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lunes, 10 de mayo de 2010
¿Quién se ha robado mi festival?
Tendría unos 13 o 14 años cuando acompañé a mi mamá al festival del Día de las Madres del maternal de mi hermano más pequeño. La idea no me había causado mucha gracia y ni siquiera sé por qué estaba ahí, lo que sí recuerdo perfectamente es haberme conmovido hasta las lágrimas cuando las pingüiquitas de 2 y 3 años salieron al escenario a cantarle a sus mamitas. Mi madre, que estaba presenciando esto por al menos vigésima vez (estamos hablando de que el que estaba en el escenario era su quinto hijo) me hizo mucha burla. Como sea, desde ese día tuve la ilusión de que, algún día, yo asistiría de invitada especial (y no de colada) a un evento similar.
Eso tenía que haber sucedido hoy pero, como muchas cosas en la vida, resulta que siempre no. Al parecer en algunas escuelas decidieron que no era justo que los papás no tuvieran una celebración igual a la de las mamás, y ahora se está estilando juntar las dos fiestas en una sola. Sobra decir que no estoy de acuerdo con el concepto y que no soy la única. Entiendo la parte de recalcar la importancia de ambos procreadores, de no despilfarrar recursos ni perder tiempo, pero seguramente el día que se lleve acabo este festejo alternativo habrá muchas más mamás que papás porque ellos no se pudieron ausentar un par de horas de la oficina (aunque las mamás que trabajan sí lo hayan hecho).
Al final no pasa nada, igual voy a ver a mi niño cantar en un par de semanas y me va a encantar que mi marido esté ahí también. Simplemente es volver a recordar que la igualdad se debe basar en la diferencia, que ser mamá NO es igual que ser papá y que no sólo se trata de reconocerlo un día al año, pero que la tendencia a homogeneizar no ayuda.
No me queda más que felicitar a todas aquellas que, como yo, se despidieron para siempre de su cuerpo "de soltera', dejaron de consumir lo que les gustaba durante todo el embarazo y la lactancia, a las que ya nadie les cuenta lo que son los dolores de parto o la recuperación de una cesárea (o ambas), a las que han perdido (y seguirán perdiendo) horas irrecuperables de sueño y a todas aquellas que su (o sus) hijos son la razón para levantarse todas las mañanas antes de que salga el sol. Feliz día. Y qué importa que no nos hagan un festival exclusivo, los papás nunca sabrán lo que es sentir que tu bebé se mueve dentro de ti.
lunes, 22 de marzo de 2010
Qué duro es regresar a la escuela

Y no es que me haya inscrito en un diplomado, ni en ningún tipo de curso. Es que mi hijo entró a maternal. Aunque siempre imaginé que dejar al chiquitín 4 horas para que diera lata en otro lado sería un maravilloso respiro en mi jornada, ha resultado MUCHO más duro de lo que pensaba por más de una razón.
1.- La "levantada". ¿Por qué entran tan temprano al a escuela los niños? (Y eso que todavía no es primaria cuando la campana suena a las 7 en punto). Supongo que sus pequeñas mentes rinden mejor las primeras horas de la mañana, pero eso implica que las pobres mamás nos levantemos entre 5,30 y 6 para: bañarnos, tomar aunque sea un café mientras al mismo tiempo hacemos lunch, preparemos desayuno, alistemos la ropita del niño... y todo lo anterior mientras rogamos que no se despierten, ni antes de que estemos listas para atenderlos, ni después de la hora en la que se nos empieza a hacer tarde. Ahora entiendo por qué a veces hay que recurrir a los "pants-casi-pijama", chanclas y lentes oscuros para ir a dejar al niño a la escuela.
2.- Lograr que desayunen. Vaya, yo nunca "desayunaba" antes de llegar a la oficina porque no tenía hambre ni tiempo para hacerlo. Y por desayuno quiero decir tomar un café y alguna barrita de cereal, porque eso era lo que lograba camuflar entre los papeles de mi escritorio. Ahora resulta que antes de las 8 a.m. hay que tener listo un desayuno balanceado y, lo más difícil, ¡hacer que lo coman! Misión imposible.
3.- El tráfico. No hay peor carga vial en la ciudad que el de entre 8 y 9 a.m. Además es impredecible. Cuando tenía que salir al trabajo lo hacía después de esa hora crítica y llegaba en 25 min en lugar de hacer una hora. Sin embargo, ahora no tengo opción. Debo salir a más tardar 8,30 para asegurar que no le cierren la puerta a mi chiquitín y que todo el esfuerzo matutino haya sido en vano.
4.- Dejarlo. Llámenme madre sobreprotectora, pero después de pasar más de un año con mi hijo pegado a mí como canguro para todos lados, de pronto resulta que el dejarlo me provoca una angustia espantosa. Supongo que ha de ser algo así como el síndrome de abstinencia, no lo sé, lo que sí tengo claro es que es horrible. No importa cuántos besos y abrazos le dé antes de dejarlo dentro de la escuela y ver cómo entra a su salón, a la fecha, casi un mes después de que mi niño empezó a ir a la escuelita, sigo sintiendo que lo dejé a la mitad de la calle y que cuando vaya por él me dirán que él no está ahí. Debe ser algún sentimiento de culpa extraño o esto de que las mamás sentimos que nadie cuidará a nuestro retoñito como nosotras. Sea lo que sea, no puedo esperar a superarlo...
Malviajes aparte, también están los factores: "se me olvidó ponerle ____ (llene el espacio) en la mochila", "No me acordé que hoy tocaba fruta en lugar de sandwich", "No está limpio el uniforme" , "Cómo le quito el carrito que no suelta para nada para que no vaya a perderlo en la escuela y el drama sea aún mayor", etc... Espero dominar pronto este arte, pues aquí no hay justificante médico que me salve.
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