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jueves, 17 de diciembre de 2009

Inconsciencia navideña.



No me refiero a beber y manejar, o a sobregirar las tarjetas de crédito. Me explico: ayer vi a varios de los vecinos apurándose a colgar lucecitas para adornar las fachadas de sus casas. Queda una semana para Navidad y sólo los más organizados las tienen bien decoradas desde hace quince días. Sin embargo, al pasar por cierta zona residencial del sur, noté que ahí son todos unos profesionales, por no asegurar que existe una competencia no oficial. Las residencias retan indirectamente a las de junto y a las de enfrente, como en búsqueda del título de ser la que emite más luz, tiene más muñecos y reproduce más sonidos. En resumen, hay un duelo tácito por ver cuál luce más espectacular. A mí, que hasta la idea de poner un árbol que no sea demasiado cursi me conflictúa, este tipo de manifestaciones me resultan incomprensibles. Creo que está bien vivir el espíritu de la temporada, y cada quién sabrá cómo lo disfruta más, pero esto me parece realmente un despilfarro, de mal gusto y de energía (sin ahondar en lo peligroso que puede ser). Tanto se habla de cuidar el agua, de cuidar los recursos... ¡esto es un derroche excesivo e injustificado de los mismos! Lo bueno es que ya existen alternativas como ésta, e imagino que todo es cuestión de tiempo para que se popularicen... Por lo pronto propongo nombrar al vencedor de la contienda vecinal basados en los montos de sus recibos de luz. ¡Que gane el mejor!

viernes, 23 de octubre de 2009

La buena vecindad


La palabra vecindad suele asociarse a un lugar en donde las familias de clase baja habitaban los cuartos de una gran casa venida a menos. La convivencia de grupos de personas con costumbres tan variadas era tan estrecha, que vivir ahí resultaba por demás conflictivo. No en balde Roberto Gómez Bolaños tomó un escenario tal para recrear su exitosa comedia, "El chavo del ocho".

Cuando digo "vecindad" me refiero a la relación que se establece con los vecinos. Ésta puede ser muy complicada, trátese de una casona compartida, de un multifamiliar, de un edificio de departamentos, de casas dentro de exclusivos condominios, o de países. Estar pared con pared, codo con codo, o lo que es lo mismo, frontera con frontera, puede llegar a ser una pesadilla si el nexo no se trata con el suficiente cuidado.

Desde que salí de la casa paterna, en donde había un idilio comodísimo y respetuosísimo con los vecinos, en mi vida independiente había logrado librar los problemas con los residentes cercanos. Habiendo elegido siempre construcciones antiguas, las fiestas, gritos de cualquier índole o llantos de bebés nunca causaron conflictos ni de adentro hacia afuera, ni en sentido contrario. En la oficina en donde trabajaba, por la naturaleza de trabajo creativo que ahí se realiza, no había paredes ni cubículos... todo era un gran piso en el cual uno se enteraba inclusive de los problemas maritales o médicos de los compañeros. Tampoco ahí sufrí la proximidad de otros seres humanos.

Mis dolores de cabeza comenzaron cuando me mudé a la colonia Roma, en donde abundan los letreros de NO ESTACIONARSE, SE PONCHAN LLANTAS GRATIS y el originalísimo NO ESTACIONARSE NI UN MOMENTO, NI UN RATITO, NI UN SEGUNDO, ¡NO SEA NECIO!

Una vez, estando embarazada y con las hormonas desquiciadas, llegué a tener un serio problema con una chica. Por gracia del destino esa mujer desapareció de mi panorama, y el lugar frente a la puerta de mi garage quedó libre para que cualquiera se pusiera ahí mientras yo no esté fungiendo como "la loca de la ventana". Lo maravilloso fue que, a fuerza de estar preguntando de quién eran los vehículos obstructores, llegué a un acuerdo con la vecina de la casa contigua: ella puede hacer uso de ese espacio, siempre y cuando haya quien lo quite cuando yo tenga que entrar o salir.

Ya me sentía lo suficientemente afortunada con haber llegado a ese acuerdo y de haber encontrado a una persona respetuosa y consciente, cuando la semana pasada, la dueña del corsa negro con una estampa de Stereo Joya, me dio una grata sorpresa. Para corresponder a mi "permiso", me regaló unos deliciosos xoconostles para preparar agua. No sólo me pareció un gran detalle de su parte, sencillo y sincero, sino que me dio la oportunidad de probar algo que no conocía y que me pareció exquisito. Todavía no tengo la oportunidad de agradecerle lo suculento del obsequio. Vaya, ni siquiera sé el nombre de esta amable mujer, pero este post es para ella y para todo el que pratique la buena vecindad en cualquier ámbito. Creo que (y parafraseando el pensamiento de Benito Juárez como bien amerita este tema), todo es cuestión de no faltarnos al respeto y de ponerse un segundo en los zapatos del otro.

lunes, 29 de junio de 2009

La loca de la ventana


Cuando era niña, recuerdo que mis primas hablaban de "la loca de la ventana". Nunca pregunté si en realidad estaba loca, pero me impresionaba mucho el sobrenombre que se había ganado la vecina de enfrente sin siquiera salir de su casa. Era una señora viejita que supongo que no salía nunca de su casa, no hablaba con nadie en todo el día, y que no tenía nada más que hacer que estar viendo hacia afuera cuidando que nadie se estacionara en su puerta. Traigo a colación esta anécdota pues hoy descubrí con horror que, desde que estoy todo el día en mi casa, me he transformado en La loca de la ventana. Exceptuando la edad, cubro todos los requisitos. Y es que, si no vivo pegada al vidrio para ver que nadie ponga su auto frente a la puerta de mi cochera, es muy probable que me bloqueen la salida todo el día. Ya cuando estuve de incapacidad tuve una experiencia muy desagradable con una tipa que se creía con el derecho de usar el lugar frente a mi estacionamiento simplemente por trabajar en la oficina de abajo, y que se molestaba mucho cuando le pedía que moviera su coche (si es que la encontraba, claro). Total que, aunque esté ocupada haciendo labores domésticas, traduciendo o escribiendo, tengo la manía de asomarme a la ventana cada 10-15 minutos. He de decir que mi obsesión ha tenido un resultado positivo. Aunque no he logrado que los vecinos dejen de aparcar sus automóviles frente a mi cochera, lo que sí he aprendido es de quién es cada auto. Así ya no tengo más que ir a tocar un timbre para que me dejen libre la salida. Pareciera una tontería, pero un asunto de este tipo mal llevado puede ocasionar serios problemas de convivencia. Salir temprano de casa, trabajar todo el día en la oficina, y regresar por la tarde/noche hace que seamos neófitos en esta cuestión de la relación con los vecinos. Es TODO un tema. Pero como cualquier otra asunto de relación interpersonal, para evitar problemas todo es cuestión de ser civilizados.