ex-odiadora-de-lunes, nunca lo pude entender. Alguna vez un odiador-de-martes me lo explicó: el lunes al menos se tiene fresco el recuerdo del fin de semana, el martes los días de descanso están más lejos que nunca. Jamás lo he experimentado de tal manera, para mí un día más es un día menos (para llegar al fin se semana). El cambio en mi percepción lo generó un tweet en el que alguien se quejaba de que era domingo por la noche. Yo también solía despreciar esa fracción última de los días de descanso, con el pretexto de que cualquier brillo que puedan tener es opacado por la sombra del inminente lunes. Sin embargo, al verlo escrito por alguien más me sonó totalmente absurdo. Qué ganas de amargarse el rato libre restante. Y luego, para volver al pobre lunes más antipático de lo que ya nos resultaba, le ponemos actividades poco agradables, como inicios de dietas o cualquier otra actitud de cambio que no se ha logrado en todo el año (y miren que ya casi es Mayo). Entonces, ¿qué quiero decir con que para disfrutar el lunes solamente hay que cambiar de actitud? Pues que depende de nosotros que sea más agradable, no alucinándolo desde la noche anterior y de ser posible agregándole un factor positivo que sea exclusivo de ese día. Verán cómo cambia la perspectiva. Inténtenlo. Felices "luneses".

miércoles, 21 de abril de 2010

Las cuatro horas más cortas de la historia


Otra vez, me queda sólo media hora para tener que ir a recoger a mi niño. Qué ilusa fui cuando entró a la escuelita e hice tantos planes, pensando que tenía cuatro, CUATRO preciosas horas para hacer "lo que yo quisiera". Me inscribiría al Instituto Italiano para recursar los niveles que fueran necesarios y certificarme en el idioma, haría yoga, meditaría en el jardín, iría a que me hicieran manicure y pedicure, me vería para desayunar con mis amigas, quizás de vez en cuando me daría tiempo de tomar una siesta.
Ja-ja.
Siempre que me doy cuenta que, una vez más, ya "se me acabó el veinte", reviso en qué se me fueron los minutos. Días como ayer, en los que recorro la ciudad tres veces, visito dos oficinas, voy al banco, etc. ni siquiera tengo que hacer memoria, más bien me impresiona que de pronto me sobre un momento para tomarme un café por ahí. Son las mañanas como la de hoy las que se me escurren como agua entre las manos. Entre las vueltas, las llamadas, las entregas, ir al súper, al mercado, cocinar, sacar los pendientes, revisar correos, contestar los mismos, que suena el timbre, que toca la vecina, etc., etc., etc., "mi tiempo" no alcanza prácticamente para nada. De hecho empiezo a preguntarme cómo podría hacer todo esto si trabajara de tiempo completo y lejos de mi casa. En fin, me voy. De los doscientos cuarenta minutos ya sólo me quedan veinte, y me toma al menos quince llegar a mi destino. No puedo esperar a ver en qué se me esfuman las 4 horas que me tocan mañana...

lunes, 19 de abril de 2010

Nos vamos de pinta


O como dicen en España "haremos pellas". En inglés se dice "to skip school" y en francés "faire l'école buissonnière". Cada cultura tiene una manera de nombrarlo porque resulta que todos se nos ha ocurrido en una o en otra ocasión. Son las 9 am de un lunes, mi niño duerme plácidamente, y mientras él debería estar en su escuelita y yo en el coche de regreso en camino al mercado o simil, estoy disfrutando un chai latte light casero frente a mi computadora. Me siento obligada a aclarar que esto no es algo que esté acostumbrada a hacer (ni ahora ni de niña), y que no fue una decisión tomada en mi beneficio. Eso no significa que no lo esté disfrutando. Dormí unos minutos más (quizás cerca de una hora) de lo acostumbrado, me ahorré 4 viajes al kinder y tendré la divertidísima compañía de mi pequeño koala durante todo el día. Sin embargo, los motivos anteriores no fueron los que me hicieron decidir que hoy romperíamos la rutina. Si me rigiera por este tipo de impulsos, nunca lo llevería a la escuela. Lo que sucedió es que el pequeño torbellino ayer se acostó muy tarde por culpa de sus padres que lo llevaron de rumba y no me pareció justo desmañanarlo, apresurarlo, sacarlo al frío de la mañanita para por último amarrarlo en una silla durante 15 minutos, nada más para que su madre sintiera que estaba haciendo "lo que tenía que hacer".
Aquí es donde aprovecho para contar mi trauma infantil. A mí jamás me dejaron quedarme en casa sin motivo justo. No sé si mi madre pecaba de responsable o prefería mandarnos a la escuela sin falta porque permitirle eso a uno de nosotros significaba tener que hacer la misma concesión con los demás en edad escolar ,y eso resultaba en un día con 5 niños revoloteando por ahí. Supongo que esa fue la razón de que mis primeras "pintas" (aunque siempre avisando, qué ñoña soy) fueran ya de adolescente. Pero yo, que sólo tengo uno, que apenas va en maternal, que está tratando de recuperar el sueño que perdió ayer por culpa de sus "irresponsables padres que no le ponen límites", creo que le puedo dar permiso de volarse las clases, o de que, sólo por hoy, "haga la rabona" (Argentina).
No iremos a Chapultepec, tampoco al cine. Si tenemos suerte quizás entre la lista de resposabilidades que esta madre no puede eludir acaso encontremos un ratito para salir al jardín, pero eso sí, saborearemos juntos nuestra travesura. Las actividades de hoy serán inevitablemente divertidas sólo por el hecho de saber que es un lunes de clases para todo el mundo, pero no para nosotros.

miércoles, 14 de abril de 2010

Más bonita que ninguna





No es ningún secreto que el interiorismo y el diseño me apasionan, y que en mis limitadas posibilidades he elegido objetos que me encanta usar y admirar. Lo increíble es que la gente que ha visitado la casa ha elogiado un elemento en particular, y no se trata de un mueble, ni de un accesorio, sino de un electrodoméstico. Así como lo leen, mi batidora ha por demás alabada por encima de cualquier otro componente de este hogar.
No digo que no lo entienda. A los que nos gusta la cocina (expertos o amateurs como yo), sabemos que vale la pena invertir en un buen aparato que tenga múltiples funciones, dure muchos años y, de paso, adorne la cocina. Lo que me parece notable es que un artilugio como éste se haya convertido en el objeto de deseo de las señoras de hoy en día (aunque debo acotar que no fueron exclusivamente mujeres quienes ensalzaron dicho aparato) por encima de muchas otras cosas. ¿No se suponía que a las mujeres nunca se les debía regalar cosas para trabajar en el hogar? Pues yo creo que hoy hablo por la mayoría de nosotras cuando digo que, si se trata de instrumentos de este tipo, nos puede gustar mucho más que una bolsa o un par de botas. ¿O no?

martes, 13 de abril de 2010

Primer martes 13 del año

Si eres supersticiosa, esto te va a interesar. Este primer martes 13 del 2010 es la ocasión perfecta para revisitar este post.

lunes, 12 de abril de 2010

Cómo ser la anfitriona perfecta



¿Qué sigue después de una mudanza? Adivinaron, la "presentación" de la casa. Invitar a los amigos para que conozcan en dónde vivimos ahora, y claro está, también es una excelente oportunidad de empezar los buenos recuerdos en la nueva vivienda. Qué más quisiera uno que "tirar la casa por la ventana", invitar a todo el mundo, etc.
Sin embargo, no es así de fácil. El título de este post no significa que yo vaya a dar lecciones de cómo recibir y hacer sentir bienvenidos a los invitados, sino al título del libro que me gustaría encontrar y leer.
Siempre he pensado que El Manual de Carreño necesita que alguien le haga una versión actualizada. Aunque es cierto que hay conductas básicas de comportamiento social, quedan otras que son como una raya pintada en el agua. Para cuestiones como saber cómo poner la mesa, qué cristalería se utiliza en cada ocasión, etc. siempre hay a dónde recurrir. ¿Pero cómo decidir a quién invitar primero, por ejemplo? Los integrantes de ambas familias inevitablemente serán los que tengan la exclusiva, habrá quien por casualidad llegue antes que los demás, pero después vienen los reclamos. "¡¿Y a mí por qué no me has invitado?!"
Llevamos dos meses aquí, pero tuve como 6 semanas de obra. Apenas el fin de semana pasado le hice una fiesta de cumpleaños a mi marido con SUS amigos. Entonces empecé a recibir reclamos de mis amigas por no haber sido invitadas. Además durante toda la reunión estuve preocupada por infinidad de detalles. Entonces de verdad me gustaría tener un manual de la Anfitriona Perfecta, para seguir reglas al pie de la letra y quitarme de culpas. Se aceptan sugerencias.

miércoles, 7 de abril de 2010

Cuidado con la seño


Siempre me ha parecido comiquísimo que retraten a las señoras enojadas con un rodillo en la mano. Resultaría más natural que un ama de casa utilizara como arma de intimidación un cucharón o de plano un cuchillo (esos instrumentos se usan con más frecuencia en la cocina), pero por alguna razón se eligió esa herramienta alargada de madera para infundir temor entre los que osen hacer enojar a una desperate housewife.
Bueno, pues hoy quisiera que en alguno de mis cajones hubiera uno de esos bártulos. No que le fuera a dar uso golpeando la cabeza de alguien, tampoco pretendo extender ningún tipo de masa. Vaya, ni siquiera amenazaría a nadie. Solamente sería un experimento para ver qué tanto me hago respetar portando semejante utensilio como accesorio. Y es que si existe un halo de frustración en torno del concepto de ama de casa, es porque son demasiados los pendientes y cosas por resolver dependiendo de gente informal (léase repartidores, electricistas, plomeros y un largo etcétera de prestadores de servicios domésticos).
A nuestra generación súmenle además el tratar de resolver todo eso de manera "profesional". Acostumbradas a ser ordenadas y competentes en nuestras carreras, queremos llegar a aplicar los mismos criterios y procedimientos en la vida hogareña, y ahora me doy cuenta que es algo bastante ingenuo de nuestra parte. Me parece que lo único que nos resta es prevenir por triplicado y tener mucha paciencia. Y por si acaso, de todos modos voy a ir a comprar un rodillo...

lunes, 5 de abril de 2010

Mi primera vez o Me siento como recién casada



Estoy a punto de cumplir 4 años de vivir en pareja. Tengo un niño de 2 años. No obstante lo anterior, y a pesar de llevar ya 14 meses trabajando desde casa y cuidando a mi hijo 24/7, muchos asuntos domésticos todavía son nuevos y misteriosos para mí.
Creo que esto otra vez tiene mucho que ver con habernos mudado a una casa. Mis usos y costumbres se han distanciado radicalmente de aquellos del año pasado (y no se diga de los anteriores). Llegué a pensar que el 2009 me lo había tomado de manera inconsciente como un impasse voluntario con el pretexto de la mudanza que resultó tardarse más de lo que esperábamos.
Ahora me doy cuenta que no fue mi elección, sino que estaba limitada en muchos aspectos, como que la "estufa" constaba sólo de dos hornillas, y éstas eran eléctricas. No tenía horno de gas, ni tanto espacio para guardar utensilios, entre muchos factores...
Mi nueva cocina me ha abierto un nuevo abanico de posibilidades en cuanto a la preparación de alimentos, y esto me ha llevado a usar artefactos (a los cuales ya dedicaré otro post) nuevos y a buscar más opciones para comprar víveres.
Así es como fui al mercado de Coyoacán "por primera vez". Evidentemente había ido ya en muchas ocasiones en mi vida, acompañando a mi madre o a comprar alguna cháchara, pero nunca a comprar víveres para MI casa.
Me soprendió la habilidad que tienen los vendedores para hacer cuentas, lo moderno de sus básculas, y su naturalidad para halagar constantemente a las marchantas.
Disfruté muchísimo la delicia de tener tantas opciones a la mano, y al mismo tiempo me di cuenta que me falta mucho por aprender. Hasta para comprar en el mercado hay que saber cómo pedir las cosas. Eso es algo que no se estila en el súper. Ahora sé que un kilo de mangos son apenas tres, que frijol hay de varios tipos y que el arroz puede ser "chico" o "grande".
Supongo que cada visita será una nueva sorpresa, hasta que se vuelva algo cotidiano y quizás hasta fastidioso, pero nunca olvidaré mi primera vez...

viernes, 2 de abril de 2010

¿A dónde se fueron las vacaciones?




Pensé que sabía lo que significaban las vacaciones: descanso, olvidarse del trabajo, de cualquier tipo de obligación, salir de la cama a la hora que se antoje, y en ocasiones el concepto también comprendía cambio de locación.
Bueno, pues últimamente pareciera que la vida me está enseñando a reconsiderar todos los conceptos que creí que tenía claros y aprendidos.
Si bien mi marido y yo nunca hemos sido partidarios de salir de la ciudad en Semana Santa por razones obvias, admito que en esta ocasión quizás no hubiera sido tan malo. Por lo menos eso hubiera supuesto al menos UNA de las características que conlleva la temporada de asueto.
Ya tengo claro que con un hijo una se puede olvidar para siempre de levantarse tarde o de tener cualquier tipo de descanso mientras él esté despierto. Lo que no sabía es que trabajando como freelance no existen los días feriados, y que eso, junto con el hecho de tener que cuidar y entretener al niño todo el día porque no hay clases, se traduce en trabajar por las noches, cuando el agotamiento se está apoderando del cuerpo y de la mente.
Además quedarse en casa todo el día representa más tiradero, ahora que Raquel renunció (así como lo leen, ¡renunció!) y que Margarita se tomó unos días de descanso.
Entonces, si no me voy a olvidar de las entregas de textos y traducciones, voy a tener más trabajo doméstico y no voy a cambiar de escenario, prefiero que no haya vacaciones... Y no quiero ni pensarlo, pero ahí vienen las del verano...

miércoles, 31 de marzo de 2010

Mi segundo hogar



Hace un par de años, por su trabajo, un amigo tomaba vuelos nacionales dos o tres veces a la semana. Me contaba que en esa época, los de seguridad del AICM ya lo saludaban por su nombre cuando lo veían llegar. La cantidad millas que reunió en esa época nunca me la reveló, pero lo que sí me confesó es que, por la frecuencia con la que iba y el tiempo que tenía que pasar ahí, ya sentía la terminal 1 como una segunda casa.
Ojalá me dieran puntos o algún tipo de recompensa por mis frecuente visitas al súper. No sé si será que estoy desorganizada, pero voy prácticamente diario. Cuando creo que adquirí absolutamente todo lo que se necesitaba, y que no regresaré en, al menos, un par de días, llego a casa para encontrar que se acabaron las bolsas de basura... o la leche... o el pan de caja.
Total que siempre tengo que regresar al día siguiente (si no es que más tarde el mismo día), pero aún nadie me saluda por mi nombre. Sentimentalismos aparte, el problema real es que cada que una va, sale con un par de cosas más de las que realmente necesitaba. Esto sucede sobretodo en los establecimientos más grandes, en donde se tiene que cruzar varios departamentos para llegar al objeto de compra. Dicen que para evitar eso es buenísimo el servicio de envío a domicilio, pero no sé, no me siento cómoda con que alguien más escoja mis víveres. Lo único que me queda es tratar de fijarme mejor o recurrir a las tienditas de la esquina.

lunes, 29 de marzo de 2010

Cosas (o "cositas") de la vida



Cuando era niña, a mitad de la barra de caricaturas de la tarde, aparecían unas cápsulas en donde salía una señora vestida como de pastorcita o algo similar, la cual se hacía llamar Cositas. Su nombre respondía al hecho que en pocos minutos ella realizaba una manualidad que supongo que tenía como finalidad entretener a los niños que decidieran hacerla. No sé si yo ya estaría muy grande para que eso me llamara la atención, o si de verdad presentaban actividades poco atractivas, pero nunca causó en mí nada más que aburrimiento.Aunque se trata de una anécdota poco memorable de la infancia, esta referencia se usa entre nuestra generación. Cuando a alguien ha demostrado tener aptitud para armar, decorar, pintar o ingeniarse de alguna manera un objeto original se le pone el mote de "Cositas" .
Siempre me he considerado más que negada para ese tipo de labores. No sé, hasta ahora me había autoclasificado como poco imaginativa y torpe con las manos, además de malhecha. En un punto de mi carrera editorial, caí en una revista de manualidades. Confieso que tuve que salir voluntariamente de la misma no sólo porque el tema no tenía nada que ver conmigo, sino también por miedo a pidieran mi renuncia pues yo era incapaz de redactar un texto explicando el procedimiento con sólo ver una foto o el objeto. Editar tampoco me resultaba sencillo. Me costaba demasiado trabajo seguir las instrucciones mentalmente sin tener la pieza enfrente para descifrar las mismas.
Pensé que me había librado de ese tipo de dilemas para siempre, pero vaya si la vida está llena de sorpresas. Resulta que ahora en las escuelas piden que las mamás fabriquemos con nuestras propias manos infinidad de monerías para los diversos festivales o celebraciones del año. Este famoso comercial demuestra lo que durante generaciones y generaciones han hecho miles de madres (sin ir más lejos, la mía o mi suegra), pasando noches en vela y traspasando cualquier límite creativo o de habilidad manual que nunca imaginaron superar.
Por mi parte, la experiencia ha sido corta pero reveladora. A la fecha apenas he confeccionado un morralito, decoré una canasta y ahora estoy decorando huevitos de Pascua, pero no dejo de soprenderme de los resultados. ¿Será que algún día alguien se referirá a mí como "Toda una Cositas"?

viernes, 26 de marzo de 2010

Hombres trabajando


¡Dentro de mi casa! Les conté que me cambié, lo que no les dije es que la remodelación no estaba terminada aún. Y es que dicen que en estos casos hay un punto en el que, o te mudas, esté como esté la obra, o te puedes pasar años arreglando detallitos que nunca dejan de aparecer y jamás vivirás allí.
Cuando llegamos hace casi dos meses sólo faltaba que terminaran de poner el piso del garage, lo cual era menos desastroso que tener trabajadores DENTRO de la casa. Todo estaba relativamente bajo control, aunque eso implicaba tener material y cascajo en la banqueta y en el recibidor.
Cuando parecía que ya casi, que de una vez por todas se terminaría el polvo, el ruido, etc... se tapó la tubería de un baño y hubo que romper el piso del mismo. Como el material era antiguo, ya no se consigue. Para que no quedara un parche horroroso, había que cambiar el recubrimiento de toda la superficie del suelo. Y ya que estábamos en esas, ¿por qué no poner una tina nueva?
Error. Espero que nunca tengan que romper en sus casas la estructura de una vieja tina. Los martillazos eran tales que una lámpara del antecomedor (que está justo debajo de dicho baño) se desprendió y el techo alrededor de la misma empezó a desmoronarse. Sobre la mesa en la cual trabajo llovían piedritas. Llegué a pensar en usar casco para proteger la integridad de mi persona, pero por suerte no hubo que llegar a tales extremos.
Hoy estamos a un par de días de acabar (¡por fin!) con todo esto, y espero ya no tener ruido, polvo y gente ajena a mi familia en mi casa por un buen tiempo. O hasta que algo más se descomponga...

martes, 23 de marzo de 2010

Educando a Raquel





Una casa implica mucho más trabajo que un departamento. Si bien antes todo marchaba bien en mi pisito con el apoyo de Margarita un par de veces a la semana, en la casa nueva de inmediato se hizo necesario alguien que estuviera ahí todo el tiempo para hacer aquello (que es mucho) que yo no puedo hacer.
Hay quien cree que tener servicio doméstico de planta equivale a poder irse todo el día al salón de belleza o al gimnasio. Sin embargo, cuando se es el chofer, comprador personal, trainer, cheff, valet, publirelacionista y prestadora de demás servicios de lujo de un "rockstar" de 2 años, la verdad es que queda poco tiempo para una. Si a eso le agregamos que es imposible partirse en dos para estar cuando viene el camión de la basura, los del agua embotellada, los del gas, bla, bla, bla, o que una o trabaja por las mañanas o se pone a medio limpiar toda la casa, entenderemos lo necesario que es un par de manos extra siempre cerca.
Por lo anterior llegó Raquel a ayudarme. Al principio le di instrucciones generales, pero con el paso de los días me di cuenta que su conceptos de "sacudir" o "acomodar algo" no son los mismos que los míos. Después de poco más de dos semanas de revisar su trabajo, he pasado por varios estados de ánimo: negación, ira, depresión. Ahora estoy en la de la negociación (o en este caso de capacitación), pues no quiero llegar a la resignación y tener que despedirla.
Así que ahora ando toda la mañana con productos de limpieza en mano enseñándole cómo se hacen las cosas en esta casa. Debo decir que es pesadísimo, pero quiero pensar que, si todo sale bien, en un par de semanas más no tendré que estar dando estos cursos intensivos y podré intentar (una vez más) tomar las riendas de mi vida.

lunes, 22 de marzo de 2010

Qué duro es regresar a la escuela



Y no es que me haya inscrito en un diplomado, ni en ningún tipo de curso. Es que mi hijo entró a maternal. Aunque siempre imaginé que dejar al chiquitín 4 horas para que diera lata en otro lado sería un maravilloso respiro en mi jornada, ha resultado MUCHO más duro de lo que pensaba por más de una razón.
1.- La "levantada". ¿Por qué entran tan temprano al a escuela los niños? (Y eso que todavía no es primaria cuando la campana suena a las 7 en punto). Supongo que sus pequeñas mentes rinden mejor las primeras horas de la mañana, pero eso implica que las pobres mamás nos levantemos entre 5,30 y 6 para: bañarnos, tomar aunque sea un café mientras al mismo tiempo hacemos lunch, preparemos desayuno, alistemos la ropita del niño... y todo lo anterior mientras rogamos que no se despierten, ni antes de que estemos listas para atenderlos, ni después de la hora en la que se nos empieza a hacer tarde. Ahora entiendo por qué a veces hay que recurrir a los "pants-casi-pijama", chanclas y lentes oscuros para ir a dejar al niño a la escuela.
2.- Lograr que desayunen. Vaya, yo nunca "desayunaba" antes de llegar a la oficina porque no tenía hambre ni tiempo para hacerlo. Y por desayuno quiero decir tomar un café y alguna barrita de cereal, porque eso era lo que lograba camuflar entre los papeles de mi escritorio. Ahora resulta que antes de las 8 a.m. hay que tener listo un desayuno balanceado y, lo más difícil, ¡hacer que lo coman! Misión imposible.
3.- El tráfico. No hay peor carga vial en la ciudad que el de entre 8 y 9 a.m. Además es impredecible. Cuando tenía que salir al trabajo lo hacía después de esa hora crítica y llegaba en 25 min en lugar de hacer una hora. Sin embargo, ahora no tengo opción. Debo salir a más tardar 8,30 para asegurar que no le cierren la puerta a mi chiquitín y que todo el esfuerzo matutino haya sido en vano.
4.- Dejarlo. Llámenme madre sobreprotectora, pero después de pasar más de un año con mi hijo pegado a mí como canguro para todos lados, de pronto resulta que el dejarlo me provoca una angustia espantosa. Supongo que ha de ser algo así como el síndrome de abstinencia, no lo sé, lo que sí tengo claro es que es horrible. No importa cuántos besos y abrazos le dé antes de dejarlo dentro de la escuela y ver cómo entra a su salón, a la fecha, casi un mes después de que mi niño empezó a ir a la escuelita, sigo sintiendo que lo dejé a la mitad de la calle y que cuando vaya por él me dirán que él no está ahí. Debe ser algún sentimiento de culpa extraño o esto de que las mamás sentimos que nadie cuidará a nuestro retoñito como nosotras. Sea lo que sea, no puedo esperar a superarlo...

Malviajes aparte, también están los factores: "se me olvidó ponerle ____ (llene el espacio) en la mochila", "No me acordé que hoy tocaba fruta en lugar de sandwich", "No está limpio el uniforme" , "Cómo le quito el carrito que no suelta para nada para que no vaya a perderlo en la escuela y el drama sea aún mayor", etc... Espero dominar pronto este arte, pues aquí no hay justificante médico que me salve.

jueves, 18 de marzo de 2010

Iguales en la diferencia



Hace poco se celebró el Día Internacional de la Mujer. En Twitter y en Facebook no dejé de leer quejas de los hombres que hacían referencia a que no existe una festividad dedicada a ellos.
Vaya, no quiero que me tomen por una especie de feminista radical (porque no lo soy), pero sí me parece importante dedicar un día para recordar y hacer énfasis que la "igualdad" entre géneros no existe, y que es difícil que se alcancen derechos equitativos si no tenemos en cuenta, precisamente, las diferencias. Y cuando digo "un día" no me refiero a que sólo en esa fecha hablemos del tema y lo dejemos así, sino que nos demos un momento para reflexionar que no siempre las mujeres han gozado de las condiciones que tenemos en esta época, de lo que todavía nos falta por lograr y de los principios que idealmente se tendrían que aplicar todo el año.
Si no lo promovemos nosotras mismas, nadie lo hará, así que hago una invitación a que celebremos y revisemos nuestras circunstancias como si todos los días fueran 8 de marzo.

miércoles, 17 de febrero de 2010

Desfasada

Habrán notado que me ausenté unos días. Y bien, ya les había comentado en posts anteriores que me iba a cambiar de casa. Lo que nunca me imaginé es que la vida se me iba mover de tal forma. Tenía claro que habría que conocer la zona, explorar nuevas rutas, etc. Lo que no había considerado eran los pequeños detalles. Aprender qué llave corresponde a qué chapa, tener presente en cuál cajón guardé tal o cuál objeto, recordar cerrar la puerta por la que se puede escapar el gato, acostumbrarme a los ruidos de la casa, inclusive memorizar el número telefónico propio. La lista puede seguir y seguir, sólo que no quiero aburrirlas con esto. Sin embargo, la sensación de no "estar en mi lugar" me recordó este video. Si una imágen dice más que mil palabras, una animación es el mejor recurso para explicar una sensación. Sin embargo, como todo lo demás, esto también pasará y se convertirá en rutina, hasta que llegue otro meteorito a mover hasta el más mínimo aspecto de mi existencia.