miércoles, 7 de julio de 2010
Soy un cliché
Todas nos sentimos únicas y en cierto sentido lo somos, pero no hay que creérsela. Así que empezaré por poner el ejemplo y lo admitiré de una vez por todas: soy un cliché. Si se asoman a mi bolsa encontrarán una lista del súper, un carrito de mi niño, tickets de compras y un estuche "de cosméticos" cuyo contenido se ha reducido a un espejito, una lima y un bálsamo para labios. Nunca sé en dónde dejé mi cartera. Voy al mercado, compro flores para mi casa. Comento el precio del jitomate bola con quien se deje. Me emociono cuando me topo con un accesorio de cocina lindo, o con esa espátula que tanta falta me hacía y que no había encontrado en ningún lado. Siento ganas de llorar cuando no me sale el arroz. Me encanta la ropa, los zapatos, los lentes y las bolsas. Hace mucho que no me hago un corte de pelo atrevido porque ni tiempo tengo para peinármelo. Tengo un hijo y quiero otro (y quién sabe, quizás otro más). Tuve una carrera ascendente y ahora "freelanceo" exclusivamente dentro del horario y calendario escolar (o por las noches). Cuando no estoy saturada de pendientes, hago galletas para amenizar una tarde. Leo apenas un par de páginas del libro en turno antes de quedarme dormida. ¿Podría ser más común? Y lo más aterrador de todo es que -detalles más, detalles menos-, mi historia es la misma que la de mi madre y que la de mi abuela, y que la de mi bisabuela ... eso no sólo anula cualquier atisbo de originalidad con el que pude soñar, sino que me convierte en un lugar común histórico. Así me ven muchos y lo mismo aplica para ustedes, señoras. Algún día nuestras hijas e hijos nos considerarán un grano de arena más de ese desierto que forma la idea de las amas de casa, como una figura aburridísima y triste, deprimida y abnedgada, pero eso no importa. Sólo nosotras podemos saber lo disfrutable y magnífico que es ser parte de este cliché.
viernes, 2 de julio de 2010
Enfermedad congénita degenerativa
Sufro de una espantosa condición y me temo que es irreversible. Estoy desarrollando ese mal exclusivamente femenino que padecen algunas desde muy jóvenes, aunque también puede presentarse en la edad adulta. Nunca antes había presentado síntomas: me ha venido a partir de esta metamorfosis en la cual llevo ya casi año y medio. He pasado a ser parte del clan de mujeres que no pueden dejar de limpiar. Y no hablo de lavar trastes, ni de trapear (Dios me libre de que algún día me pase eso), sino que no puedo parar de intentar poner orden.
Si estoy en mi casa, parece que me prendieron un radar para detectar objetos que están fuera de su lugar. Recojo trastes, mamilas, juguetes, clasifico papeles. Acomodo las cosas de un cajón o reorganizo la alacena. Regreso todo "a donde va", porque de otra manera cuando se necesite no lo encontraré (y si yo no lo ubico, nadie más en esta casa será capaz de hacerlo). Además porque si no lo hiciera así, (léase con voz de mamá sufrida) ¡esta casa sería un chiquero!, en donde nadie encontraría donde posar su vaso o plantar su pie para dar paso. Hasta aquí sonaría una obsesión que si no lo ven con ojos de psicoanalista, puede ser bastante razonable: al ser mi hogar también mi lugar de trabajo, necesito extremar precauciones. Porque si en los escasos (¿qué serían, 5?) metros cuadrados de los que disponía en la oficina donde solía trabajar nunca encontraba nada, imagínense en la inmensidad de mi casa. Lo terrible es que he llevado esta conducta al extremo de una molesta enfermedad: me he descubierto poniendo orden en lugares como restaurantes, hoteles o casas ajenas. ¿Ya saben? Ya soy como esas señoras que atosigan, que no dejan a nadie estar en paz en una reunión porque están levantando los trastes antes de que uno acabe de comer. Que alguien me detenga. Lo digo en serio. No quiero llegar a ser como esas tías o mamás que tienden la cama en el hotel. De alguna manera ya formo parte ese grupo al levantar las migajas que tira mi niño por donde va pasando. ¿Qué sigue? ¿Una aspiradora cuca que combine con mi outfit para cargarla a donde vaya? Y luego una acaba prefiriendo electrodomésticos por sobre bolsos o zapatos, qué horror.
jueves, 24 de junio de 2010
Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa...
Cuando una se dedica a su casa, parece caerle encima todo el peso del sentimiento más enfadoso de la tradición judeocristiana - por eso yo ya me estoy interesando por el budismo, en el que tal concepto no existe: la culpa.
Sintiéndonos bajo la lupa de las leyes de este dios moderno al que llamamos sociedad, los motivos para experimientar remordimientos de conciencia son múltiples y las manifestaciones ominipresentes: en el aspecto económico, (porque no estamos administrando el gasto familiar tan bien como podríamos), en el de la alimentación (porque no estamos cocinando y/o comiendo tan sano como deberíamos), en el emotivo (porque nuestras múltiples responsabilidades no nos dejan pasar suficiente tiempo de calidad con el marido, los hijos, los padres, los hermanos o las amigas), en el físico (porque no estamos haciendo ejercicio o descansado lo suficiente para rendir mejor), en el higiénico (porque no estamos comprando los productos de limpieza más esterilizantes del mercado), en el social (porque estamos haciendo otras cosas mientras otra pobre mujer nos ayuda con la limpieza del hogar), en la educación (porque dudamos de estar formando a nuestros hijos "perfectamente"), en lo profesional (porque "¿En dónde quedó mi carrera?"), y así la lista puede seguir unos cuantos renglones más, pero creo que ya tengo un punto.
Quizá (sólo quizá), yo soy la única ama de casa neurótica que experimenta esto, pero sospecho que no. Y es que es sólo natural que pongamos tanto interés y preocupación en lo que hacemos, que suframos mucho más intensamente cualquier inquietud que pudiésemos haber llegado a sentir al realizar algún proyecto en el ámbito laboral: ahora es nuestra vida, nuestra familia, nuestra casa lo que está en juego.
Lo gracioso es que ninguna de nuestra decisiones puede tener repercusiones tan rotundas como imaginamos pero si no nos preocupásemos, ¿qué tipo de ama de casa seríamos? Una jefa de hogar relajada, pero a esas generalmente se les llama "fodongas" y ninguna de nosotras quiere ser tachada de tal cosa.
Pareciera que nunca estamos conformes. Si estamos tiempo completo en una oficina la culpa se presenta por sentir descuidamos la casa y la familia. Si nos dedicamos únicamente al hogar y a los niños ni el esfuerzo más grande y mejor intencionado es suficiente, y el desasosiego aprovecha cualquier huequito para instalarse. El estudio linkeado arriba sugiere que una posible solución son medias jornadas, pero sé de buena fuente que no es así. Lo mejor es no tomarse tan en serio el papel, jugar a que todo lo hacemos De entrada por salida y disfrutar los beneficios de ser multifacéticas. ¡Ya hubieran querido tanta versatilidad nuestras abuelas!
lunes, 21 de junio de 2010
El libro
Aquí les dejo la dirección correcta del libro al que hice referencia en mi text Pare de sufrir en vista de que cometí un error y cuando querían verlo las enviaba a la imagen del post. El libro se llama:
Happy Housewives: I Was a Whining, Miserable, Desperate Housewife--But I Finally Snapped Out of It...You Can, Too! de Darla Shine.
y se puede leer en este link en versión PDF. ¡La maravilla de estos tiempos!
miércoles, 2 de junio de 2010
Si tienes tele...

Gilbert Cesbron
El caso es que en cuanto terminó el promocional de la película, empezó la publicidad de un líquido para la limpieza de la casa. No voy a entrar en detalles del producto, pero el resumen es el siguiente: un ama de casa joven, guapa, que se nota contemporánea pues, resuelve rápido, de manera eficaz y de buen talante un aprieto en el que el marido "la metió".
Esos 15 segundos de publicidad estuvieron dando vueltas en mi cabeza toda la tarde. No sabía qué era lo que me causaba más conflicto, si que me hubiera identificado con la protagonista del mini drama comercial o que se siga perpetuando la idea machista de que una mujer tiene que saber hacer de todo, hacerlo bien y además de buenas. Entonces, una amiga posteó esto en su Facebook. Mi primera reacción fue: "Claro, 60 años han pasado y nada ha cambiado!". Sin embargo, después de pensarlo con la cabeza fría, creo que la diferencia principal radica en que ahora las que nos dedicamos a nuestro hogar (al 10 o al 100%), lo hacemos porque queremos. La mayoría de las mujeres de los 50's no tuvieron mucha elección. Ahora, eso no quita que para nuestra generación sea aún más difícil que para las del siglo pasado. Al final, a ellas las mentalizaron, canalizaron y prepararon para lo que tendrían que hacer. Nuestro caso es especialmente complicado porque pareciera que sólo nos proyectamos para estudiar y trabajar. Somos prácticamente la primera "camada" de mujeres que salen de las universidades a las oficinas por varios años, para después (o al mismo tiempo), tratar de procurar lo mejor en casa, y eso implica muchas ganas, dedicación, paciencia, frustraciones y sacrificios (tan banales como dejar de ver televisión). Y si no hay ganas, y/o tiempo y disposición, pues siempre se puede comprar comida hecha en la cocina económica de la esquina, por ejemplo. Yo sí prefiero aprender a cocinar y, por qué no, disfrutarlo. Sin embargo, la principal ventaja que tenemos sobre nuestras ancestras no es que tengamos alternativas para resolver lo que no podemos o no queremos hacer, si no que podemos hablar sobre ello. Lo que nos diferencia de nuestras abuelas es que ya no les servimos a todos para luego quedarnos en la cocina lavando platos, que no guardamos bajo llave nuestras recetas, y que hablemos de nuestras inquietudes no está mal visto, sino que hasta es comprendido y apreciado. Así que supongo que algo sí se ha ganado, aunque sigamos sin tiempo de ver cómo nos retratan en televisión, lo cual, creo, no está nada mal.
miércoles, 19 de mayo de 2010
Tenía que ser... ¿vieja?

El día de ayer platicaba con una amiga acerca de nuestros accidentes automóvilísticos. Yo he tenido MUCHOS y de todo tipo, ninguno grave por fortuna, algunos sí bastante aparatosos. Lo interesante de la charla fue la conclusión: fuera de los tontos percances que cualquiera (independientemente del género) puede sufrir cuando está aprendiendo a manejar, ambas tenemos en común que 75% (por decirlo en términos porcentuales) de los choques que hemos sufrido han sido culpa del otrO. Así es, esos 3 de 4 desagradables incidentes fueron provocados por un hombre.
Así que me puse a buscar estadísticas y encontré esto.
Las mujeres podremos no ser muy hábiles para manejar (y además, como en todo, hay muchas excepciones), pero por lo mismo solemos ser más responsables y precavidas. Los hombres suelen ser más irresponsables y agresivos al volante, desencadenando infortunios mayores.
miércoles, 12 de mayo de 2010
Entre mujeres

Había una frase por demás dramática que se usaba como promoción para una obra de teatro que se llamaba igual que este post. Decía algo así como "Entre mujeres podemos despedazarnos, pero nunca nos haremos daño".
Indudablemente era impactante y pegajosa, prueba de ello es que hoy, más de 10 años después, sigo recordándola. Sin embargo, si la sigo teniendo presente también tiene mucho que ver con que siempre he puesto en duda es la veracidad de semejante afirmación.
Me vino a la mente este tema porque a mi mundo de problemas light, de señora clase mediera, de niñita consentida, se acercó una vida con muchos conflictos graves. Uno sabe que pasan cosas terribles, pero no es hasta que se conoce personalmente a la protagonista de una historia llena de violencia, dolor y confusión que se toma conciencia de lo importante que es la solidaridad entre mujeres.
Vaya, claro, idealmente el sentimiento fraternal debe existir para con todo ser humano. No obstante, siempre he pensado que el apoyo entre miembros del género femenino es fundamental, porque muchas veces nosotras somos nuestros peores enemigos.
Frases como "Le dieron el ascenso porque seguro anda con el jefe", "Se embarazó por tonta" y "El marido la dejó porque no se cuidaba", fácilmente se convierten en "La violaron porque lo pedía a gritos con su vestimenta".
Preferir los servicios de un profesionista varón porque "seguramente es más capaz", contratar a la soltera que no tiene hijos porque "responderá mejor", o decir que una mujer "no hace nada" porque sólo es ama de casa, es ayudar a perpetuar estos prejuicios. Los efectos son similares a los del malinchismo en un país como el nuestro: el otro (en este caso, el género masculino) nunca dejará de tener la ventaja. Entonces, si considero que es necesario crear una cultura de solidaridad fundamentalmente de género, es sólo por el hecho de que, por más cambios y movimientos de liberación femenina que hayan sucedido hasta este momento, seguimos llevando las de perder, y mucho tiene que ver nuesra propia actitud ante la situación. ¿Necesito más conclusión que eso?
miércoles, 5 de mayo de 2010
¿Es ella más que yo?
Es lo que se preguntan muchas al toparse con la imagen de una mujer espectacular en las páginas de una revista. Yo rara vez me dejo intimidar por esa supuesta perfección. Tras años de trabajo en publicaciones de moda y belleza, conozco perfectamente los largos procesos de estilismo a los que se someten las modelos y cuánto se retoca una foto antes de publicarla.
Sin embargo, tenía que ser en un día como hoy, en el que me siento vieja y achacosa, resignada a que nunca volveré a lucir como cuando tenía veintitantos, que me encontrara con esta nota.
Ya, ya. Es una superestrella y no sólo dedica varias horas diarias a entrenar en el gimnasio, seguramente también tiene un cheff personal que viaja con ella a todos lados. Tiene acceso a los mejores asesores y productos de belleza, y es muy probable que varias veces se haya dado una "ayudadita" quirúrgica. Eso no quita que tiene mucho mérito que una mujer de esa edad y que tuvo dos embarazos luzca así. A pesar de todas las facilidades antes mencionadas, lo que sí hay que admirarle es la constancia y la fuerza de voluntad, que con eso nadie pudo haberla ayudado. Y lo digo yo, que no me he decidido a pintarme el mechón de canas para no ser esclava del tinte y que rara vez me acuerdo de ponerme la crema anti-arrugas...
jueves, 18 de marzo de 2010
Iguales en la diferencia

Hace poco se celebró el Día Internacional de la Mujer. En Twitter y en Facebook no dejé de leer quejas de los hombres que hacían referencia a que no existe una festividad dedicada a ellos.
Vaya, no quiero que me tomen por una especie de feminista radical (porque no lo soy), pero sí me parece importante dedicar un día para recordar y hacer énfasis que la "igualdad" entre géneros no existe, y que es difícil que se alcancen derechos equitativos si no tenemos en cuenta, precisamente, las diferencias. Y cuando digo "un día" no me refiero a que sólo en esa fecha hablemos del tema y lo dejemos así, sino que nos demos un momento para reflexionar que no siempre las mujeres han gozado de las condiciones que tenemos en esta época, de lo que todavía nos falta por lograr y de los principios que idealmente se tendrían que aplicar todo el año.
Si no lo promovemos nosotras mismas, nadie lo hará, así que hago una invitación a que celebremos y revisemos nuestras circunstancias como si todos los días fueran 8 de marzo.
miércoles, 28 de octubre de 2009
De Miranda a Charlotte en 9 meses

Hace casi diez años, una versión más joven e inexperta de mí cambiaba de canal un sábado por la noche en un zapping desesperado por encontrar algo que ver en la t.v. Fue entonces cuando me topé con un capítulo de la ahora icónica Sex and the City. En ese momento, la serie todavía no era conocida en nuestro país. Yo no sabía ni qué estaba viendo, pero algo de lo que brillaba en la pantalla me atrapó (seguramente el tono femenino, "irreverente" y divertido), e hizo que en la primera oportunidad adquiriera la primera temporada en DVD.
Como el 99.9% de la población femenina (no conozco a ninguna mujer que no le guste, pero seguramente existe), me volví fan incondicional. A los pocos días de mi hallazgo, el ortodoncista determinó que era necesario sacarme las cuatro muelas del juicio, y tomé la circunstancia como pretexto para correr a comprar la 2a temporada y encerrarme todo un fin de semana a ver el box set completito. Y así, varios meses y muchos cientos de dólares gastados después, la revisé una y otra vez hasta, literalmente, el hartazgo. Repasé tantas veces las líneas, diálogos y gestos de sus protagonistas, que ahora no puedo apreciar el melodrama sin ser hiper crítica. Sus conflictos ahora me parecen los de un grupo de adolescentes y sus interpretaciones, sobreactuadas.
Sin embargo, en ese entonces todas estábamos fascinadas con el show. Cuando Sex and the City se hizo popular entre las chicas de mi generación, mis amigas más cercanas aseguraban que yo era toda una Miranda: una fémina casada con su trabajo, práctica, con humor ácido y sin sentido del romance. Acepto que, de las cuatro, fue con la que más me identifiqué una vez que superé mi etapa Carrie (todas tenemos una época Carrie, no es casual que ella sea la protagonista). Mis íntimas señalaban que la pelirroja y yo compartíamos inclusive el mismo corte de pelo, que ambas vivíamos solas con un gato y cuando me embaracé aseguraron que tendría un niño (y atinaron, ya tengo mi pequeño Brady).
Lo que ninguna vio venir es que, 9 meses después de dejar de trabajar en una oficina, me convertiría en toda una Charlotte. Así es: hoy descubrí que, después del mismo periodo de gestación de un ser humano, he renacido en una mujer que disfruta muchísimo ser una stay at home mom, y que su prioridad es su familia. No voy a negar que pasé por una tremenda fase de desperate housewife al más puro estilo Lynette Scavo, tratando a toda costa de regresar a los grandes corporativos y sintiendo que en casa no estaba haciendo nada bien.
Eso sí, que quede bien claro que nunca seré tan cursi como Charlotte. A las "Mirandas" de nacimiento siempre se nos puede encontrar un poco de nuestra naturaleza sarcástica a flor de piel, pero eso nunca nos impedirá disfutar de una tarde horneando galletas.
miércoles, 21 de octubre de 2009
¿No tendrá los 3 pesitos?
El siguiente acto nunca ocurrió tal cual. Sin embargo, representa situaciones que se repiten cientos de veces al día en cualquier ciudad.
Tras recorrer la fila única del establecimiento en tan pocos minutos que ni siquiera tuvo oportunidad de hojear una de las malas revistas que se encuentran entre los artículos de impulso, es el turno de nuestra protagonista para pagar. El dependiente pasa rápidamente por el escáner los productos a cobrar, y dice en voz alta el resultado cuenta:
- "Son 153 pesos."
Nuestra heroína saca un billete de 200 pesos de su cartera y lo extiende al empleado del supermercado, al tiempo que busca el boleto del estacionamiento para asegurarse que, esta vez, no se olvidará de sellarlo.
- "¿No tendrá los tres pesitos? Así le doy 50."
La consternación se nota el gesto de la mujer.
-Sí los traigo, pero si se los doy, no me va a dar cambio para el "cerillo", para el "viene-viene" y para el estacionamiento...
- "No, no traigo cambio".
CAJERO
- "Ash... ahí tiene, 47 de vuelto..."
Recuerdo no entender por qué mi abuela y mi madre tenían monederos. Me parecía un accesorio por demás inútil y además, horrendo. No llegué a mis clásicos extremismos de jurarme a mí misma nunca usarlo, pero definitivamente no me veía cargando uno.
Bueno, pues les presento mi monedero. Está hecho de arillos de lata de refresco reciclados. Me lo regaló una ex-colaboradora que lo trajo de su país (Argentina). Es cool, hermoso y de lo más práctico. Ahora entiendo a mis ancestras... es tan necesario para alguien como yo, que a su uso se le podría aplicar un slogan de tarjeta de crédito: "No salga sin él". Otra vez: Gracias, Muriel.
domingo, 18 de octubre de 2009
No una Cenicienta cualquiera

La vida en sí es el más maravilloso cuento de hadas.
Hans Christian Andersen
1. Sale el sol en el Palacio. A pesar de que el grito de mi niño desde su cuna significa que "se terminó la tranquilidad" por (al menos) 12 horas más, verlo paradito sosteniéndose del barandal y pidiendo desesperadamente mis brazos es, sin duda, el mejor instante de mi día.
2. Oscuro elíxir. Antes de apurar nada, un express cortado o un cappuccino preparado en estufa, bebido a sorbos (mientras checo twitter y la primera plana de un par de periódicos en línea), se impone para empezar bien el día.
3. No será con leche de burra, pero es un lujo de 15 minutos completitos. Durante todo el día soy multitasking: haga lo que haga, estoy con un ojo al gato (o al niño) y otro al garabato (mi labor en turno). Por eso el tiempo que paso en la regadera es maravilloso: es sólo para mí.
4. A recorrer la comarca. Salir por fin de la casa (tras haber resuelto una larga lista de pequeños quehaceres, y después de quitar a quien haya estado estacionado frente a la puerta de mi garage), representa todo un logro que siempre saboreo recorriendo una ciudad semi-tranquila tras la hora del peor tráfico.
9. El rey regresa al castillo. Todo el día podré parecer una Cenicienta cualquiera pero, cuando mi marido llega de trabajar, me reencuentro con el príncipe azul que me convirtió en toda una reina. Además, este rey no es un macho como los de los cuentos: cuando está en casa, se encarga del heredero tanto como yo.
10. A la rru rru nene... Que el pequeño tirano se duerma, me alegra tanto como cuando despierta en la mañana. Éste es el verdadero momento en el que pongo la bandera en la cima de mi día. Al contrario de lo que le pasaba a la sufrida princesa, para mí las horas de glamour son las más cercanas a la media noche. Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
jueves, 24 de septiembre de 2009
T-r-e-i-n-t-a-y-t-r-e-s

Acabo de celebrar mi cumpleaños 33. Mi hermano mayor, en medio de una mini reunión que hice sólo con los familiares más allegados, me preguntó en un susurro casi inaudible "¿Cumples 33, verdad?". Le respondí en voz alta "Sí, cumplo TREINTA Y TRES", y alcancé a ver su gesto de incredulidad ante tal sinceridad y falta de tapujos.
Existe un estigma alrededor de la edad de las mujeres, como si entre más años hubiéramos vivido, perdiéramos algún tipo de valor. Recuerdo que cuando estaba en la universidad escuché horrorizada al amigo-del-novio-de-una-amiga decir que tener una novia de más de 25 era demodé . En otra ocasión una jefa que tuve me contó que su padre, desde que se divorció de su madre, tenía la costumbre de terminar con todas sus esposas (que han sido más de tres) cuando ellas llegaban a los 27 años.
Hay quien me regaña por decir mi edad. Aseguran que ahora no me molesta que los demás sepan cuántos años tengo, pero que en algún momento sucederá, y que si la gente tiene buena memoria, después me será imposible mentir. Jamás me ha preocupado aparentar ni más ni menos edad. Creo firmemente en el valor de cada etapa de la vida, y no encuentro razón para estar añorando el futuro ni suspirando por el pasado.
Curiosamente en medio de esta reflexión cumpleañera me encontré con esta nota, que marca episodios puntuales de la vida de las mujeres relacionados con los éxitos que han tenido. No sé cuántas féminas hayan utilizado de muestra para su estudio, pero me parece curioso que no me identifico con ninguno de los resultados que arrojó. Yo tuve la "crisis de los 30"a los 28, misma que terminó exactamente el día que cumplí 29. No puedo identificar un momento específico como "la cúspide de mi carrera", y con mis 33 años mis finanzas están peor que nunca en mi vida independiente. ¿Seré una rara? ¿Voy un año desfasada de las demás? ¿Significa eso que mi economía mejorará considerablemente a los 34? ¡Ojalá! Por lo pronto sigo esperando el momento ideal para hacer un festejo en grande, no lo hice a los 30, tampoco a los 33... ¿sucederá a los 35?
domingo, 26 de julio de 2009
Nunca digas nunca

Antes de ser madre aseguraba que, cuando tuviera hijos, estaría con ellos todo el día hasta que se fueran a la escuela, que NUNCA los dejaría a que los cuidara alguien más.
Nunca digas nunca.
Cuando mi bebé nació me sentía muy contenta en mi trabajo, por lo cual no hubo duda alguna de que lo que procedía era encontrar una buena guardería cerca de la oficina. Fue duro al principio, pero el poder ir a estar con él en mi hora de lactancia y al darme cuenta que mi crío estaba perfectamente bien ahí, se acabaron los sentimientos de culpa.
Y cuando ya estaba muy hecha a la idea de que mi retoño frecuentaría un centro de desarrollo infantil en mis horas laborales hasta por lo menos los 4 años, la vida me cambió... y ahora hace ya unos meses que estoy 24/7 con mi niño. Se me cumplió el sueño de cualquier mamá (sobretodo de las que no trabajan), pero creo que otra vez ha llegado el momento de buscarle un lugar en donde pueda convivir con otras criaturitas unas horas por las mañanas para que su madre pueda trabajar en casa sin interrupciones.
Desgraciadamente las guarderías están muy satanizadas, pero la verdad es que son lugares ideales para que los chiquillos hagan sus pininos en "sociedad". Ahí aprenden (mucho mejor que en casa) horarios, disciplinas y a relacionarse con otros pequeños humanos. Además gozan de actividades estructuradas y de estimulación en varios campos y pensadas especialmente para su edad. En la que estaba mi niño era una maravilla... desafortunadamente ya no me queda ni remotamente cerca, por lo cual empieza el scouting otra vez pues eso sí, encontrar la más adecuada es muy importante. ¡Deséenme suerte!
viernes, 24 de julio de 2009
¿¡Qué me pongo?!

martes, 21 de julio de 2009
La culpa es de las feministas

Desde que salimos de la universidad y empezamos a trabajar, mis amigas y yo, de guasa, hemos comentado en alguna ocasión que para qué se inventó el feminismo, que sólo agregó trabajo y culpas a nuestra ya de por sí "complicada-por-naturaleza" existencia. Que todo era más fácil antes y que qué lindo ocuparse solamente de cocinar, cuidar bebitos, vernos bonitas y tener nuestra vivienda reluciente y llena de flores. Y que el marido nos dé ($$$) para que todo eso sea fácil. Antes de que nos acusen de "Susanitas", he de decir que sé bien que no somos las únicas mujeres modernas a las que les ha pasado por la cabeza que haber nacido en otra época hubiera sido más sencillo, pues me ha llegado más de un mail haciendo un chiste acerca de ello. Bueno, pues resulta que existe quien ha llevado más allá "la broma": navegando en Internet me encontré con este fenómeno. Se llaman Time Warp Wives y se trata de un movimiento de amas de casa (y sus maridos) que defienden la (muy) antigüa estructura familiar. Así, ellos asumen al 100% el rol de hombres protectores-proveedores, y ellas el de organizadoras del hogar y responsables de la crianza y educación de los niños en el mismo porcentaje. Estas parejas inclusive decoraron sus residencias al estilo americano de hace más de 50 años, para de esta manera hacerle un homenaje completo a la vida familiar que imperaba en las primeras décadas del siglo XX. Por inquietante y retrógrado que parezca, estas personas tienen un punto. Las dinámicas de pareja se han vuelto terriblemente complicadas, y por supuesto que antes todo era más sencillo: con roles bien determinados y mucha abnegación de ambas partes. Nos hemos perdido tratando de adaptarnos a los cambios naturales del mundo pero, al menos a mi parecer, esto no justifica que una mujer no sea capaz ni de cargar gasolina en su auto porque eso no es femenino (y así lo plantea dicha corriente). Qué postura tan inocente el querer regresar el tiempo y vivir en una burbuja cuando el mundo exterior ya no es aquel por el que suspiramos. Qué absurdo el esperar que una sola parte de la pareja cargue con un tipo de carga (sea económica o del hogar). Qué denigrante que una responsabilidad de tu existencia como mujer sea lucir espectacular en todo momento. De cualquier forma y como toda ocurrencia extravagante, divierte muchísimo y tiene una estética digna de pasar un rato revisando su sitio.
viernes, 17 de julio de 2009
Qué bien se siente...

Cuando alguien te dice que ya te ves más delgada. Que tus sacrificios y esfuerzos se están viendo recompensados en tu linda figurita, la cual últimamente había lucido un poco rolliza. Estos últimos días me lo han comentado, y estoy feliz. Y es que cuando subo de peso, al principio siempre hago como que no pasa nada. De alguna manera mi cabeza me hace pensar que la báscula se desajustó y que no es gran cosa. Porque claro, igual uno o dos kilos no se notan, ¿pero qué tal cuando se vuelven tres o cuatro y nos llevan a considerar cambiar de talla? Peor todavía cuando dejamos que ese estado "temporal" se convierta en el estado natural de nuestro cuerpo. No sé cómo lo vivan otras personas, pero como yo siempre he fluctuado muchísimo entre pesos, cada que logro estar delgada lo vivo como un gran triunfo. Ojalá esta vez ya logre quedarme en un peso aceptable y aprenda a no irme a los extremos. Por lo pronto estoy feliz y no sólo porque se me nota y lo compruebo en mi ropa, sino también porque me siento mejor, con mucha más energía. Ya sólo falta una semana para volver a ir con la nutrióloga...
sábado, 11 de julio de 2009
¿Qué me pongo?

Acabo de leer una nota en el periódico que asegura que las mujeres pasamos aproximadamente un año de nuestras vidas decidiendo qué ropa usar. No lo dudo ni un segundo. En mi caso seguramente serían dos. No es que todos los días me atormente tratando de encontrar la combinación perfecta, pero lo que sí tengo detectado es que, si llego a cambiar de opinión aunque sea de solamente una de las prendas que llevo puesta, el caos se hace inminente. Si no me siento a gusto con lo primero que elegí, es muy probable que pase más de media hora buscando, y aún así no logre encontrar ropa que me haga sentir cómoda ese día. Hay mujeres que eligen una noche antes su atuendo del día siguiente, yo no entiendo cómo lo hacen. ¿Cómo saber si hará frío, calor, si amanecerá lloviendo, qué humor tendrán, en qué tonos se les antojará vestirse? Eso sí, cuando nada más resulta, la ropa negra siempre es la respuesta. Sea blusa negra y jeans, o pantalón negro+ cualquier top, o vestirse toda de negro, recurrir al color del luto siempre es una solución aceptable.
Las veces que he intentado hacerme asidua al gimnasio (ja), uno de mis mayores problemas ha sido el tener que decidir ropa llevar en la maleta. Me siento limitada, pues necesito todo mi guardarropa frente a mí para poder decidir qué usaré durante el día. Por eso también cuando viajo llevo demasiada ropa. Prefiero asegurar suficientes combinaciones a tener que usar un atuendo que siento que no me va.
Ahora estoy entre tallas, entonces mi "ropa de gorda" me queda grande y la "de flaca" todavía no me queda bien. Entonces me encuentro en el peor de los escenarios en este tema. Ni modo, seré una fachosa hasta que merezca comprar más ropa...
miércoles, 8 de julio de 2009
Dime qué bolsa usas...

Y te diré qué estilo de vida tienes. Elegimos una bolsa por gusto, pero también de acuerdo a nuestras necesidades. Siempre me ha gustado usar grandes bolsos. Me encanta poder llevar ahí todo lo que necesito sin limitaciones de espacio, y lucen muchísimo (y para muestra, vean este de Marc Jacobs). Mi sueño es algún día tener una Birkin, de Hermés (porque al final de cuentas, soñar no cuesta nada). Lamentablemente, en este momento uno de mis accesorios favoritos ha sido sustituido con la pañalera de mi hijo, porque prácticamente a donde voy, él va conmigo. El problema es cuando llego a dejarlo en algún lado: me quedo sin bolsa. Eso me pasa por falta de costumbre y porque andar una carga extra large cuando ya de por si llevo una maletota, es un poco complicado. Traer la cartera en la mano no es buena opción, luego la voy dejando por ahí... Por eso he decidido empezar a usar de estas bolsas cruzadas u over-the-shoulder bags que no estorban y en la que cabe lo más necesario. Un bolso con pulsera o wristlets también es buena opción, pues aunque la suelte no la perdería... Las clutches de plano eliminadas de mis opciones, es prácticamente lo mismo que traer la cartera suelta.
Una tipo backpack también sería solución, pero esas de plano no me gustan, me siento como en flashback a la primaria...
Hombres: ¿ahora entienden por qué necesitamos tantas?
miércoles, 1 de julio de 2009
Mi ropa de flaca
Si hay algo que me anima a no romper la dieta, es pensar en los jeans "de flaca" que me esperan en el fondo del clóset. No sólo poder lucir ESOS, sino también otros pantalones y blusas sin que se me salga la llantita por aquí y por allá, es mi meta. Yo creo que todas tenemos dividido nuestro ajuar en "ropa de gorda" y "ropa de flaca". Alguna vez estando en mi peso ideal, y harta de jugar al sube y baja con la báscula, regalé todas las prendas grandes jurando nunca volver a subir de peso.
JA.
Resultó muy mala idea, pues por supuesto que volví a engordar y no hay nada más deprimente que ir de compras porque con la ropa que tienes ya no te sientes cómoda. Además adquirir vestimenta que sabemos no corresponde a nuestra talla idónea, se siente como una humillación pero también como un desperdicio de dinero, pues la idea es dejar de usarla pronto (al menos en teoría)... El caso es que yo ya llevo un par de años usando sólo "ropa de gorda". Apenas había logrado bajar varios (ocho) kilos y empezaba a resurtir mi guardarropa cuando me enteré que iba a ser mamá. Entonces llegó a mi vida la estigmatizada ropa de embarazo (que la verdad no es tan mala, yo creo que sólo hay que usar la imaginación). Cuando por fin pasaron los nueve meses y dejé atrás 15 de los 20 kilos que subí, regresé a mis trapos de talla grande y ahora, año y medio después de haber dado a luz, ya me cansé de ellos.
Espero redescubrir muchos atuendos con los que me sentía cómoda, y es que a veces pasa tanto tiempo para volver a usarlos que hasta se nos olvida que estaban ahí. Pero de esos jeans, no me olvido... ¡son mi motivación!