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martes, 15 de junio de 2010
Mente de principiante
La primera vez que preparé un arroz no tenía idea cómo hacerlo. Pregunté, me dí a la tarea, cuidé los detalles y obtuve un resultado aceptable. Mis intentos subsecuentes han sido todos y cada uno de ellos un desastre. Le he dado vueltas al asunto y después de repasar medidas, condiciones y características de los recipientes, he llegado a la conclusión que mi problema fue mi actitud, creer que ya sabía. Estar convencida de que era muy sencillo y que ya dominaba el procedimiento y ¿saben qué? Ni la abuelita más experimentada, ni el mejor cheff del mundo puede darse el lujo de esa postura porque la cocina (como la vida) es tan caprichosa que siempre da sorpresas.
Ayer me presentaron este concepto, que en el Budismo Zen se llama Shoshin. Se refiere al ideal de mantener siempre la emoción por el inicio de algo, e implica sinceridad, modestia, humildad, franqueza, paciencia y sacrificio. Lograr y mantener esta disposición es muy difícil, pero a cambio se pueden obtener tantas posibilidades como las que ofrecería el viaje en el tiempo, pues para quien lo practica, cada oportunidad representa un nuevo comienzo.
Así que ahora tengo ganas de imprimir la representación caligráfica de esta idea para tenerla en mi mesa de noche, y verla al despertar y antes de dormir para nunca olvidarla, para iniciar cada actividad y todo nuevo día con la actitud de un niño que está descubriendo el mundo. No está demás para cualquiera, pero para mí que soy una impaciente por naturaleza, me parece casi tan necesaria como si fuera una prescripción médica.
viernes, 30 de abril de 2010
Divertirse como enanos
Hoy es la celebración del Día del Niño en todas las escuelas del país. A pesar de que mi hijo ya parece el protagonista de todos los posts y este blog no es exclusivo para mamás, esta vez sólo lo tomaré como referencia para algo que puede interesar a cualquiera.
La anécdota es la siguiente: el miércoles me avisaron que hoy mi niño debía ir disfrazado (las niñas de hadas, los niños de duendes). Con tan poco tiempo para el día del evento, el hacer el disfraz (o bueno, mandarlo a hacer o pedirle a mi suegra que lo confeccionara) no era una opción. Así que pensé en ir al mercado al buscarlo, ahí había visto miles de puestos de disfraces. Mi plan era ir la mañana del jueves, por la tarde si algo salía mal, y problema resuelto. Con lo que no contaba era con que mi niño amaneciera resfriado, que pasaría gran parte de la mañana mimándolo y que por la tarde tendría que llevarlo al pediatra. Eso me dejó una hora escasa para ir a recorrer (junto con él) todos los puestos para darme cuenta que tenían cientoss de vestidos de hadas, pero que para niño no había nada más que un gorrito de duende navideño.
El visitar al médico tampoco fue sencillo: el tráfico estaba espantoso por lo que tuvimos que invertir toda la tarde en llegar a un consultorio para que me dijera lo que ya había diagnosticado por teléfono: un cuadro de catarro leve. Sin embargo si me empeciné en ir hasta allá fue para que me diera un certificado médico para que lo recibieran en la escuela después de que yo había avisado que estaba enfermo. Hoy por la mañana, cuando ya íbamos en camino y después de una batalla tremenda para vestirlo, darle la medicina, intentar que desayunara algo y subirlo al coche, llegué a preguntarme si de verdad había valido la pena todos los esfuerzos. Al final todavía está muy pequeño y para él todos los días son como de fiesta.
Obtuve mi respuesta en cuanto escuché un "¡WOW!" en la parte trasera del coche mientras nos acercábamos a la puerta del kinder. La decoración del plantel y los disfraces de los niños hacían evidente que era un día de fiesta. Mi hijo se quedó feliz. Entonces entendí lo importante que era que no faltara hoy. Que se diera cuenta que en la escuela (y en la vida) no todo es rutina, trabajos, órdenes y disciplina. Que hay días especiales, más allá de cumpleaños y fines de semana, y que vale la pena hacer un gran alboroto de vez en cuando. Me di cuenta cómo se me había olvidado todo esto al crecer, "volverme adulto", entrar en rutinas controlables y preocuparme sólo por responsabilidades y trabajo. Qué bueno que existen estos duendecillos o enanos (sean hijos, sobrinos o vecinos) para recordarnos que siempre podemos encontrar un pretexto para divertirnos.
lunes, 29 de marzo de 2010
Cosas (o "cositas") de la vida

Cuando era niña, a mitad de la barra de caricaturas de la tarde, aparecían unas cápsulas en donde salía una señora vestida como de pastorcita o algo similar, la cual se hacía llamar Cositas. Su nombre respondía al hecho que en pocos minutos ella realizaba una manualidad que supongo que tenía como finalidad entretener a los niños que decidieran hacerla. No sé si yo ya estaría muy grande para que eso me llamara la atención, o si de verdad presentaban actividades poco atractivas, pero nunca causó en mí nada más que aburrimiento.Aunque se trata de una anécdota poco memorable de la infancia, esta referencia se usa entre nuestra generación. Cuando a alguien ha demostrado tener aptitud para armar, decorar, pintar o ingeniarse de alguna manera un objeto original se le pone el mote de "Cositas" .
Siempre me he considerado más que negada para ese tipo de labores. No sé, hasta ahora me había autoclasificado como poco imaginativa y torpe con las manos, además de malhecha. En un punto de mi carrera editorial, caí en una revista de manualidades. Confieso que tuve que salir voluntariamente de la misma no sólo porque el tema no tenía nada que ver conmigo, sino también por miedo a pidieran mi renuncia pues yo era incapaz de redactar un texto explicando el procedimiento con sólo ver una foto o el objeto. Editar tampoco me resultaba sencillo. Me costaba demasiado trabajo seguir las instrucciones mentalmente sin tener la pieza enfrente para descifrar las mismas.
Pensé que me había librado de ese tipo de dilemas para siempre, pero vaya si la vida está llena de sorpresas. Resulta que ahora en las escuelas piden que las mamás fabriquemos con nuestras propias manos infinidad de monerías para los diversos festivales o celebraciones del año. Este famoso comercial demuestra lo que durante generaciones y generaciones han hecho miles de madres (sin ir más lejos, la mía o mi suegra), pasando noches en vela y traspasando cualquier límite creativo o de habilidad manual que nunca imaginaron superar.
Por mi parte, la experiencia ha sido corta pero reveladora. A la fecha apenas he confeccionado un morralito, decoré una canasta y ahora estoy decorando huevitos de Pascua, pero no dejo de soprenderme de los resultados. ¿Será que algún día alguien se referirá a mí como "Toda una Cositas"?
lunes, 21 de diciembre de 2009
Yo no olvido al año viejo

Ahora sí, estamos a punto de que se termine el 2009. El hecho de hacer un conteo que culmina con el comienzo del año nuevo, me recuerda la tradición de comer las doce uvas con las últimas campanadas del día 31 de diciembre. No he conocido a nadie capaz de pasarse esa cantidad de dicha fruta (con o sin semilla) antes de que ya sea momento de dar el abrazo. Si lo analizamos un poco, es bastante arriesgado, y pareciera la prueba final para llegar con vida a la nueva etapa.
Como sea, se acerca el momento de despedir este ciclo que, para muchos (y me incluyo), ha sido muy complicado. No conozco a nadie que considere que el 2009 fue un buen año. Cuando escucho que alguien dice "Ay, ya que se acabe el año por favor", pienso en que es un poco injusto culpar a un periodo orbital de nuestras infelicidades. Cosas malas pasan siempre, entre diciembres, o de lunes a viernes, en un lapso de 24 horas, o de un minuto a otro. Que estos últimos 12 meses han sido rudos, ni hablar. Sin embargo, siempre que un año agoniza me acuerdo de la letra de la canción de Crescencio Salcedo que interpretara Tony Camargo allá por los años 50, El año viejo. Debe ser la nostalgia al recordar las fiestas familiares de noche vieja de mi infancia, pero el mensaje de dicha melodía me quedó muy grabado: mejor que reprochar lo que haya sucedido, hay que ver lo bueno que los 365 días anteriores nos están dejando, para así recibir con la mejor de las actitudes al año que comienza. Y si de plano se impone un acto catártico, siempre se puede realizar un ritual para "deshacernos" del pasado. Le queda una semana, pronto pasará a mejor vida, y nunca hay que hablar mal de los muertos. Rindámosle honores al último año de la primera década del nuevo siglo. ¡Feliz año viejo!
viernes, 22 de mayo de 2009
La juventud es un estado mental.

Hace poco escribí sobre el conflicto de que a una la llamen señora o señorita. Los comentarios apuntaron acertadamente a que todo está en la actitud. Bueno, pues este post es un homenaje a alguien que tuvo una admirable postura de juventud eterna ante la vida. La de la foto es Maria Amelia (Q.E.P.D.), una señora que inició un blog a la edad de 95 años por una idea de su nieto. Su página tuvo más de millón y medio de visitas en dos años, casi mil seguidores y cada post tenía un promedio de 70 a 90 comentarios. También entró a Facebook y se hizo miembro activo de la red social. Éste me parece un ejemplo perfecto de que nunca es tarde para iniciar algo, por más difícil que parezca. También de que darle valor a las experiencias propias depende primero que nadie de uno mismo. Ejemplos así de inspiradores son los que necesitamos para darnos cuenta que seguir siendo jóvenes depende de nosotras, de la disposición que se tiene ante la vida y de querer subirse al tren de los avances, de la tecnología, de la información. Creo que el secreto está en nunca dejar de actualizarse, pues optar por un encierro seguro y cómodo en nuestro pequeño mundo para un día 2o o 30 años después sentirse irremediablemente limitadas, resulta un altísimo precio a pagar por un confort sin sentido. Si quieren leer lo que escribió la abuela bloguera, den click aquí.
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